Aquel mes de agosto fuimos a La Residencia buscando a Lady Di. Nos dijeron que había salido, pero vimos en el establecimiento a su propietario, Richard Branson. Se sometió sin límites de tiempo ni de asuntos a una conversación desenfadada sobre el césped, que sería inverosímil tras la muerte del periodismo. Posó generosamente para Miquel Massutí delante de su hotel, apuntando al cielo que después conquistaría como astronauta. Había descubierto Deià en una velada junto a Kevin Ayers con intercambio de parejas incluido, con la desgracia para el magnate de que su esposa se quedó con el guitarrista. Atrajo a la villa montañosa de Robert Graves a Rupert Everett, Lady Di, Bryan Ferry, Pierce Brosnan, Bob Geldof, Mike Oldfield o John Cleese. Reinventó Deià para ricos, ahora repetirá la jugada en Banyalbufar tras comprar la tercera parte del municipio. Por entonces tenía cuatro mil millones de euros. No sé cuántos millones ganó durante la hora que permaneció con nosotros, Branson tampoco parecía muy preocupado por el particular.
