Dice un viejo proverbio que cuando una persona sabia señala la luna, la necia mira el dedo. Cada vez nacen menos niños y niñas en España. Y mientras las mujeres que quieren ser madres apuntan al sistema, la precariedad o la falta de redes de apoyo como las causas, hay quienes siguen mirándolas a ellas. 

Hasta finales del siglo XVIII, ser mujer y ser madre eran sinónimos que solo torcía la biología. Desprovistas de capacidad de elección, una de cada diez incluso fallecía durante o después del parto de uno de sus cuatro o cinco hijos. Luego llegaron los avances médicos, los primeros derechos sociales, pero en el siglo XX las mujeres siguieron dando a luz como principal y casi excluyente misión en la vida, atrapadas por una dictadura que las educaba para ser madres y esposas ya desde niñas. Tras la muerte de Franco, las mujeres reivindicaron su derecho a decidir sobre sí mismas, también en lo que a maternidad se refiere. Ello explica, en parte, que la curva de nacimientos empezara a caer en picado desde 1975 hasta mediados de los 90. Y es solo en parte porque aquellos primeros años también lo fueron de una crisis económica, la del petróleo, que complicaba la crianza. En el vaivén de la natalidad en España, las crisis económicas -también la de 2008- han tirado de la curva hacia abajo. 

No he sido madre principalmente por motivos económicos”, explica Cristina, de 36 años. Aunque es fija en una empresa, sigue compartiendo piso. “Arrastro una situación de precariedad desde hace años y por ahora no he encontrado un trabajo que me permita vivir mucho más allá del día a día”, dice, y apunta a otro de los problemas de una generación que en muchos casos se marchó fuera a estudiar: “Mi familia tampoco está en la misma ciudad y la idea de no poder contar con su ayuda para la crianza también me echa bastante para atrás”.

Deseo o presión social

Cristina asegura que nunca fue de esas mujeres que habían tenido claro que querían ser madres: “Empecé a planteármelo a partir de los 30, y he tenido dudas en muchos momentos sobre si realmente quería serlo o si había cierta presión social”, pero añade: “Sí me gustaría poder cambiar mi situación lo antes posible y ser madre en algunos años”.

La última encuesta de fecundidad que hizo el INE, en 2018, apuntaba a las razones por las que las mujeres no habían tenido hijos en función de su edad. Para las menores de 25 años, el principal motivo era sentirse “demasiado jóvenes”. Entre los 25 y los 29, aunque las que lo citan como primer motivo cae a la mitad, aún sigue siendo el más escogido. Pero a partir de los 30, cede ante la falta de pareja y las razones económicas, laborales o de conciliación. “No quiero ser madre” lo escogen como razón dos de cada diez mujeres a partir de los 40 años. Antes, apenas ronda el 10%.

Así que, con los datos en la mano, el 90% de las mujeres quiere ser madre. Pero para Esther Vivas, socióloga y autora de ‘Mamá desobediente’, “este deseo choca con unas condiciones socioeconómicas y con una crisis medioambiental que lo dificultan enormemente, y esa situación de estabilidad no llega nunca”.

1.200 euros al mes

Mariángeles siempre quiso ser madre. Cuando se imaginaba a sí misma, veía a una madre joven, de no más de 25 años. A sus 33, ese “momento adecuado” para tener criaturas “ni se ha acercado”. “El sueldo más alto que he recibido en mi vida ha sido de 1.200 euros al mes y con horarios hasta las nueve de la noche. Aumentar la familia sería renunciar a todo, vivir con prisas y ajustarse aún más para ni siquiera conseguir esa calidad de vida tan básica que busco”, explica.

Esas renuncias de las que habla Mariángeles son una tónica habitual en el discurso de muchas mujeres. El discurso reaccionario culpa al empoderamiento femenino de la baja natalidad, como si ser feminista y madre fueran incompatibles. Pero es el sistema social el que lo hace incompatible y obliga a elegir y hacer renuncias en lugar de tratar de salvarlas, como señala la psicóloga perinatal y doctoranda en Sociología Vega Pérez-Chirinos. “Me he dado cuenta de que en estas condiciones no quiero ser madre. No quiero tener que renunciar a nada de lo poco que busco para poder serlo. Si mi situación laboral y económica se estabiliza, y aún estoy a tiempo de intentarlo, todo será plantearlo de nuevo, pero solo porque ‘se me acabe el tiempo’, no”, concluye Mariángeles.

Mujeres, no madres

Ser madre ya no es un mandato, es una decisión consciente. Es una de las razones más obvias para que, aunque haya más mujeres, nazcan menos criaturas. “Para el feminismo fue fundamental reconocer que la maternidad no era el destino único de las mujeres, y es importante que puedan decidir libremente porque se hace un trabajo enorme a nivel físico y psicológico para que una criatura venga a este mundo. Pero eso no quiere decir que el feminismo no atienda la maternidad o que lo feminista sea negar la maternidad”, advierte Pérez-Chirinos.

