Caso Abierto - Diario de Mallorca

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Aniversario

El crimen del siglo

El asesinato ritual ocurrido en 1970 en Tenerife sacudió a una sociedad española ajena a sucesos similares - Los criminales quedaron en libertad por enajenación mental e ingresaron en un psiquiátrico en Madrid de donde huyen en 1990

Una información periodística sobre el crimen.

"Con los sentidos puestos en cada detalle y con todo el poder de captación que da al hombre la presencia de la tragedia sorprende a los actuantes la inmensa profusión de estampas y alegorías de origen sagrado que ocupan las paredes; la paz de estas noticias eran como un mudo contraste con la crudeza de la realidad que se presentía. El primer hallazgo fue el de Marina, la hija mayor, de 17 años, que estaba tumbada boca arriba con los ojos abiertos. Tiene el torso descubierto y los dos pechos desgajados y con un gran boquete en el lado izquierdo; la zona genital destrozada y con profundos desgarrones; a su lado, en el suelo, el corazón y otras vísceras; junto a ella un martillo y una cuchilla de zapatero. Al otro lado de la cama está Petra, de 15 años, con las mismas lesiones. A su lado unas tijeras de podar y unas tenazas. En otro cuarto se halla a la madre, Dagmar, en similar situación".

El atestado policial del denominado crimen de la Familia Alexander, sucedido el 16 de diciembre de 1970 en Santa Cruz de Tenerife, es ya por sí solo un relato que podría incluirse en cualquiera de las terroríficas novelas de Thomas Harris, padre literario de Hannibal Lecter, aunque el relato de los hechos cometidos por Harald y Frank Alexander tienen un terrorífico matiz del cual carece el caníbal de los libros: son reales.

El grado de locura que se vivió aquella tarde noche de miércoles en el piso de la capital tinerfeña donde habitaba la familia Alexander no sólo es escalofriante por la brutalidad de los hechos sino, también, por los datos en principio insignificantes para la investigación que iban completando el relato cuando los agentes policiales trataban de desentrañar el caso. Por ejemplo, que se encontraran colgadas por la casa a modo de ofrenda pedazos de carne humana "ofensiva" —pezones, corazón, vagina...—; que nadie en el edifico oyera nada —"escuché unos gemidos muy débiles", dijo un vecino— o que el padre, Harald, se dedicase a tocar un armonio traído de Alemania mientras su hijo extraía los órganos a su madre y sus hermanas.

Nada fue casual aquel día. La familia Alexander, formada además de por Harald y Frank por la madre, Dagmar, de 41 años, y las hermanas Marina, de 18, y las dos gemelas, Sabine y Petra, de 15, había convertido su hogar en una especie de sociedad mesiánica en la cual las cuatro mujeres vivían a expensas de los deseos de Frank, el hijo menor, considerado por su progenitor desde su nacimiento un enviado del Mesías: el Hijo de Dios en la tierra. Y su madre y sus hermanas también lo creían, accediendo a ser relegadas a un segundo plano y aceptando, incluso, mantener relaciones sexuales con él porque el resto de mujeres podrían contaminar al considerado Profeta de Dios.

Los Alexander eran una familia de fanáticos religiosos que creían que todas las personas fuera de su pequeña secta eran "propiedad del diablo". Su tipo deformado de cristianismo se basaba en que solo los miembros de su grupo estaban libres del control de Satán, y todos los demás eran instrumentos del diablo que necesitaban ser purgados con violencia si el elegido daba la palabra. Y en 1963 nace Frank, 'su' elegido y, 16 años después, el coautor del parricidio del cual se cumplen ahora cinco décadas, un suceso que se considera el primer caso con víctimas mortales relacionado con grupos sectarios en España.

Originarios de Dresde, Harald Alexander y Dragma se mudaron luego a Hamburgo, donde el cabeza de familia, que había pasado 15 años en un centro psiquiátrico, se convirtió en discípulo de George Riehle, líder autodesignado de la Sociedad Lorber, una agrupación religiosa formada por Jacob Lorber a principios del siglo XIX que, basándose en una espiritualidad "severa", enseñaba la abnegación inquebrantable y sostenía la creencia de que todos los que no eran miembros de su grupo eran básicamente malvados. Riehle se convirtió en miembro de esta pequeña secta, que nunca contó con más de unos pocos cientos de miembros a lo largo de las décadas, aunque cometieron algunos crímenes parecidos a los de los Alexander en Canarias, y en algún momento del año 1930 llegó a creer que él era el Profeta de Dios.

