La personalidad de Barbara Walters, la gran dama de la televisión estadounidense y precursora de Oprah Winfrey, sobresalía en la fiesta que ofreció Cristina Macaya en su finca de es Canyar en agosto de 2003. La nómina de invitados mide el poder de convocatoria de la anfitriona madrileña fallecida en Mallorca el pasado jueves, hasta el punto de que cabe hablar de la cena del siglo en la isla.

«En Macaya», el nombre consensuado para referirse a la finca la finca, la figura capital era siempre la dueña de la casa con logia incorporada. El menú giraba alrededor de una fideuá. Barbara Walters, fallecida el penúltimo día de 2022, contaba por entonces 71 años. Protagonizó la cena neoyorquina histórica, en la residencia neoyorquina de Leonard Bernstein, que permitió a Tom Wolfe acuñar el concepto de radical chic. La periodista había entrevistado a todos los presidentes y primeras damas estadounidenses desde Nixon. También consiguió la primera entrevista con Monica Lewinsky, comparable en impacto con la de Oprah a Enrique de Inglaterra. La conversación con la becaria no conllevó la hostilidad de la damnificada Hillary Clinton, que se sometió también al cuestionario de Walters para consolidar sus posibilidades electorales.

La estrella de la cadena televisiva ABC ganaba decenas de millones de euros al año y batía marcas de audiencia, pero no disimulaba su ingenua sorpresa al ver que su reputación había cruzado fronteras:

-Voy a quedarme a vivir en Mallorca. Los mallorquines son mucho más amables que los neoyorquinos.

Entonces ensombrecía el semblante, antes de preguntar con una naturalidad que contrasta con la autosuficiencia madrileña en la Mallorca ocupada:

-¿Qué piensan los españoles de nuestra intervención militar en Irak?

-Están en contra, en porcentajes abrumadores.

-Pues Aznar y su Gobierno nos ayudan en esta empresa.

-En contra de la voluntad popular.

-Los apoyos de Bush están bajando. Sin embargo, volverá a ganar las elecciones el año que viene.

-¿Será Hillary Clinton la candidata Demócrata?

-Hillary me dijo que no se presentará, pero estoy seguro de que lo hará en 2008.

Jim Hoagland, premio Pulitzer de ‘The Washington Post’. L.S.M.

-¿Ganará?

-No lo sé, porque dicen que Jeb Bush se está preparando para suceder a su hermano en el bando Republicano.

Al transmitirle que tres presidentes de una misma familia equivalen a una monarquía, Walters no se atrevía a pronunciar la palabra tabú, pero asentía explícitamente con la cabeza. Menuda y vestida con un blusón rosa, acertó más de la mitad de sus predicciones, las más significativas. Obama no era todavía nadie, le faltaba un año para llegar a senador.

La sintonía entre Macaya y Walters, sobradas ambas de personalidad, fue inmediata. El chevalier servant que escoltaba a la estrella televisiva era nada menos que Jim Hoagland, premio Pulitzer por sus columnas de opinión en el Washington Post. Asesor áulico de Katharine Graham, aportaba la receta básica en su concepción del periodismo:

-Somos un contrapoder. Cuando gobiernan los conservadores, nos situamos más hacia la izquierda, y viceversa.

También ayuda disponer de los dos mil periodistas de la redacción del Post. El oracular Hoagland aplicaba su ley general sobre la brújula periodística a la situación en aquel 2003:

-La imagen de Clinton mejora a cada día que pasa Bush en la Casa Blanca. El actual presidente no aprende.

Sorprendía la ingenuidad típicamente estadounidense de Walters o Hoagland ante la imagen de su país en el extranjero, un concepto del que se despreocupan los habitantes de otros países. Felipe González era el único político local que les inspiraba un mínimo de interés, aunque España estuviera sumida por entonces en la mayoría absoluta de José María Aznar.

La expedición de los huéspedes estadounidenses de Macaya viajaba en el yate de Sir Evelyn de Rothschild, jefe de la dinastía de banqueros, propietario del prestigioso The Economist y fallecido a finales del año pasado dentro del parte de bajas de la cena del siglo. El aristócrata bajaba la voz modestamente para pronunciar su apellido, al saludar a un invitado. Al enterarse de que su interlocutor era periodista, le soltaba a bocajarro:

-¿Conoce usted a Juan Luis Cebrián?

