Caso Abierto - Diario de Mallorca

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«Veinticinco años después, no olvido la imagen de los dos niños muertos»

Cuando se cumple un cuarto de siglo del asesinato en sa Coma de dos pequeños a manos de su padre, el médico alemán Rüdeger Oyntzen, el exjefe de la Policía Judicial de Manacor rememora el caso: «Era un hombre sin corazón»

Rüdeger Oyntzen señala a sus hijos, en una imagen tomada pocos días antes del crimen.

«Cuando entré en la habitación vi las dos camas juntas, y sobre ellas los cadáveres de los niños. Tenían un pañuelo en la cabeza a modo de mortaja y en las manos, cruzadas sobre el pecho, una flor. Me quedé bloqueado. Necesité varios minutos allí, solo y en silencio, para asimilar lo que estaba viendo. Veinticinco años después todavía tengo la imagen grabada a fuego».

El brigada de la Guardia Civil retirado Tomás Sastre era el 6 de septiembre de 1996 el sargento jefe de la Policía Judicial de Manacor. Él fue el primero en entrar aquella mañana en la habitación 431 del hotel Royal Mediterráneo de sa Coma, en Sant Llorenç, donde el médico alemán Rüdeger Oyntzen, de 40 años, había asesinado a sus hijos, Katharina y Mathias, de ocho y seis años, a los que inyectó un cóctel letal de medicamentos, con la intención de causar el peor daño a su exmujer, de la que se acababa de divorciar. Es uno de los crímenes más horrendos de la historia de Mallorca, del que se cumplen 25 años.

Sastre recuerda con total precisión los detalles del caso. «Es algo que no se olvida aunque quisieras. Aquella mañana estaba realizando unas prácticas como monitor de tiro en el cuartel de Artà, cuando me avisaron para que fuera con urgencia al hotel de sa Coma. No se sabía qué había pasado, solo que se trataba de algo grave».

Desde Artà, Sastre llegó rápidamente a sa Coma. Fue el primero en entrar en la habitación 431. Tras dos días con el cartel de no molestar en la puerta, una empleada de la limpieza había accedido al interior y había salido rápidamente al vislumbrar la escena. Sastre permaneció varios minutos allí solo. Tras digerir lo que había ocurrido, y con la llegada del resto del equipo de Policía judicial, llegó el momento de tomar decisiones. Qué hacer y cómo hacerlo.

El médico alemán, en el juzgado tras ser detenido. | B. RAMON

«Desde el primer momento fue evidente que había una mano criminal, no se trataba de un accidente», rememora. «El asesino había preparado toda una escenografía y había dejado una carta escrita en alemán en la que confesaba el crimen». Esta nota, escrita con una tremenda frialdad y meticulosidad profesional, reflejaba al detalle las reacciones de sus hijos tras recibir a través de una vía las dosis mortales de medicamentos. Anotó la hora y el minuto de sus muertes. Explicaba que lo había hecho para evitarles el sufrimiento que les supondría vivir con su madre, ahora que se habían divorciado.

«En aquella época no se hablaba de violencia vicaria, pero es un caso claro», prosigue Sastre. «Les mató con premeditación, porque trajo los fármacos desde Alemania. Los niños estaban a cargo de su madre, y él los trajo aquí con la excusa de pasar juntos las vacaciones. Durante unos días les hizo disfrutar, les llevó al safari y a la playa. Y poco antes de volver, les mató como acto de venganza hacia su mujer, para causarle a ella el mayor daño y destrozarle la vida».

En esos primeros momentos de la investigación, la prioridad estaba clara. «El crimen se había cometido dos días antes. Nos llevaba 48 horas de ventaja, y existía la posibilidad de que hubiera regresado a Alemania e intentara matar a su exmujer». La Guardia Civil alertó a la Policía alemana. «En aquella época, el único medio tecnológico con el que contábamos era el fax», recuerda Sastre, «pero manteníamos una excelente relación con todos los cuerpos de Policía Local de la isla. Les enviamos a todos la foto del sospechoso y al día siguiente, una patrulla de la Policía Local de Pollença le reconoció en Formentor y le arrestó. Dijo que había intentado suicidarse, pero solo fue un paripé».

Ese día, Sastre se enfrentó cara a cara al asesino en el cuartel de Manacor. No quiso declarar y se mostró extremadamente frío. «Era un hombre sin corazón».

Tomás Sastre, en la ventana de la habitación del crimen. B. Ramon

Condenado a 36 años, murió de cáncer en 2016

Rüdeger Oyntzen fue condenado por la Audiencia de Palma en 1998 a una pena de 34 años de prisión por asesinato de sus dos hijos. Durante los años que pasó en la prisión de Palma se convirtió en un preso de confianza. No era conflictivo, era amigo del sacerdote y colaboraba con los servicios médicos. En 2011 se atendió su solicitud y fue trasladado a una prisión de Alemania para cumplir el resto de la pena. Cuando murió de cáncer, en enero de 2016, estaba en tercer grado. Poco antes obtuvo el permiso para viajar a Mallorca y despedirse de sus amigos de la prisión.

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