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Oficial de la Policía Local de Palma, retirado tras 40 años de servicio
Entrevista

Joan Lluís Sánchez, el Súper: «La sensación de ayudar a la gente es algo que engancha, no todo es perseguir delincuentes»

El oficial Sánchez repasa sus comienzos en la Policía y cómo una enfermedad le cambió la vida, pero no la vocación de servicio público

«La sensación de ayudar a la gente es algo que engancha, no todo es perseguir delincuentes»

Es uno de los mandos más carismáticos de la Policía. Sus compañeros le llamaron Súper tras sus primeras intervenciones y siguió trabajando pese a que una enfermedad le dejó en silla de ruedas. Le van a imponer la medalla de oro al mérito policial.

En 2005, cuando le diagnosticaron esclerosis múltiple, los médicos le dijeron que no podría seguir trabajando como policía. Él ha tardado diecisiete años en dar su brazo a torcer. No le llaman el Súper por casualidad. El oficial Joan Lluís Sánchez, de 62 años, se acaba de retirar tras cuarenta años de servicio en la Policía Local de Palma. En la próxima Diada le impondrán la medalla de oro al mérito policial, la primera que otorga el Ayuntamiento de Palma.

La medalla de oro al mérito policial, nada menos.

Sí, es muy especial, porque es un reconocimiento que ha sido impulsado por mis propios compañeros. Es algo que no esperas. Hay medallas que sabes que existen y te puedes esforzar en conseguirlas, pero esta ha sido una sorpresa y tiene para mí un valor incalculable.

Si echa la vista atrás y repasa su carrera como policía, ¿qué sentimiento le queda?

Es el mismo sentimiento que tuve la primera vez que vestí el uniforme a principios de los ochenta. Yo me hice policía porque a mis 22 años me parecía una vergüenza no tener ya un trabajo y con mis amigos del barrio vimos un anuncio en un periódico que informaba sobre nuevas plazas en lo que entonces era la Policía Municipal. Pensábamos que podría ser un trabajo provisional y luego ya buscaríamos otra cosa. Pero a la semana de empezar a trabajar como policía de barrio en La Soledat, empecé a notar una satisfacción especial por poder ayudar a la gente. Es verdad que no puedes cambiar las cosas, pero sí intentar mejorar algunas.

Ahora, con la perspectiva del tiempo, ¿cree que podría haber sido otra cosa que no fuera policía?

No, en absoluto. He hecho mía una frase que me dijeron una vez, que un policía no se jubila, un policía se muere. Ese sentimiento de servicio público, de ayudar a los demás, lo asumí casi el primer día y es algo que engancha.

Policía de barrio es un buen destino para empezar.

Sí, porque detectas los problemas de convivencia y tienes la posibilidad de intentar solucionarlos. Son problemas que pueden parecer nimios, pero que para los que los sufren son importantes. En aquella época había una pandilla de chicos conflictivos y a mí se me ocurrió ir a buscar al jefecillo. Nos tomamos un café y hablamos. Le dije, mira, yo soy el policía del barrio, así que vamos a llevarnos bien, no causes problemas y si yo puedo ayudarte en algo lo haré. Y me dijo que el campo de futbito de la plaza estaba destrozado, que no podían jugar. Así que fui al Ayuntamiento y conseguí que lo adecentaran. Yo había jugado al fútbol y creamos un equipo, el Dínamo de Gitanés. Yo era el capitán y entrenador. El que delinquía o se metía en líos no jugaba, y le aseguro que se llevaba un buen disgusto. Le sabía peor no jugar que la detención. Nos apuntamos a un torneo de aficionados y quedamos campeones. No sé si aparté a esos chicos de la delincuencia, pero al menos tenían un aliciente.

Y luego pasó a la Unitat d’Intervenció Immediata (UII).

Eso fue cumplir un sueño. Era una unidad especial, con gente muy especial, la élite de la Policía Local. Cosas como lo del Dínamo de Gitanés, o tener controlada la delincuencia en la zona, llegaron a oídos de los jefes las UII y me ofrecieron incorporarme. Fue una época muy bonita. Aprendí muchísimo y me lo pasé mejor. El día de Nochebuena los veteranos hacían una colecta entre todos los policías. Nos hacían poner doscientas pesetas a cada uno. Con el dinero comprábamos veinte pollos asados y veinte raciones de patatas, y por la noche los repartíamos entre familias que sabíamos que lo necesitaban. No todo era perseguir delincuentes y poner multas, también había una voluntad de ayudar a la gente.

¿Los policías se implicaban más en esa época?

Era diferente. Le cuento. En otra ocasión fuimos a un domicilio donde había una anciana a la que su nieto le había pegado. El nieto, que era un chaval de veinte años, la agredía si no le daba dinero y ella tenía miedo de que le volviera a pegar cuando regresara esa noche. El jefe del grupo le dijo a la mujer: no se preocupe que eso no va a pasar. Aquí este chico (señalándome a mí) se va a quedar a dormir aquí. Y así fue. La señora se fue a dormir, yo me quedé en el sofá, y cuando el nieto volvió, sobre las cinco de la madrugada, se encontró a un policía en la casa. Entonces llamé por radio a los compañeros y se presentaron allí. Y el veterano le dice al chaval: ¿sabes quiénes somos? Policías, dijo. No, le contestó mi compañero. Somos tres amigos de tu abuela y como le vuelvas a poner la mano encima volveremos y se te va a caer el pelo. Era otra forma de resolver los conflictos, puede que no fuera muy ortodoxa, pero era efectiva.

Usted lleva la UII grabada en la piel, literalmente.

Es verdad. Tengo los emblemas de las UII tatuados en los brazos. Cuando me diagnosticaron la enfermedad, lo primero que me dijeron es que ya no podía ser policía. Y mi reacción fue, vale, el escudo que llevo en la ropa me lo podréis quitar, pero este no.

¿Cómo fue descubrir que padecía esclerosis múltiple?

Empecé a tener problemas el 24 de diciembre de 1999. Recuerdo que fui a ducharme y al probar la temperatura con la mano derecha, no noté que saliera caliente. Pensaba que se había terminado el butano, pero luego vi el vapor, y con la mano izquierda noté que estaba ardiendo. Luego empecé a tener progresivamente problemas de movilidad, pero no tuve el diagnóstico hasta 2005.

Le dijeron entonces que no podría seguir como policía, pero ha aguantado hasta 2022.

Bueno, al principio me hundí. Estuve seis meses de baja por depresión. La noticia fue muy dolorosa. Pero me recuperé y pensé que había cosas que podía seguir haciendo. Vale que no podía correr detrás de un delincuente, pero hay mucho trabajo en la Policía que podía hacer. En aquel tiempo estaba Catalina Cirer de alcaldesa. Fui a hablar con ella y me dijo: adelante, si te encuentras bien y hay algún destino adaptado, sigue el tiempo que quieras. Los jefes también me apoyaron mucho, así que volví a las UII, aunque a trabajos administrativos.

Y luego ha estado de jefe de noche de la sala del 092, donde su experiencia era importante.

Me costó un pelín. A veces cuando estás en una situación como la mía, tienes que hacer un poco más para demostrar que vales. Pero yo llevaba ya treinta años de policía y poco a poco pude imponer mis criterios.

Y como jefe de la Sala de Atestados ha salido a alguna intervención de seguridad ciudadana. Que la gente alucinaba al ver que el jefe del operativo policial iba en silla de ruedas.

Esto se lo habrán contado sin mi permiso. Pero sí, alguna vez subía con la silla al furgón de los UII y alguna vez he salido.

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