-Todos los periodistas conocen a Cebrián, y más de uno ha visto truncada su carrera porque en esta profesión solo cabe uno como él.

-Cebrián es muy amigo nuestro, una hombre de una inteligencia deslumbrante, de primera línea mundial.

La esposa de Rothschild era Lynn Forrester, más joven y menos rica que su marido, pero con los billones suficientes obtenidos en negocios tecnológicos para situarse al frente de The Economist. El entonces primer ministro italiano había actuado penalmente contra el semanario:

-No nos importa que Berlusconi interponga querellas contra nosotros. Al contrario, nos halaga y contribuirá a que se difunda la verdad publicada por The Economist. Sabemos que tenemos razón con nuestras críticas.

La ejecutiva de mayor rango de la fiesta del siglo en Macaya era Sherry Lansing, dotada de una belleza morena que en su juventud le había valido papeles de modelo y actriz. Había escalado en la jungla hollywoodiense, hasta convertirse en la primera mujer en presidir un gran estudio. Por duplicado, máxima ejecutiva de la Paramount y la 20th Century Fox. Durante la cena, recomendaba a quienes desearan imitar su carrera que «no deben obsesionarse con ser supermujeres».

Sherry Lansing, presidenta de Paramount, junto a su esposo William Friedkin, director de ‘El exorcista’ y Oscar por ‘French Connection’. L.S.M.

Lansing era nativa de Chicago, al igual que Hillary Clinton o Michelle Obama. Había producido grandes éxitos como Atracción fatal o Una proposición indecente. Era previsible que moderara los recelos ajenos sobre un Hollywood implacable, pero se negaba a engañarse:

-Podría decir que se trata de una falsa leyenda, pero te estaría mintiendo. El cine es un mundo muy cruel, las historias que se cuentan son ciertas.

Y todavía no había llegado el #metoo. A Lansing la acompañaba su marido William Friedkin, un director de culto que pasará a la historia por El exorcista y French Connection, con Oscar incluido. El cineasta se mostraba fascinado por los panoramas visuales que ofrecía Mallorca. Era obligado mencionarle una de sus películas más discutidas:

-Me gustó Cruising (A la caza), y eso no debe decírselo a usted todo el mundo.

-Choca esos cinco. Fue una película muy difícil de hacer y de vender. Siempre reconforta encontrar a alguien que la apreció.

-La incursión en los clubs gays cambió para siempre la imagen de Al Pacino.

-A Pacino le costó mucho adaptarse al papel. Todo fue turbulento en aquel proyecto.

Friedkin le ofreció a Macaya, a la que encontraba fascinante, un papel en la película que se disponía a rodar. Le encantaba hablar de cine:

-¿Por qué contrató a Fernando Rey para French Connection?

-En realidad queríamos a Paco Rabal, que daba el aspecto rugoso que buscábamos. Hubo un error con los nombres, y acabamos contando con un actor impresionante

-¿Almodóvar debería rodar en Estados Unidos?

-Triunfaría allí, pero siempre he pensado que un cineasta no debe abandonar su medio natural, porque pierde cuando se desplaza a otra geografía

-Usted salió de Estados Unidos en French Connection.

-Sí, y las escenas que tuve que rodar en Marsella no me parecen tan satisfactorias como el resto de la película.

Aquí terciaba Lansing, en auxilio de su marido. «No es cierto, las escenas francesas estaban a tono con el resto de la película». Los norteamericanos no monopolizaban la fiesta del siglo. Alrededor de las estrellas circulaban los habituales de Macaya, que disfrutaba con las combinaciones exóticas de invitados. Tomeu Catalá, el sacerdote de máxima confianza de la socialite, confirmaba que no renovaría su carnet de abonado del Mallorca al acceder Tolo Cursach a la presidencia del club. María Fernández de Córdoba, que bromeaba al autoasignarse la denominación de bruja, predecía hasta resultados de fútbol. Diandra Douglas presentaba a su nuevo amor, convenientemente olvidado, Marta Gayá vestía completamente de negro. Simoneta Gómez-Acebo agotaba la pista de baile con Sebastián Escarrer. Y muchos otros, hasta configurar una noche más en es Canyar, donde la perspectiva permite apreciar los cócteles humanos que agitaba la anfitriona por excelencia.

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FOTOS | Cristina Macaya, una vida en imágenes