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Colectivos vulnerables

Maltratadas en la vejez: "Prefería morir que vivir con el demonio de mi hijo"

Cuatro mujeres mayores de 75 años cuentan el horror de los malos tratos de los que salieron gracias a un servicio pionero de la comarca del Anoia, Barcelona

Marc Vila

"Yo he llegado al médico de cabecera llena de heridas, de sangre... me lo había hecho mi hijo. A veces pensé que quería morirme... era mi vida o la de mi hijo", explica Antonia, una mujer de 77 años vecina de la comarca del Anoia que vivió durante más de 20 años con su hijo alcohólico que la sometía a todo tipo de vejaciones. "A mí mis dos hijos, que están enfermos de esquizofrenia, me amenazan: me dicen que me van a matar, que ojalá me muera para mearse en mi tumba", relata Neus, también afectada. A Genoveva sus hijos la obligaron a vivir en la mendicidad. "Tienen el vicio de las drogas y me decían mentiras para quitarme todo lo que tenía", apunta la mujer entre llantos. A Lolita, en cambio, era su marido el que le prohibía salir de casa. "Hasta que mis hijas se me llevaron a un piso en otro pueblo", cuenta la mujer de 85.

Todas ellas han salido o están saliendo de este maltrato gracias al apoyo del Equip d'Atenció a la Vellesa de l'Anoia (EAVA), una unidad pionera en Europa con profesionales especialistas en detectar y atajar el maltrato en la vejez. "Cuando vine aquí me di cuenta de que no estaba sola", recuerda Neus. Una realidad invisible que se calcula que sufren el 15% de mayores de 65 años. "No lo ves, no te das cuenta o no te quieres dar cuenta... porque quien te lo hace es alguien a quien quieres con locura", confiesa Genoveva. Alzan su voz en El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica, para que otras personas en su misma situación puedan entender que lo que viven no es normal y que hay que detenerlo. "Hacerte fuerte, decir 'basta'", añade la anciana. Lo hacen desde el anonimato, sus nombres no son reales. "Esto te durará toda la vida... y pueden reconocernos y volver muy enfadados", justifica Antonia.

Alimentar a tu verdugo

"Mira la hijaputa esta que me viene a tocar los huevos para que la viole. Ven, ven, ven si tienes cojones". Esto es lo que el hijo de Antonia decía, dirigiéndose a su cuñado, mientras al mismo tiempo apuntaba a su propia madre con un cuchillo y la amenazaba con la mano alzada para volver a abofetearla. Pasaba en 2021. La mujer acababa de salir de una operación de rodilla y su hijo alcohólico, que vivía con ella, volvía a agredirla por enésima vez. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices. "Me pegaba con lo primero que encontraba. Yo al principio le pedía que parara con la voz flojita, para que nadie se enterara. Lo que más miedo me daba es que le hiciera daño a mis nietos, a mi yerno y a mi hija, que siempre acudían si me oían", explica.

Antonia cuenta que el infierno empezó en 1999. Su hijo vivía con ella y con su marido y ambos eran víctimas de sus abusos. Luego enviudó y ella se convirtió en el blanco. "Más de una vez he pensado que me mataría. Y lo prefería, mejor eso que vivir con un demonio", añade. Eran habituales sus idas al centro médico o las visitas de los Mossos d'Esquadra. "Le pedían que parara, pero luego él volvía", dice. Hasta que al final los servicios sociales de su pueblo alertaron a las profesionales del EAVA. Le acompañó uno de sus nietos. "Y se me abrió un mundo".

Las profesionales de la unidad trabajaron con ella, pero también con su hijo alcohólico. "Tuvimos suerte porque su familia, la hermana del presunto agresor, fue un apoyo absoluto", cuenta Gloria Fité, psicóloga de la unidad. Antonia se fue a vivir con su hija, hasta que su hijo y maltratador abandonó el piso tras una orden de alejamiento aplicada por un juez. "Luego volvió y casi que me revienta la puerta". Ella estuvo a muy poco de abrirle. "Es tu hijo, tiene frío, tiene hambre... es todo muy difícil. Si no fuera por ellas (las trabajadoras del EAVA) hubiera vuelto a abrirle", se sincera. El hombre estuvo varios meses durmiendo en el coche del garaje comunitario. "Yo iba a escondidas a llevarle café y desayuno", admite la madre. Ahora sabe que su hijo está en un centro de rehabilitación. Pero las secuelas persisten. "Cada vez que oigo el timbre... tiemblo", dice.

"Yo siempre les querré"

Genoveva tenía 74 años cuando supo que su hijo, que vivía en Andalucía y era el tutor legal de su exmarido, se había intentado suicidar. "Al pobre le había dejado la mujer y le dije que se viniera para casa", cuenta ella, que entonces tenía dos pisos en propiedad y algunos ahorros en su cuenta tras años de sudor y sacrificios. A los pocos meses llegó el otro hijo menor, y la cosa se desmadró. "A mí nunca me han pegado ni insultado, soy una privilegiada. Pero el dinero se les iba de las manos, no llegábamos a final de mes", recuerda.

