Los socios de la coalición de gobierno en el Consell han protagonizado un agrio desencuentro motivado por la decisión de la presidenta Cladera, con el respaldo secreto de la oposición del PP, de otorgar 1,8 millones de euros al Real Mallorca. En principio, tal concesión estaba vestida de acuerdo de promoción turística y pasaba por cambiar la denominación del estadio de Son Moix por la de Visit Mallorca.

Més y Podemos, socios de gobierno del PSOE, han estado al margen del acuerdo y al conocerlo reaccionaron con rechazo a la concesión de fondos públicos al Mallorca y al incremento de inversiones en promoción turística. Mientras el PP exigía su mantenimiento, desde la oposición Podemos abogaba por la reconducción del pacto del Consell y Més amagó con romperlo si no se deshacía el acuerdo. El jueves, después de nueve horas de negociación, la crisis se saldó en apariencia manteniendo la ayuda al club bermellón, pero desvistiéndola de soporte a la promoción turística. El Consell aportará 700.000 euros y el resto, hasta alcanzar los 1,8 millones, correrá a cargo del Govern y de Cort.

Esta es la sucesión de acontecimientos que, por su gestión al margen de la posibilidad objetiva, incrementa la desafección de la ciudadanía con la clase política, debilita el prestigio institucional y pone serias trabas al Real Mallorca, la primera entidad deportiva de Balears, para ser el club de cohesión social que debe ser y no de mercantilismo político, nada traslúcido, como ha ocurrido. Paradójicamente, quien mejor parado ha salido del asunto es el PP, que, sin apenas inmutarse y haciendo leña del desencuentro del pacto, ha logrado transmitir una imagen de apoyo al mallorquinismo.

Era una crisis evitable si los partidos hubieran respetado lo suscrito en los acuerdos de Raixa. El pacto aplicado en el Consell ha demostrado tener muchas más fisuras de las que quiere aparentar, dejándose lesionar por la falta de diálogo y cooperación, elementos básicos en un entente de tales condiciones. Los errores del pasado no están superados. La presidenta Cladera, nada explícita ni transparente en su actuación, ha obrado igual de quien está en disposición de gobernar en solitario. Por su parte, Més, con una contundencia de rechazo inicial y una complacencia posterior, presenta una proyección más difusa hacia su electorado y quizás una excesiva apetencia por el cargo público.

Aparte del debate sobre si una entidad privada como el Mallorca debe recibir sustanciales fondos públicos o de si una institución como el Consell está llamada a centrar sus esfuerzos sobre el deporte popular o de base, la situación actual obliga a buscar una nueva denominación para un estadio municipal ya cedido al Mallorca y sin explicar muy bien por qué el topónimo original de Son Moix no es útil. El Mallorca empieza la liga siendo noticia por la infiltración política que padece y no tanto por su actividad deportiva.