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La monja “gallegueira” acusada de espía por los Maoístas

A punto de cumplir 101 años, la religiosa jesuitina, misionera y profesora retirada Ana María Fernández del Riego, hermana de Francisco, al que se le dedicará el Día das Letras Galegas de 2023, relata sus vivencias en la España de la preguerra, postguerra, dictadura y democracia, la China comunista y la Filipinas del general Ferdinand Marcos

La religiosa, segunda por la izquierda, ante el avión que la llevó hacia China en 1947.

En septiembre cumplirá 101 años, más de un siglo durante el que ha sido testigo directa de grandes acontecimientos históricos en España y Asia. Desde la residencia que las Hijas de Jesús tienen para las religiosas ancianas en Granada, Ana María Fernández del Riego, misionera de vocación y profesora durante muchos años en las Jesuitinas de Filipinas, Taiwán y Vigo, mantiene una conversación con nosotros a través de una videollamada. “Es mejor vernos las caras”, dice.

Muestra una nitidez y memoria prodigiosas cuando nos relata episodios de su larga vida, ya sea de su infancia en Vilanova de Lourenzá, de cuando su hermano Paco – el intelectual galleguista Francisco Fernández del Riego – vivió en la clandestinidad tras la guerra civil, de la llegada de Mao Tze Tung a Pekín, de los interrogatorios a los que la sometieron los policías comunistas chinos o de cuando los nacionalistas filipinos las expulsaron del país.

“En un día habitual leo mucho, también escribo sobre mis pensamientos, relleno un diario en inglés, para que no se me olvide, y me comunico con mucha gente, mantengo el contacto con familia y amigos a través de Facetime y también con las mujeres del mar de la asociación Rosa dos Ventos, con la que colaboré como traductora en Vigo”, relata.

Nacida el 25 de septiembre de 1921 en Lourezá (Lugo), la séptima hija de once hermanos, Ana María vivió en su pueblo natal hasta los diez años, cuando se trasladó con su familia a Santiago. “Mis padres eran de clase media – regentaban un comercio de tejidos de sus abuelos maternos – y tenían mucho interés en que mis hermanos, sobre todo los varones, fueran personas cultas”. De su hermano Paco, el primogénito del matrimonio y nueve años mayor que ella, recuerda que era serio y aplicado, “galleguista desde pequeño”. “En cuanto estalló la guerra me enteré de que estaba perseguido y escondido, pero nadie en la familia sabía dónde, solo mis padres. Tuvo que salir de Santiago porque allí lo conocía todo el mundo y se fue a Vigo, donde le ayudó una persona de derechas. Como le gustaba la enseñanza, que era lo suyo, estuvo en una academia dirigida por un general retirado, que le dejó dar clases allí pero ocultando su segundo apellido”, relata. En la página 131 de “O Río do Tempo”, Francisco Fernández del Riego recoge ese episodio de su vida cuando comenzó a dar clases en el colegio Mezquita, que toma nombre del apellido del director en esos momentos.

Con su madre, sus diez hermanos, entre ellos Paco del Riego, y demás familiares en 1968. Archivo Familliar

La religiosa, que hace años escribió sus memorias en el libro “Ojo de dragón”, elude hablar de política y se define como “gallegueira, no galleguista”, por las connotaciones nacionalistas del término. De la República explica que la retirada de crucifijos de las escuelas la acercó a Acción Católica y la llevó a colgarse uno al cuello. De la guerra, que su padre recomendó a su hermano Paco alistarse para no ser declarado desertor y que fue soldado, junto a su hermano Antonio, en una batería antiaérea que seguía a Franco. Otro de sus hermanos, Fernando, luchó en el frente Norte comandado por el general Mola hasta que huyó despavorido tras ver que un obús le voló los sesos al capitán del que era ayudante.

Con Abel Caballero en 2013. / RICARDO GROBAS

Desde la adolescencia, Ana María albergaba el deseo de convertirse en misionera, alentada por lecturas que le apasionaban. “No me gustaba la enseñanza para nada –aunque luego me pasé media vida enseñando – y pese a educarme en la Compañía de María, escogí la congregación de las Hijas de Jesús porque tenían casa en China”. En 1940 empieza el noviciado en Salamanca y tras los primeros votos, en 1943, la destinan a San Sebastián, donde impartía “las asignaturas marías, una materias de la Falange que había que enseñar obligatoriamente, como floristería”, explica.

En el regazo de su abuela, con sus padres y seis de sus once hermanos en Lourenzá en 1922. Archivo familiar

Dos años después la envían a Madrid a formarse en enfermería y en 1947, “por fin me envían a China, siempre quise ir a allí porque era un país pagano”. Llega al país asiático en plena guerra civil entre los comunistas de Mao y Chiang Kai-Shek, éste último favorable a la estancia de los católicos en el país. “Todos los misioneros teníamos que pasar dos años de estudios muy intensos en el colegio de Cristo Rey, ocho horas diarias de clase con otras tantas profesoras para aprender mandarín y los diferentes sonidos del idioma según el cantón del país”.

