En la Cofradía de Granaderos de la Virgen de los Dolores de Benetússer (Valencia) hay una broma interna desde hace unos años. Cuando tienen que vestir a la Virgen para sacarla en procesión, alguien pregunta: “¿Le ponemos el manto antiguo o ese nuevo tan caro que le compró Alberto?”. La gracia está en que el tal Alberto era el presidente y jamás compró ningún manto. Lo que sí que hizo, según sus compañeros, es meter la mano en la caja para coger los 2.800 euros que costaba la prenda. Nunca los devolvió, afirman fuentes próximas a la hermandad.

No es la más gorda que los vecinos atribuyen a este encantador de serpientes. De hecho, lo del manto de la Virgen ni se denunció. Poca cosa comparado con lo que vino después. Lo que ha llevado a Alberto Chust a la cárcel de Picassent ha sido una estafa continuada a unos familiares políticos. Entre 2009 y 2012 les estuvo engañando para que le diesen dinero que él invertiría en un negocio inexistente. Todo un cuento con el que les levantó más de 600.000 euros.

Para ello, el cofrade Chust se había creado un personaje. Hizo creer a todo su entorno que era casi una celebridad en el extranjero. Que trabajaba como médico para la ONU. Que era el dueño de un hotel en Marruecos y que le unía una estrecha amistad con la Casa Real española. Siempre vestido como un pincel, viajaba en coches de alta gama. Tal vez el único vecino de Benetússer (un suburbio de Valencia de menos de 15.000 habitantes) que tenía su propio chófer. En realidad, el chófer no era más que un amigo suyo que estaba en el ajo y con el que compartía un alto tren de vida, según cuentan los que lo sufrieron.

Alberto Chust, cuando era presidente de la cofradía de Granaderos / DLF

Porque Alberto, según cuentan a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA fuentes próximas al caso, se hacía pasar por médico de la ONU, pero ni siquiera tenía el título de Medicina. Aportaba un montón de papeles en inglés para impresionar. Pero nunca tuvo número de colegiado. Tampoco era propietario del hotel marroquí que decía poseer. En efecto, el hotel existía y él llevó a amigos suyos como invitados. Allí se hacía pasar por jefe y, una vez más, exhibía grandes cantidades de dinero que salían de sus bolsillos. Tampoco ha quedado acreditado que haya tenido nunca relación con la Casa Real.

Pero así deslumbraba a sus paisanos. Era la condición indispensable para pedirles dinero. Les prometía que les devolvería la cantidad íntegra, con un 12% de interés en un plazo de 14 meses. Operó así durante tres años. La sentencia del Tribunal Supremo, que le condenó a cuatro años y seis meses el pasado 22 de marzo y que es firme, cuenta que "fingiendo una solvencia de la que carece, consiguió que los perjudicados le entregaran en concepto de préstamo una serie importante de cantidades, sin que existiese ánimo de devolución por parte de aquel, conforme a los hechos probados, terminando por hacer suya la cantidad total de 663.100 euros".

ALBERTO I EL ESPLÉNDIDO

Alberto Miguel Chust Domínguez fue el primer presidente de la cofradía de los Granaderos de la Virgen de los Dolores de Benetússer tras su refundación, a principios de este siglo. Nadie le votó. Chust acabó presidiéndola casi por inercia. "Pagaba cosas por su propia voluntad. A uno le ayudaba a comprar el traje, que es muy caro. A otro le prestaba tal o cual cosa. Al poco tiempo, a base de ser tan espléndido, se había colocado como presidente y nadie puso objeción", cuentan fuentes próximas a la hermandad.

Sede de la hermandad de Granaderos, ahora cerrada / DLF

Unas ayudas que tenían trampa. Lo que aportaba por un lado, se lo llevaba por el otro. Ponía dinero para algún concepto y dejaba a deber otros por el camino. Su condición de presidente y el hecho de que la cuenta bancaria de la entidad sólo requería de una firma, hizo que tomase un total de 2.800 euros para comprarle un manto a la Virgen. El manto jamás llegó.

“A veces se lo reclamaban los otros cofrades en las reuniones del grupo. Él se enfadaba por la falta de confianza. “Cómo vais a dudar de mí, quién os creéis que soy”, se quejaba. Entonces se largaba y al rato aparecía con un sobre lleno de billetes, para demostrar que tenía el dinero. No sabíamos de dónde lo sacaba. Tampoco dónde se lo llevaba. Porque lo enseñaba para que viéramos que lo tenía… pero nunca lo devolvía”, recuerda un antiguo amigo del condenado.

Lo de llevar mucho dinero encima era casi una seña de identidad; parte de su estrategia para deslumbrar. Dice la sentencia que Alberto Chust solía llevar entre 5.000 y 6.000 euros en metálico en el bolsillo. Lo mostraba a menudo en público y lo utilizaba para pagar cuando estaba rodeado de gente. Lo mismo hacía en el hotel de Marruecos que presentaba como suyo. También en Benetússer cuando tocaba pagar algo de la hermandad: “Un día nos dijo que él iba a pagar las flores de la Virgen. Hubo un poco de revuelo, porque era algo que querían pagar entre todos los cofrades, pero él se empeñó y se lo acabaron permitiendo. Con el tiempo nos enteramos de que no le pagó el encargo a la florista”.

