Son las tres de la tarde y toca meterse a cubierto. En un habitáculo de 9 metros cuadrados, bajo tierra, sin luz natural ni ventilación y todo el día en permanente estado de alerta. No es un refugio antiaéreo en Kiev, sino un trastero en el barrio valenciano de la Saidia. David lo ha convertido en su hogar e incluso ha llegado a adaptarse, porque todo lo que le preocupa ahora mismo es que alguien descubra su infravivienda y le robe estos 9 metros cuadrados de intimidad. Por eso sale cada mañana a las 5 de la mañana cuando las cámaras del garaje están apagadas y vuelve a las 15 horas cuando todos los vecinos de la finca están comiendo en sus respectivos hogares, estos sí, acondicionados para una vida ordinaria. Mientras tanto, en su pequeño búnker, rodeado de enseres guardados en bolsas, con un ventilador moviendo el poco oxígeno que tiene a mano, David mira los documentales que un amigo le graba en la tarjeta de su tablet y apaga el móvil para que los propietarios de otros trasteros no le delaten. “Dormir aquí es ilegal y lo último que necesito es que alguien se entere de lo que estoy haciendo”, resume este valenciano de 60 años