"¿Han discutido?", preguntó el agente a la madre del joven. "Muchas veces: recoge tu cuarto, friega los platos... Nada más allá, lo normal", respondió ella. Madrid, 8 de noviembre de 2017. Carmen acude a la comisaría de Policía Nacional de Usera (Madrid) a interponer una denuncia por desaparición. Su hijo se llama David Hernando, tiene 26 años y desde hace casi cinco no está.

"La casa está devastada: hay velas por todo el piso, espejos mirando a la pared. Ropa amontonada. Es indescriptible. ¿Pueden ir a verlo?", pidió la mujer a la policía. Una patrulla fue un rato después al inmueble, situado en Villaverde Bajo (Madrid). "Antes de marcharse, David estaba sobresaltado, fuera de sí", cuenta Carmen, aún impactada por lo que vivió. Los agentes tomaron nota. "No podemos hacer mucho. Hay muchos desaparecidos... y su hijo es mayor de edad".

Cartel con la alerta por su desaparición.

Un cuchillo 

"El 8 de noviembre de 2017 fue la última vez que vi a mi hijo, aunque todo arrancó la noche anterior". Carmen habla por primera vez con un medio de comunicación. Lo hace rota por la ausencia y aún destrozada por lo que vivió. "David era un chico normal, con sus defectos, como todos, pero normal. Nunca antes le había pasado nada, ni tomaba medicación…".

Esa noche le ocurrió algo. "Recuerdo que apareció en mi habitación con una barra de hierro en las manos", revive la mujer. "Gritaba una y otra vez: "Mamá, ¿estás bien?'". Intentó calmarlo: "David, estoy bien". El joven no se tranquilizó. "David, ¿qué haces con el cuchillo? ¡Suéltalo!, le dije. Recuerdo que abría compulsivamente los armarios de la cocina y decía: 'no sabes lo que he visto ahí'". Habló de su abuela, que había fallecido años antes.

Carmen, en shock, recondujo como pudo la situación. "No sabía qué hacer. Solo me quedaba pensar, de verdad, que había tenido que tomar algo. Que bebió, incluso que se drogó, no era normal". Le sugirió ir a urgencias. David dijo que no. Calma aparente. Pasó la noche. Carmen, intranquila, se fue a trabajar.

Pilas y baterías

A las cuatro de la tarde, la mujer regresó a su casa y, al abrir la puerta, "casi me da algo", recuerda. No ha podido sacarse la escena de la cabeza: "David no estaba. Tenía velas encendidas por toda la casa, en las habitaciones... Las sillas estaban tiradas, los cajones abiertos; todos los aparatos eléctricos con las pilas y baterías retiradas, la ropa amontonada, la cubertería tirada y los espejos del revés, mirando a la pared".

Su habitación, que días antes estaba repleta de fotos, de póster, estaba vacía: "Lo había metido en bolsas y estaban en el salón".

A las cuatro y pico de la tarde, el chico apareció. "¿De dónde vienes David?". "¡De buscarte!", contestó. "Pero, ¿qué ha pasado aquí?". "He hecho limpieza. Total el piso me lo voy a quedar yo". De nuevo, su voz había cambiado, "estaba agitado". Carmen llamó a su hermana, la tía de David.

La mujer entró en casa. De nuevo, calma aparente, solo unos segundos. "Voy un momento a comprar al chino", le dijo el joven a su tía. "¿Vas a tardar?", "No, no, ahora vengo". No regresó.

Una foto quemada

Los minutos se hicieron horas. No volvió. "Se fue con lo puesto, llevaba la cartera, poco dinero y su documentación". No tardaron en acudir a la policía. "Fuimos esa misma noche a denunciar", recuerda Carmen, "nada era normal".

Contó lo vivido. "La casa no ardió de milagro. Me quemó una lampara, quemó una foto de mis padres en el salón. Brote, paranoia o llámalo 'x', no lo sé, pero está claro que algo no estaba bien".