Alexander conoció a Riehle en Hamburgo cuando el anciano se estaba muriendo y lo cuidó durante sus últimos días. Cuando Riehle falleció, Harald le anunció a su esposa que había heredado el liderazgo de la Sociedad Lorber. También heredó un viejo abrigo fetiche y un armonio u órgano portátil con mecanismo de acordeón que proporcionaba acompañamiento musical en las reuniones de la sociedad. Los vecinos de la casa de los Alexander en Santa Cruz de Tenerife, tras los crímenes, relataban a la prensa las maratonianas sesiones de cantos, órgano y oraciones que se escuchaban en el piso de aquellos alemanes día tras día.

Dagmar Alexander, la esposa y madre finalmente asesinada, compartía las convicciones de su marido y aceptó sin dudarlo su papel autoproclamado como líder. Cuando nació su hijo Frank, Harald le dijo que su hijo era ahora el Profeta de Dios y que todos sus caprichos debían ser obedecidos. Y ella vuelve a acceder mientras el niño crece atendido por los miembros de su familia: su hermana mayor Marina, sus hermanas gemelas menores, Sabine y Petra, y sus padres. Respondieron a todos sus deseos y, con el tiempo, Frank pudo dictar todos sus movimientos convirtiendo a las mujeres de la familia en sus esclavas sexuales.

La madre era de una dureza terrible y mantenía a Frank con la mano izquierda atada porque era zurdo. Además, el joven era tartamudo y la cabeza de familia le enviaba a psicólogos para corregir aquello que según su manera de entender la vida era indigno para un enviado de Dios. Sus historias comenzaron a circular primero entre los compañeros de colegio y luego entre el profesorado de la ciudad.

Como suele suceder en estos casos, la familia Alexander no entendía por qué se juzgaba su comportamiento de puertas para afuera y finalmente la familia deja Alemania porque sus costumbres, sobre todo el incesto, eran ya un clamor entre la sociedad de Hamburgo y la Policía les estaba investigando.

En esas fechas, Dragma recibe una herencia de 20.000 marcos un día que Harald lleva puesto el abrigo fetiche que le regaló George Rhiele al fallecer (desde entonces pasó a ser el abrigo de la suerte) y justo acceden a comprar unos terrenos en la zona de Los Cristianos, en la isla de Tenerife, lugar que no conocían salvo de oídas.

Hay que tener bien claro para entender este suceso la aceptación sin fisuras por parte de la familia de sus creencias satánico-religiosas y del papel de salvador que jugaba Frank. Tanto es así que cuando Harald Alexander le dice a su hija superviviente [Sabine se salvó porque estaba trabajando ese miércoles en La Laguna] que junto a su hermano ha terminado con la vida de su madre y hermanas, Sabine toma la mano de su padre y se la lleva a la mejilla, diciendo: "Estoy segura de que has hecho lo que creías necesario".

El doctor Trenkler, un médico alemán en cuya consulta trabajaba Sabine, se quedó estupefacto al presenciar aquella conversación. "Ah, lo has escuchado", le dijo Harald. "Hemos matado a mi esposa y a otras hijas. Era la hora de matar". Fue el médico quien alertó al Consulado de Alemania en la isla y ellos, a su vez, llamaron a la Policía que finalmente detiene a padre e hijo.

El Corazón de Jesús en la escena del crimen

Los agentes policiales, tras proceder a la detención de los dos alemanes confesos, se trasladaron a la vivienda de la familia en la calle Jesús de Nazaret —otra señal divina para la mente de los Alexander— esquina Viera y Clavijo, en el centro de Santa Cruz de Tenerife.

Es fácil entender entonces el relato del atestado con el que se inicia este reportaje tras conocerse el crimen. Obsesionados con la iconografía cristiana del Corazón de Jesús, la imagen divina estaba repartida por toda la casa con el hijo de Dios señalándose el corazón sangrante en paredes, marcos de fotos y calendarios. Todo vale. Los cadáveres de las tres mujeres estaban en dos habitaciones: Dragma fue la primera en morir. Tras almorzar se había trasladado a un dormitorio con dos camas para dormir la siesta con su marido, cuando Frank entró y se sentó en la cama de su padre mirando fijamente a su madre.