Con las pensiones de los cuatro, en esa casa entraban 4.000 euros al mes. Pero Genoveva perdió más de 12 kilos de peso y terminó comiendo migas de pan con agua y mendigando dinero entre vecinos y amigos del pueblo. Fueron ellos quien avisaron a los profesionales del EAVA. "Ella estaba muy delgada y triste. La nevera vacía, la casa llena de golpes, algo que ella aún no asume que es violencia, y los hijos enganchados a las drogas", expone Fité. Los hijos consumían en casa y mentían a su madre para pedirle dinero. "Me decían cosas como que sus hijos necesitaban ayuda. Y yo ya no tenía nada y pedía a todo el barrio", se sincera.

La situación se alargó hasta que Genoveva superó un cáncer de colon. A los hijos solo se les vio por el hospital para pedirle dinero. Pero no la ayudaron en el posoperatorio. En cambio, vendieron los dos pisos de la madre, colaron okupas en la casa y le robaron más de 50.000 euros. Los profesionales del EAVA llevaron a Genoveva a un centro sociosanitario durante siete meses y allí trabajaron con ella para que se diera cuenta de que sus hijos se estaban aprovechando de ella. "Por suerte ahora ya no debo nada", cuenta la mujer, que vive con una pensión de 780 euros.

"Al ver que yo no estaba sola, ellos se amedrentaron y al final se fueron", detalla. A la hora de hablar de sus hijos, culpa de todo a las drogas y asegura que se están curando. Estuvo a punto de denunciarles y pedir una orden de alejamiento. Pero a última hora se desdijo. "Es muy difícil... son mis hijos y siempre les querré".

"Me dicen que me quemarán en casa"

Neus es la única de estas cuatro mujeres que aún convive con sus agresores. Son sus dos hijos, enfermos de ezquizofrenia desde la adolescencia y que no solo no se toman la medicación, sino que están enganchados a las drogas. "Los Mossos vienen cuando hacen cosas raras por el pueblo, y entonces los internan. Pero nadie sabía lo que pasaba en casa", admite. Hasta que entraron los profesionales del EAVA.

"Yo me encierro en la habitación, me da miedo lo que me puedan hacer", revela. Un día le bloquearon la puerta de su cuarto con electrodomésticos, movieron todos los muebles y vaciaron todos los cajones del comedor y de la cocina. "Y me gritan mucho. Me dicen que ojalá me muera, que un día quemarán la casa conmigo dentro y se mearán en mi tumba.... yo tengo miedo porque nunca me han hecho nada pero no sé cuando lo harán", sostiene la mujer.

Ahora está siendo acompañada por este equipo, que también trabaja con los hermanos. "El problema que tenemos es que faltan recursos para salud mental y esa carencia la pagan madres como Neus", denuncia la coordinadora del EAVA, Carla Casas. La mujer, además, también es víctima de expolio económico. "Del dinero que cobro... no veo nada. Se lo llevan ellos todo", asume.

"Son cosas de la edad, mi marido no está bien"

El día de Navidad, Lolita abandonó la masía que siempre había sido su casa. Vivía allí con su maridosu hijo, su nuera y sus nietas. Su caso llegó hasta el EAVA por una concejala del pueblo. "Ella siempre había sido muy activa, iba a misa cada día, y de repente nadie la veía en el pueblo". Resulta que su marido y su hijo habían decidido que ya no podía salir de casa. Un día tuvieron que acudir los Mossos porque Lolita no podía entrar en casa: le habían cerrado la puerta.

Ella le quita importancia al asunto. "Es que mi marido va a peor, ya no puede hacer todo lo que hacía antes, se hace mayor... y se pone muy nervioso y celoso. No querría que hiciera nada", justifica. En cuanto el EAVA se enteró, avisó a las dos otras hijas de Lolita. "Fue complicidad total", afirma. Sin avisar a la madre, miraron un piso en otro pueblo de la comarca. Y planearon el estallido del conflicto el pasado 25 de diciembre. "Mi marido empezó a decir que se me llevaran, que yo no valía para nada... y me fui con mis hijas", relata. "Ahora estoy bien, hago lo que quiero, el piso está bien... ya estoy tranquila. Incluso alguna vez he ido a comer con mi marido".

¿Por qué no le denunció? "¿Yo? ¿Denunciar? ¿Para qué? No hay para tanto, no me hizo nada", contesta la mujer. La coordinadora de la unidad hace especial hincapié en esta respuesta. "Por eso necesitamos un servicio especializado. Ella no habría ido a ningún servicio de violencia de género para denunciar esta violencia".

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