Rebautizada con su nuevo nombre chino, Fong Huei Chie, atiende el dispensario que la congregación tenía, además del colegio, junto a un médico voluntario francés que “acababa cada jornada diciendo ‘finita la comedia’ pensando que era español”.

“Atendíamos a indigentes que vivían bajo el puente de la muralla que rodeaba a Pekín. Por cierto, todos desaparecieron cuando entraron los comunistas. Mao ejecutó a 70 millones de chinos. Fue un gran líder mientras no tuvo el poder, durante la gran marcha del sur al norte unió a los soldados, era uno más, comía lo que ellos y no se lavaba, como ellos. Dicen que tenía tres enemigos: Chian Kai Seng, la Iglesia Católica y el agua”.

En 1948 entra Mao en Pekín y la víspera toman todos los colegios, incluido el de las Jesuitinas. La responsable provincial de la congregación da la orden de que las monjas chinas vengan a España y Ana María se queda con cuatro compañeras, tres españolas y una brasileña, viviendo en el “cuchitril de la portera” durante tres años. “Teníamos dos policías todo el santo día con nosotras, creo que llegaron a querernos. Nos dejaron llevar las camas y poco más, cada vez que pedíamos algo nos decían que no era nuestro y que el colegio lo necesitaba. Para que nos dejaran unas sillas sudamos tinta china y milagrosamente nos permitieron coger un armonium de la capilla que tocaba la madre Concepción Platas, gallega de Santiago”.

Durante ese tiempo recibían la ayuda y las vistas clandestinas que realizaban por la noche católicos chinos, entre ellos una chica que quería ser monja, a la que los maoístas presionaban para que acusase a las religiosas de espías. “Tuvo que irse de Pekín, temía que la metieran en la cárcel por no colaborar con ella, querían que los católicos nos acusásemos entre nosotros para echar al nuncio y a los sacerdotes”.

“La persecución de los maoístas fue muy soslayada. Estuvimos más de un mes sin saber nada de una hermana, la prefecta del colegio. Querían que confesase que era espía. No nos echaban por religiosas, sino por espías. Los chinos son muy inteligentes, siempre he dicho que el comunismo chino es solo chino y a veces completamente capitalista”.

"No sentí miedo nunca, conocía suficientemente a los chinos para saber que no harían nada sin que nadie se lo ordenase”

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Un 26 de julio, día de su santo, Ana María acudió con sus hermanas a la iglesia de la Universidad Católica de Pekín, la única que permanecía abierta. “Cuando llegamos, la puerta estaba cerrada, llamamos y le respondimos que queríamos ir a misa. Nos disponíamos a ir cuando una hermana, la brasileña, que siempre nos metía en líos por su ingenuidad, volvió a llamar. Abrieron los de seguridad y nos metieron una semana en la cárcel, en una habitación de piedra completamente vacía. Nos iban llamando una por una para interrogarnos. Les decía que era misionera y trataba de echarle un discurso sobre Jesucristo. Me decían que parara, que yo era una espía. No sentí miedo nunca, conocía suficientemente a los chinos para saber que no harían nada sin que nadie se lo ordenase”.

“En 1952 nos expulsaron agradeciéndonos nuestra labor allí y diciendo que el pueblo no quería que estuviésemos en el país. Nos enviaron en barco a Hong Kong con lo puesto, con orden de no llevar nada escrito ni fotos. Al llegar, el puerto estaba abarrotado de católicos esperándonos”.

Con alumnas de Taiwán en 1965.

Filipinas fue su siguiente destino. Allí estuvo hasta 1975, con un intervalo de cinco años en Taiwán (de 1960 a 1965) como enfermera y para dar clases en la Universidad de Taipei. Aprendió inglés “tan bien como el español”, se formó en Ciencias de la Educación y pasó por varios colegios como profesora y prefecta. “Gobernaba Marcos y había mucha corrupción. Nos expulsaron los nacionalistas en medio de un clima antiextranjero”.

Con alumnas en Ilollo (Filipinas) en 1972 Archivo

En 1975 regresa a Vigo, donde da clases de inglés y gallego hasta su jubilación en 1992. En el colegio Miralba, “Las Jesuitinas”, organiza una biblioteca de inglés y gallego con más de dos mil referencias. De hecho, la biblioteca general del centro lleva actualmente su nombre. “Yo era castellano parlante, incluso hablaba en castellano con mi hermano Paco, pero me di cuenta de que tenía el gallego interiorizado de mi infancia en Lourenzá –mi tío juez hablaba en gallego con la gente–. Soy gallegueira, todos en mi familia amábamos Galicia. Estuve encantada cuando con el padre Seijas introdujimos el gallego en la misa”.

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