David Hernando Cortes. 26 años. Mide 1.75 m, complexión delgada. Dos tatuajes, en pierna y brazo derecho. En uno pone: "Made in Madriz", el otro es un "takeo" (firma) de grafitero. Apasionado del arte callejero, lo conocen como "LORK". Los agentes completaron la ficha. "Si sabemos algo se lo comunicamos...", dijeron.

"¿No van a ver la casa? Es impactante". Tras la insistencia de Carmen, los agentes acudieron. "No tocaron nada", no cogieron su móvil, quizá clave, ni su ordenador. "Yo no puedo decir si han buscado o no a mi hijo", lamenta, "pero sí que David hoy no está".

Carmen, acudió a la comisaria de Villaverde (Madrid), "al principio puse la denuncia en Usera, y luego pasó a allí. Me dijeron: ¿usted sabe la cantidad desapariciones que hay en este distrito todos los días?". Era joven, "se ha ido por su propio pie". La investigación se enquistó.

El protocolo de búsqueda de personas desaparecidas del Ministerio del Interior establece que las desapariciones involuntarias incluyen aquellas personas que, aunque se vayan por voluntad propia, tienen problemas de salud mental. Problemas con deterioro cognitivo, trastornos mentales, brote psicótico, enfermedades neurodegenerativas o personas con discapacidad.

La búsqueda de la persona desaparecida viene generada por razones de su propia seguridad o ante la demanda de familiares o personas allegadas, y por interés social.

Investigación familiar

Comedores sociales, albergues, hospitales, "llamamos a todos los sitios que se nos podían ocurrir". Dibujaron todas las escenas: "que estuviera desorientado, que hubiera tenido un accidente...". Trataron de contactar con sus amigos, conocidos, batieron sin descanso. Nada sirvió.

"Nos dijeron que estaba en una casa okupa en Fuenlabrada, fuimos sin dudar", recuerda Carmen

"Mira, me ha dicho un colega que está en una casa okupa en Fuenlabrada...", les contó un amigo de David. "Fuimos sin dudar. En esa zona había muchas casas okupas, pero solo ver la gente que había... no te podías ni acercar al portal", revive Carmen. Chabolas, solares, lo miraron todo. "Era imposible. Era buscar una aguja en un pajar".

Fotos rescatadas por la familia del ordenador de David.

"Se fue", lamenta Carmen. "La causa no la sé". Lucha desde entonces por recomponerse, lo espera, "sé que algo le pasó, por cómo estaba mi casa, por cómo estaba él y porque no había motivos para desaparecer. He hablado con médicos después y todos indican que tiene toda la pinta de ser un brote psicótico", lamenta.

No hay día que no piense en él. "Llevaba siempre la capucha, una mochila y botes de espray", recuerda su madre. "Yo siempre le decía: pero David... no me gustaba que lo hiciera", cuenta. "No me gustaba nada, porque se le daba bien pintar, pero quería que le sacara partido, que lo canalizara de otra manera".

Hoy daría lo que fuera por ver una nueva pintada, reciente, que lleve su firma. Algo que le dijera que está bien, algo que le llevara a él.

David, junto a una pintada.

Amante de la música, del cine, la mayor parte de sus amigos son de Azuqueca (Guadalajara) donde creció. Muchos de ellos empapelaron Madrid (Fuenlabrada, Aluche...) con su foto cuando se enteraron de su desaparición.

Lo esperan, como hace Carmen, desde hace cinco años. Confía en el reencuentro: "le gustaba Barcelona, Estados Unidos... pero bueno, a lo mejor está en Chinchón", visualiza. "Quizá es un escudo para sobrellevarlo, puede, pero yo creo que mi hijo está bien y que aparecerá algún día para presentarme a mi nieto".

No quiere reproches, ni siquiera explicaciones. "Si alguien sabe algo, que nos ayude... O él mismo... Tiene derecho a decidir sobre su vida. Solo quiero saber que está bien".