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Cambio climático

El cine contamina mucho más de lo que crees: estos extrabajadores del sector intentan remediarlo

El entretenimiento emite más gases de efecto invernadero que la industria textil, la aeroespacial y la hotelera

Eduardo Viéitez, Yolanda Costas y Lorea Elso, en Madrid. David Castro

Cuando trabajaba dirigiendo anuncios para empresas como BMW, Samsung, Durex o San Miguel, Eduardo Vieitez miraba el 'catering' que servían durante el rodaje y sentía “vergüenza”. Aquello era muy poco sostenible. “La publicidad es una superproducción constante –explica Vieitez-. No se trata solo de la comida que se ofrece y acaba muchas veces en la basura. También están los directores de fotografía, por ejemplo. Te enseñaban el móvil y te decían: ‘Mira los dos ‘camionacos’ que me he traído para rodar’. Había mucho de virilidad en el mensaje. Pero todo esto está empezando a cambiar”.

Si está cambiando, es gracias a esfuerzos como el de Vieitez. Dejando atrás la “vergüenza”, fundó una compañía llamada Creast que pretende rebajar la huella de carbono de la industria audiovisual. Porque este es un sector tremendamente sucio. Un anuncio de tipo medio, con tres días de rodaje, emite 20 toneladas de CO2, el equivalente a 20 piscinas olímpicas o a la huella de carbono de una familia durante tres años. Según los cálculos de Producers Guild of America, la principal asociación de productores estadounidenses, el sector contamina más que la industria textil, la aeroespacial y la hotelera. Pero hasta ahora, había pasado casi desapercibido.

“Al principio, se nos echaron encima. Y cuando digo al principio parece que me refiera a hace dos décadas, pero estoy hablando de hace año y medio”, continúa Vieítez. En ese tiempo, Creast ha pasado de tener tres trabajadores a 30. Entre ellos hay especialistas en medioambiente, por supuesto, pero gran parte del éxito de la compañía se debe a que también está formada por extrabajadores de la industria, que hablan su idioma y conocen sus códigos.

Juntos, asesoran a productoras, ayudan a organizar galas y trabajan con salas de cine que intentan rebajar su impacto en la naturaleza. Se trata de actuar en todas partes. Ante una película, serie o anuncio publicitario, Creast analiza el guion, el presupuesto y la producción para calcular la huella de carbono según las localizaciones empleadas, las necesidades de transporte y alojamiento y el consumo energético que se necesita para el rodaje y la postproducción. Cuando comienzan a grabar, los trabajadores de la empresa están también presentes.

“Nosotros venimos del sector, sabemos cómo hay que enfocar el esfuerzo ante los creadores. Si viniésemos del activismo, o fuésemos una consultora medioambiental que asesora a esta industria como puede asesorar a otras, lo más normal es que aquí nos dijesen: ‘Chaval, no molestes y ponte a organizar la basura”, explica Vieitez, cuya visión del sector es muy realista. No hay ninguna idealización. “Esta industria se mueve mucho por modas. La sostenibilidad ha pasado de ser un estorbo a ser otra cosa: una moda. Y ahora las estrellas no llegan al rodaje en limusina. Prefieren hacerlo en bicicleta, sacarse una foto y publicarla en Instagram. Pero estoy seguro de que esta no es una moda pasajera”, dice.

Casos prácticos

Vieitez está sentado en un céntrico café madrileño junto a dos de sus compañeras en la empresa, Lorea Elso y Yolanda Costas. Ponen casos prácticos.

Los últimos premios Goya, celebrados el pasado febrero en València, por ejemplo. A través de medidas como el uso del tren y no del avión para que los invitados llegaran hasta allí, un 'catering' sin carne de res o el empleo de pantallas led en lugar de iluminación tradicional, evitaron la emisión de más de 100 toneladas de gases de efecto invernadero, según sus cálculos, una cantidad equivalente al impacto que supondría dar 20 vueltas al planeta en coche.

O los cines Embajadores, en Madrid, que llevan camino de convertirse en las primeras salas de emisiones neutras en España, gracias al trabajo con proveedores sostenibles y a la gestión de los residuos.  

‘Cerdita’, la elogiada película española de terror sobre el acoso a una adolescente obesa que fue estrenada en el festival de Sundance. El uso de sistemas de eliminación de bajo consumo y ropa de segunda mano, así como la donación de los muebles y otros objetos empleados durante el rodaje permitió la reducción de 81 toneladas de CO2, casi un 40% de lo que se hubiese emitido sin estas medidas.  

Una frontera difusa

“El arte debe prevalecer. Nosotros no entramos en la creación”, señala Vieitez. Solo que a veces la frontera no está muy clara. “Una escena con una lluvia torrencial, por ejemplo. Eso puede suponer un derroche brutal”, explica Costas, responsable de Ficción en Creast. En estos casos, continúa, intentan que los ensayos se hagan sin agua, rodar con varias cámaras a la vez para tener cubiertos todos los ángulos y que haya el menor número de tomas posibles, recolectar el líquido empleado en escena para regar o limpiar el set y utilizar agua no potable para la lluvia en los planos recurso. 

Medidas como estas habrían sido muy difíciles de aplicar hace muy pocos años. Pero ahora ya no. Aun así, señala Vieítez, “queda mucho por hacer”. Su próximo proyecto tiene que ver con el streaming’, donde una hora supone en torno a 55 gramos de CO2: el equivalente a preparar cuatro bolsas de palomitas en un microondas. “Queremos llegar a un acuerdo con una plataforma y conseguir que sea carbono neutral -concluye-. Ya estamos en ello, hablando con algunas de las importantes”. 

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