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La mujer hallada sin vida en un piso de Oviedo, que ejercía la prostitución, murió de una paliza

Tatiana Coinac llevaba 15 años viviendo en la capital del Principado

Empleados de la funeraria, introduciendo el cadáver en una furgoneta, ayer, en un bloque de pisos de la calle Ámsterdam IRMA COLLIN

La mujer hallada muerta el domingo por la mañana en su domicilio de Oviedo, en la calle Amsterdam, en el barrio de Teatinos, murió de una paliza. Tenía el cuello y varias costillas rotas, según ha podido confirmar este periódico. Dos días después de que apareciera su cuerpo sin vida en la bañera de su casa, la Policía avanza, con cautela y ciertas reservas, en el contexto en el que se pudo haber producido el crimen. Se ha confirmado que la mujer ejercía la prostitución, que también se anunciaba como masajista, y que además de su colección de pelucas, una veintena, expuestas por el piso, había también diversos juguetes sexuales.

La investigación, desde que apareció el cadáver el domingo por la mañana después de que su madre, que estaba en ese momento en Benicarló, diera la voz de alarma al llevar varios días sin lograr localizar a su hija, ha dado varios quiebros. Durante los primeros momentos, la posición en que fue hallada apuntó a un accidente doméstico, a que se pudiera haber desnucado en el baño. También se llegó a manejar la hipótesis de un suicidio y, cuando se corroboró la ocupación de la víctima, los investigadores también pensaron que podía haber sido un cliente al que "se le había ido la mano". Fuera o no una persona que había contratado sus servicios, la autopsia parece haber dejado claro por ahora que la muerte no tuvo que ver con una actividad sexual sino con una brutal paliza: tenía el cuello roto y también varias costillas.

Tania Coinac, de 44 años y nacionalidad moldava, no cuadraba, sin embargo, en el perfil con el que ahora se le identifica en la investigación. En la peluquería del barrio a la que acudía desde hacía unos meses a comprar pelucas (lo hacía de forma compulsiva, siempre del mismo tipo) dejaba entrever que trabajaba en una residencia de ancianos de la zona norte de Oviedo. Este negocio es uno de los pocos donde conocían a Tatiana, a la que sus vecinos describen como una persona amable y reservada, y que, aunque se dejaba ver pocas veces por el barrio, por las noches solía bajar a pasear con su gato persa alrededor de la manzana.

La describen como una mujer normal y también desconfiada, pero nada en ella apuntaba a una doble vida. El piso donde vivía era de su propiedad y no se le conocían amistades, aunque a veces, contaba en la peluquería, salía por la noche. Por Gijón. Pero no le gustaba demasiado. La normalidad de Tatiana, una mujer delgada y sin un físico llamativo, solo albergaba una rareza. Tenía una obsesión casi enfermiza con las pelucas, que fue lo que le llevó al negocio del barrio cuando empezaron a trabajar ese material. Pero no cualquier peluca. Para desesperación de las trabajadoras del salón, no había forma de venderle modelos distintos. Siempre tenían que ser pelucas rubias, un rubio discreto. Su fijación llegaba al punto de que cuando llegaba un modelo nuevo de esas características, nada más verlo en el escaparate acudía corriendo a comprarlo. Llegó a hacerse con cuatro en un solo mes, y en el establecimiento, por cuidar a la clienta y temiendo una adicción un poco enfermiza, incluso le escondían las novedades.

Tatiana Coinac tenía sus cosas para el pelo. No quería que se lo tocasen y hace pocos meses pidió que la raparan. Decía que con la peluca le daba mucho calor. ¿Para qué quería tantas pelucas y tan parecidas? "Son mis niñas, las tengo todas ahí puestas en casa", reía divertida. La obsesión con las melenas postizas no parecía agradar a su familia. Aquella última que compró el 19 de febrero, la que precisamente le habían ocultado al fondo de la tienda pero que ella descubrió mirando a través del escaparate, pidió que se la metieran en una bolsa un poco tapada. "Que si ve mi madre que me compré otra me monta un pollo", se excusaba sin apenas acento del Este.

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