Elena (31 años) tiene claro que no quiere ser madre. Y no entiende por qué la pregunta se la hacen a ella, acompañada de coletillas como “se te va a pasar el arroz” o “¿no te vas a arrepentir?”, pero nunca a su pareja. “Hay mucha presión social, te miran con cara de incredulidad -se lamenta-, pero la mía es una decisión consciente: trabajo con madres solteras en riesgo de exclusión y sé lo que supone la maternidad. Simplemente no es para mí”. 

“Tan legítimo es desear no ser madres como desear serlo”, dice Vivas, tajante. Pérez-Chirinos añade que una natalidad a la baja “no tiene por qué ser un problema en sí mismo”. Lo que sí preocupa es “la cantidad de gente que no se está pudiendo reproducir a pesar de su deseo”.

Un deseo pospuesto

Yanira (38 años) y su pareja decidieron que había llegado el momento de tener hijos. “Empecé el camino con mucha ilusión, pero ahí llegó el primer desengaño”, relata. Los meses comenzaron a pasar y no conseguía quedarse embarazada. La incredulidad dio lugar a la frustración. Y al enfado. “Pensé que mi estilo de vida feminista, querer desarrollar mi vida profesional, irme al extranjero o formarme hasta los 25… toda esa manera de vivir me había alejado de poder descubrir que mi deseo de ser madre era mayor de lo que yo creía”, explica. “Con el tiempo me he dado cuenta de que ni era culpa mía ni del feminismo, sino de cómo la sociedad está montada: la falta de acceso a una vivienda, a un trabajo, a la estabilidad, el no poder conciliar un desarrollo personal y profesional con la maternidad, nos ha hecho que tuviéramos que elegir”, dice con convicción. 

En casos como el de Yanira, no tener hijos no es una decisión voluntaria, sino la consecuencia del retraso de la maternidad, que acaba empujando a las mujeres a clínicas de fertilidad con la sensación de que nadie les había advertido de las dificultades que podrían tener. Pérez-Chirinos cree que los avances en reproducción asistida nos han llevado a “una creencia ingenua de que son inocuos, sencillos e infalibles”, cuando ninguna de las tres cosas es cierta. “A veces, simplemente no funcionan, y el duelo posterior es muy duro”, dice la psicóloga.

Falta de información

Mucho antes de intentar quedarse embarazada, con 34 años, Yanira fue a una consulta ginecológica. Tenía deseos de ser madre, pero todavía no sentía que fuera el momento y quería saber cómo estaba su cuerpo antes de tomar ninguna decisión. Salió de la consulta con una analítica prescrita. A los días, volvió a recoger los resultados. “Me dijo que estaba bien para mi edad, sin ninguna explicación más. No me dijo que a partir de los 35 años aquello iba a hacer un descenso fortísimo”, se lamenta. A los 36 volvió a consulta con la misma preocupación: “La idea empezó a retumbar ya muy fuerte en mi cabeza. Su respuesta fue ‘pero si eres una niñita’. Eso me calmó mucho, pero ahora me enfada. En temas de fertilidad, yo no era ninguna niñita”, insiste.

La tasa de parto por cada ciclo de fecundación in vitro con óvulos propios es del 13%. Pero es un dato que no suele aparecer en la publicidad de las clínicas. “Es un gran negocio donde se anteponen intereses económicos”, explica Vivas. “Ha habido un cierto engaño en relación a nuestras expectativas, porque nuestras madres pudieron tener criaturas sin ninguna dificultad”, explica Vivas, que recuerda que la generación anterior paría a su primer hijo sobre los 20 años. “No poder tener hijos choca con lo que socialmente se espera de ti como mujer y esto convierte la infertilidad en uno de los principales tabús que rodea la experiencia materna”, insiste.  

“Después de haber sufrido un aborto, a veces tengo un dilema tremendo entre la impaciencia por volver al proceso para tener a mi bebé, que es lo que quiero, y un rechazo a tener que volver a pasar por situaciones que me han resultado tan desagradables, que me han removido física y emocionalmente a un nivel que yo no esperaba” dice Yanira, que ha vuelto a hacer deporte, a comer bien y a recuperar esos hábitos de vida que perdió durante el embarazo y el proceso de aborto. “La vida de mi pareja no se ha resentido en nada. A nivel profesional, incluso ha tenido ofertas nuevas de trabajo… La vida de la mujer se queda completamente parada y la de ellos sigue adelante sin ningún problema”, reflexiona.

Maternidad edulcorada

Mariángeles no duda de que el embarazo sea “un momento único y maravilloso”, pero se queja de que se ocultan “las dificultades que conlleva, los cambios tan brutales que sufre el cuerpo, las complicaciones que surgen… hablar y quejarse de ellas te hace quedar en mal lugar y sentirte culpable”, dice la joven.

Vivas cree que “hay una imagen muy edulcorada de la maternidad”. Muchos de sus silencios y sombras no se reconocen socialmente. Pérez-Chirinos pone el acento en que los niños han sido expulsados del espacio público: “No vemos a los bebés, la crianza está encerrada en las casas y eso hace difícil construir una imagen realista de lo que conlleva atender a una persona en sus primeros años de vida”. “Se habla cada vez más de las dificultades de la crianza, pero lo que no hay es mucha actitud de escucha”, señala. Y las mujeres están dispuestas a alzar la voz.