El fabricante de armas con impresoras 3D y artefactos explosivos caseros que fue detenido en Santa Cruz de Tenerife en septiembre del año pasado, identificado como J.M., tiene, según fuentes policiales, “un perfil preocupante”, en la medida en que mezcla una obsesión por las armas y un interés manifiesto por actividades terroristas, de guerrilla urbana y de ideología de extrema derecha. Además, recurrió a la llamada dark web o internet oscura para hacerse con los manuales para dichas actividades peligrosas. El hombre, de 55 años y nacionalidad española, es propietario de cuatro inmuebles en Tenerife y el taller para construir armas lo tenía, precisamente, en la de mayor tamaño, en la calle Andrés Orozco Batista, en Vistabella, junto al castillo de San Joaquín.

Los investigadores de la Comisaría General de Información y de la Brigada Provincial de Información de la Policía Nacional, así como agentes del Grupo de Investigación de Vigilancia Aduanera, solo le conocen una actividad económica: administrador de una residencia de personas mayores, ubicada también en Vistabella. Sin embargo, los agentes han iniciado una investigación patrimonial para saber si le constan otros ingresos. En estos momentos, J.M. está en libertad provisional a la espera de la celebración del juicio por los delitos de los que se le acusa. Hasta septiembre, carecía de antecedentes en España.

La investigación de los cuerpos de seguridad se inició a comienzos del año 2020, cuando policías de Inteligencia detectaron que adquiría precursores para fabricar artefactos explosivos, así como material propio de los “supremacistas nazis”. En el transcurso de uno de los registros domiciliarios, el acusado manifestó, de forma espontánea, que estuvo vinculado con el Ejército de Venezuela hasta hace poco más de 20 años, cuando Hugo Chávez accedió al poder en dicha república. Fuentes de la investigación aclaran que ese apartado de su biografía no está acreditado por ahora.

Después, viajó a Florida, en Estados Unidos, donde su interés por el funcionamiento y la utilización de armas cortas y largas creció de forma exponencial. Acudía a disparar a galerías de tiro y frecuentaba ferias de compraventa de tales objetos. Según señalan las fuentes, “está obsesionado” con las armas de fuego, pero no se le ha apreciado enfermedad de salud mental alguna. En las diligencias del caso sí está probado que accedía a la dark web para descargarse manuales de terrorismo o de hacer bombas, que después explotaba en montes de la Isla.

La existencia de tantos armazones de pistolas hace pensar a los investigadores policiales que su objetivo era comercializar buena parte de las unidades. A pesar de que con las impresoras 3D se pueden fabricar en plástico el 95 por ciento de las piezas de un arma corta, hay algún elemento que debe ser de metal, como la aguja percutora, por ejemplo, y que lo tuvo que adquirir en China o en Estados Unidos.

A los integrantes del Grupo de Tráfico Ilícito de Armas Internacional de la Comisaría General de Información les preocupa un aspecto: el momento en que todos o muchos ciudadanos puedan acceder a impresoras para fabricar objetos metálicos.

A partir de ese momento, la capacidad lesiva de este tipo de individuos que fabrican armas en su casa puede aumentar de forma considerable. Y es que un arma fabricada con piezas de plástico no se puede detonar muchas veces: una, dos o tres, como máximo, según las fuentes, porque se deteriora. Pero será muy distinto si todos los elementos se pueden autofabricar con metal.