Son las siete de la tarde y en la mezquita An-Nour, una de las más representativas de Son Gotleu, ya está todo preparado para romper el ayuno. Los fieles, que llevan todo el día sin comer ni beber, sacian el estómago con algunos dátiles y vasos de leche al caer el sol, justo antes del cuarto rezo del día. «A lo largo del día tenemos cinco oraciones, son como cinco píldoras de paz y tranquilidad en las que dialogamos con Dios y ponemos el contador a cero para continuar con la jornada», cuenta Nur Bio, miembro de la directiva del centro cultural islámico An-Nour.

La nutrida comunidad musulmana de Balears, que cuenta con más de 80.000 fieles según las cifras oficiales (en realidad podrían ser muchos más si se tiene en cuenta la población flotante y los trabajadores temporales) empezó ayer el Ramadán. El noveno mes del calendario islámico es una de las épocas más importantes para los musulmanes, marcada por el ayuno, la oración y, especialmente, la reflexión. Empieza con el avistamiento de la Luna, y finaliza en 29 o 30 días, en función del ciclo lunar, por lo que se prevé que el Ramadán concluya a finales de abril, con el habitual rezo multitudinario.

El aspecto que más llama la atención es que los fieles no pueden comer ni beber entre el amanecer y el ocaso, y tampoco mantener relaciones sexuales. Sin embargo, esto es la punta del iceberg: «El ayuno es solo una herramienta para llevar a cabo el verdadero Ramadán; no dejarse llevar por los deseos, mantener el cuerpo en un estado de serenidad y claridad para hacer el ayuno profundo, que es un mes de purificación, retrospección y revisión hacia nosotros mismos», comenta Nur Bio. Así, empieza para los musulmanes un mes «recogidos y apartados del ruido de la sociedad», en el que se plantearán sus deseos, anhelos y vicios, y reflexionarán sobre su vida en general.

«Para nosotros, el Ramadán es mucho más que ayuno. Es un entreno espiritual para el resto del año. Controlamos nuestros instintos básicos, como comer y beber, para que después nos sea más fácil dominar otros impulsos perjudiciales, como criticar o discutir», cuenta el mallorquín converso Miquel Àngel Escudero. «Cuando tenía 16 años quise ingresar en una orden religiosa católica. Más tarde, una vez conocí el Islam, me di cuenta de que estaba viviendo en una mentira. El Corán contiene la verdad», cuenta el hombre , que ahora tiene 44 años y acude con su hijo a An-Nour para el rezo justo después de romper el ayuno. «¿Cuántas veces te he dicho ‘ahora no, cuando yo te lo diga’?», le pregunta Escudero a su hijo: «Pues eso es el Ramadán. Saciar los instintos cuando Dios diga, trabajando la paciencia y el autocontrol», explica.

La mezquita ayer era un bullicio de personas de todas las nacionalidades. Horas antes del rezo nocturno, los voluntarios del centro ya trabajaban a todo gas para preparar más de un centenar de raciones de comida, que repartieron a lo largo de la tarde a las personas en situación de necesidad que se pasaron por allí, independientemente de su religión o identidad.

Este mes, todas las mezquitas incrementan las oraciones y súplicas. Y las que tienen las infraestructuras para hacerlo, como An-Nour, organizan repartos solidarios de alimentos. Antes de la pandemia se preparaban comedores para que los fieles pudieran comer allí mismo, pero ahora las raciones se reparten en paquetes para que las personas puedan llevárselo a casa y compartirlo.

Una veintena de asociaciones musulmanas han organizado hoy un iftar (la cena con la que se rompe el ayuno) multitudinario en la Plaza de las Columnas, en el barrio de Pere Garau de Palma, a partir de las seis de la tarde. A las siete se ofrecerá la comida y se hará un rezo comunitario. Se prevé que vayan autoridades locales y autonómicas, y la comunidad musulmana invita a asistir a todo el que quiera, sin importar su origen o creencias religiosas.