LAS LÁMINAS INGLESAS

Se llevaba a la gente de viaje a destinos remotos. A México, a Colorado (EEUU). Su trabajo era impresionar. Fue en 2009 cuando Alberto Chust inició la mayor de sus estafas. Ya no era cuestión de un manto a la Virgen. Era un palo a gran escala. Los incautos eran varios familiares de su propia esposa (ahora ex). Tan bien construido estaba su personaje, que ni su propia familia política tenía constancia de que todo aquello era falso. Todos deslumbrados por el brillo. ¿Cómo se lo hará Chust para llevar tan alto tren de vida?

Alberto les acabó revelando el secreto. Les ofreció la posibilidad de entrar en negocios que ofrecían una rentabilidad altísima en muy poco tiempo. Uno de ellos consistía en la compra de unas láminas de oro en Reino Unido. Parecía creíble. Chust se movía por Inglaterra como por su pueblo. Dicen que habla un inglés perfecto, porque tuvo una academia de idiomas. Se había llevado alguna vez a los amigos a Londres, para fardar de que trabajaba en tal o cual organismo importante de la capital británica. Les mostraba desde lejos una lujosa oficina de la City donde presuntamente trabajaba, los llevaba a restaurantes donde casi le hacían reverencias y mostraba pasaportes diplomáticos a su nombre.

Edificio en el que consta la dirección de la academia de Chust en Benetússer / DLF

Las víctimas contaron después en el juicio que Chust, además, les garantizaba con todos sus bienes la inversión que le confiaron. Se los llevaba a diferentes municipios de la Comunidad Valenciana para enseñarles presuntas propiedades con las que él avalaba posibles pérdidas. Al principio, para tranquilizar a los inversores, devolvía una parte de los intereses. Parecía un negocio muy seguro.

EL TIMO

Los incautos mordieron el anzuelo y le empezaron a entregar grandes cantidades de dinero. El 18 de septiembre de 2009, Alberto Chust, falso médico de la ONU, ficticio amigo del rey Juan Carlos y cofrade mayor de los Granaderos de Benetússer, recibió su primer ingreso. Un cheque bancario de 22.500 euros y 1.500 euros en metálico en concepto de préstamo. Él se comprometía a devolver el dinero recibido en el plazo de 14 meses, desde la fecha del contrato. El préstamo devengaba unos intereses de 320 euros al mes.

La operación pareció salir bien. Eso es lo que le vendió a las víctimas, que volvieron a picar. Esta vez le entregaron un cheque bancario de 13.000 euros y 1.000 euros en metálico, en concepto de préstamo. Los intereses devengaban menos dinero esta vez (242 euros al mes) porque la cuantía ingresada era menor. Pero como el negocio iba como un tiro según el cofrade bróker, las siguientes entregas fueron más cuantiosas. 30.000 euros en noviembre (28.000 en cheque y 2.000 en metálico) y 32.000 en diciembre (30.500 en cheque y 1.500 en metálico).

Los intereses iban subiendo, Chust les devolvía una parte (de su propio dinero) para darle credibilidad a la estafa y los ingresos se seguían sucediendo. Así registró hasta 32 operaciones entre septiembre de 2009 y agosto de 2011. La más alta se produjo en noviembre de 2010, cuando las víctimas le dieron 70.000 euros. Hasta que la estafa explotó.

Alberto Chust sabía que no iba a poder devolver nunca tanto dinero, por el mero hecho de que las inversiones no existían. También era cuestión de tiempo que el timo explotase. Porque ese dinero tenía que invertirlo en dos conceptos: por una parte en devolver los intereses; por la otra, en seguir reventándoselo con su amigo el falso chófer. Y al final, la pasta, a pesar de ser mucha, no dio para tanto. A partir del primer trimestre del año 2012 dejó de pagar los intereses pactados. Para cuando las víctimas se dieron cuenta y procedieron a denunciar, el cofrade Chust ya les había levantado 663.100 euros.

Chust se marchó de Benetússer a vivir a Valencia. De la cofradía de Granaderos salió casi por silencio administrativo. Un buen día dejó de ir y jamás volvió a aparecer. El mismo hombre que llegó a presidente de la hermandad casi por aclamación, por su querencia a ser el centro de atención y el que más cosas pagaba. El tipo que fue elegido a la búlgara, se fue a la francesa, en silencio y dejando más deudas que amigos. Ahora cumple 4 años y 6 meses de cárcel en el penal de Picassent. Nunca devolvió aquel dinero y a la Virgen de los Dolores la siguen vistiendo con el viejo manto, porque Chust nunca compró uno nuevo.