Frank Alexander diría luego a uno de los psiquiatras que comprobó que la madre "tenía una mirada demoniaca, fría como el hielo y una sonrisa sarcástica en los labios". El menor de 16 años comienza a abofetearla "y transformado en un ser superior", se autodefine, "le dice a su padre que tome una percha de la ropa y entre los dos le siguen pegando; la madre accede y se coloca boca abajo para dejarse hacer", aseguraron durante el juicio. Permanecen en el cuarto alrededor de una hora golpeando hasta la muerte a Dragma. Luego continúan en la otra habitación golpeando a las otras dos niñas. En un momento dado, Harald comienza a interpretar al armonio partituras de las sesiones de la Sociedad Lorber mientras su hijo se ensañaba en los cuerpos de sus familiares empleando tijeras de podar, cuchillas de zapatero, un martillo...

La casa estaba llena de sangre y tejidos esparcidos por las paredes, el suelo y los techos cuando llegaron los policías canarios aquel diciembre de 1970. Colgados de cuerdas por toda la vivienda encontraron pechos, pezones y demás "órganos perversos", como llamaban a los órganos genital femeninos estos dos enfermos mentales diagnosticados (quedaron en libertad por enajenación mental). La imagen religiosa del Corazón de Jesús formaba parte de toda aquella escena hallada en la vivienda de la fanática familia religiosa.

Después del brutal ritual —"un sacrificio te hará más puro", decían los integrantes de la familia— Harald y Frank se ducharon, se cambiaron de ropa y se dirigieron al sur de Tenerife, un trayecto en coche desde Santa Cruz de Tenerife de más de tres horas entonces hasta llegar a la zona de Los Cristianos donde habían comprado unos terrenos.

Su primera intención era escapar a Alemania en avión pero en otro brote de locura se habían deshecho de toda su documentación, pasaporte incluido, lo que les impedía volar.

Ambos pasaron la noche en la zona turística del sur tinerfeño, en Adeje, con cerca de 25.000 pesetas en el bolsillo (150 euros ahora pero una cantidad importante para una familia que se consideraba pobre —Harald era albañil, y las mujeres limpiaban y cuidaban niños y enfermos— y ya por la mañana se dirigieron a La Laguna para informar de lo sucedido a su hija Sabine. Era 17 de diciembre cuando llegan a la villa del doctor Walter Trenkler, pidiendo ver a Sabine, de 15 años, quien trabajaba para Trenkler como empleada doméstica. El doctor la encontró en la cocina preparando una comida y le dijo que su padre y su hermano estaban en el patio esperando para verla. Entonces se produce el anuncio antes mencionado y que escucha el médico alemán antes de alertar a las autoridades.

La manera de Harald y Frank de asumir desde un primer momento los hechos que habían cometido, con suma normalidad y casi vanagloriándose por su acción purificadora, fue clave para su puesta en libertad. La defensa solicitaba su reclusión en un psiquiátrico y el fiscal emplazaba a la pena de muerte para Harald (en España aún se ejecutaba mediante garrote vil en 1972). Para Frank pedía 40 años de reclusión menor, 20 por cada una de las víctimas.

Finalmente, el tribunal absolvió a los acusados de los delitos de parricidio y asesinato porque eran "autores no responsables" y "por concurrir en los mismos la eximente de enajenación mental". Debían, asimismo, abonar 900.000 pesetas a Sabine Alexander, la hermana superviviente.

Según la sentencia del 26 de marzo de 1972, se procedió a su internamiento "en uno de los establecimientos destinados a los enfermos de aquella clase, del cual no podrán salir sin previa autorización de este tribunal".

Harald y Frank fueron internados al Centro Asistencial Psiquiátrico Penitenciario de Madrid pero en 1990 logran escapar e incluso la Interpol lanza una orden de busca y captura internacional pero no hay suerte y ambos desaparecen. Hoy Harald Alexander tendría 91 años y Frank Alexander 66.

El caso de la Familia Alexander, como no podía ser menos en estos tiempos de internet, continúa despertando interés entre la sociedad, y no solo española y alemana, y existen algunos portales web donde se trata, entre otros asuntos, del paradero de los protagonistas supervivientes de este dramático suceso acompañado de armonio. En uno de ellos dicen que Sabine Alexander, que ahora tendría 65 años, ingresó en una orden religiosa de clausura para continuar alejada de los demonios que existen en la sociedad. De Harald y Frank se cuenta que fueron acogidos y ocultados por miembros de la Sociedad Lorber en Austria, aunque la secta cuenta con adeptos en Europa y EEUU.

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