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vida invertebrada

Mosquitos: ni se avecina una plaga ni huelen la sangre

Reaparece cada verano y, sin embargo, de él se saben más bulos que certezas, como que su principal depredador no vuela, sino que nada

Carles Aranda, codirector del centro de control de mosquitos del Baix Llogregat, proyecta en la pantalla la observación que hace a través del microscopio.

Ni son como los tiburones, que huelen la sangre, ni su principal depredador son los murciélagos y pájaros varios. Sobre el mosquito común, y no digamos ya sobre el tigre, se levantan torres de mitos y bulos que de vez en hay que derribar. Parece que ahora toca, sobre todo tras la apocalíptica nota de prensa que días atrás distribuyó la Asociación Catalana de Empresas de Salud Ambiental de Cataluña (Adepap). Chiches, ratas atrevidas, avispas asiáticas por doquier, moscas negras y, sobre todo, lo nunca visto en mosquitos. Eso anunciaba, como Moisés al faraón, aquella información recogida ampliamente días atrás por prensa, radio y televisión. “¿De dónde sacan ustedes esas cosas?”, pregunta, tras encajar cordialmente las manos, Carles Aranda, codirector del Centro de Control de Mosquitos del Consell Comarcal del Baix Llobregat. La Adepap, a pesar de su bucólico nombre, es la patronal de los insecticidas.

El departamento en el que trabaja Aranda es un centro público de estudio y control del ‘Culex pipien’, más conocido, por comodidad y por su abundancia en esta latitudes, simplemente como el mosquito común, un nombre de calle que no debería llamar a engaño. No transmite la malaria, como el ‘Anopheles atroparvus’, que lo hay en el delta del Ebro, tampoco el cóctel de enfermedades terribles de las que puede ser portador el mosquito tigre, hoy en día localizable en cualquier parte, pero el ‘Culex pipiens’ es el medio de transporte, poca broma, por el que el virus de la fiebre del Nilo viaja de las aves a los caballos y, ocasionalmente, a los humanos. En 2020 murieron en Andalucía por esta dolencia ocho personas.

Nada indica, sin embargo, que este vaya a ser, dice Aranda, el verano del mosquito. A esta especie se la traen al pairo uno o dos grados más de calor. De las atípicas lluvias de 2022 tampoco se pueden sacar predicciones concluyentes. Llovió por encima de la media en marzo y muy por debajo desde entonces. Las trampas que este servicio comarcal reparte por distintos puntos del Baix Llobregat para censar el número de larvas y actuar en consecuencia no han revelado ningún tipo de anomalía en comparación con años anteriores, así que merece la pena, primero, recapitular cronológicamente para situar los tiempos que corren y, después, ahondar en algunas de las características menos conocidas de esta especie.

Niebla de pesticida

Hay, en primer lugar, un recuerdo que solo pueden tener quienes nacieron antes de los años 80. Cuando llegaba el buen tiempo, por las calles de Castelldefels y otras zonas residenciales pasaba de forma preventiva una furgoneta con un buen par de altavoces en el techo. Daba la orden de que todo el mundo tenía que entrar en casa, cerrar puertas y ventanas y, sobre todo, bajar persianas. Al cabo de unos minutos aparecía un camión cisterna, o en ocasiones un tractor con una cuba, y cubría toda la calle con una densa niebla de pesticida que, por la época, era probablemente de algún compuesto organofosforado.

La eficacia de aquel bárbaro método puede que fuera mucho menor de lo imaginado. Cuando en 1983 abrió sus puertas el centro de control de mosquitos que actualmente codirige Aranda, comenzaron a colocarse trampas para conocer el alcance del problema. “Atrapábamos cientos de larvas en cada una de ellas y hoy, con la misma técnicas, apenas decenas”.

Para este departamento, con sede en el corazón del parque agrario, sería muy goloso atribuirse el éxito de ese cambio, decir que los insecticidas biológicos que emplea de forma sistemática y discreta son de una formidable eficacia. En realidad, el cambio, de cientos a decenas en cada trampa, es atribuible también a otros factores. Hay que conocer el papel que ocupan los mosquitos en la cadena trófica para comprender lo ocurrido.

Hasta bien entrados los años 80, la desembocadura del Llobregat era poco menos que una septicemia al aire libre, un paraíso para los mosquitos, pero no porque les gusten los entornos miasmáticos, sino porque en aquel ambiente no tienen apenas depredadores.

No son los pájaros los grandes devoradores de mosquitos. Tampoco, a pesar del voluntarismo con el que ayuntamientos como el de Barcelona, por ejemplo, instalan cajas para que aniden los murciélagos. “Son solo el 2% de su dieta”, dice Aranda, vamos, como los cacahuetes de media tarde para entretener el hambre. El principal enemigo del mosquito son los peces, algo prácticamente extinto cuando medioambientalmente aquel espacio estaba moribundo. Se comen las larvas cuando aún son acuáticas. Eso es lo que equilibra la población.

De la caja a la probeta, ¿cómo?

Aclarado un bulo, el de la plaga que se avecina, ¿por qué no ir ya a por otro? El de la sangre. ¿La huelen? Que Aranda es el hombre adecuado para despejar incógnitas se comprende cuando se le observa manejarse por la ‘granja’ del laboratorio, es decir, ese espacio en que se atesoran decenas de ejemplares vivos en jaulas para su estudio. En un determinado momento de la entrevista, necesita un par de ejemplares para una observación. ¿Cómo sacarlos de la caja sin que emprendan el vuelo? Coge una manguera transparente de medio metro. Uno de los extremos, el de la boquilla, lleva incorporado un filtro, capaz incluso de interferir virus. Introduce el otro extremo en la jaula y, a pulmón, saca tres mosquitos. Aspira con la boca. Aún sin tiempo para entender qué les ha ocurrido, los moquitos se ven de repente, empujados por un viento en dirección contraria, dentro de un tarro de observación. Todo ha sucedido en un pispás.

¿Cómo un insecto de ese tamaño, incapaz de interpretar cómo ha sido casi teletransportado de un lugar a otro, puede localizar una presa del tamaño de un humano cuando entra por la ventana abierta de un piso? “No es el olor a sangre lo que les orienta. Es el dióxido de carbono, el aire que exhalamos al respirar”. Esa es su brújula. En realidad, es una pista que solo atrae a las hembras. La sangre no es el sustento de los mosquitos. Ellos y ellas se alimentan de igual forma, del néctar de flores, por ejemplo, pero las hembras necesitan sangre para poner en marcha el engranaje de la reproducción. Ni siquiera necesitan para ello en ese momento la presencia de los machos. Como otras especies de insectos, la mosquita es capaz de almacenar material genético masculino en un órgano bautizado por los humanos muy graciosamente, la espermateca. Sin sangre de mamífero o ave, la fecundación no sería posible, y, también sin esa excepcional delicadeza que entraña la picadura. Piense que de la proboscis, es decir, de esa especie de trompa que usa para alimentarse, saca un finísimo estilete que no solo atraviesa la pie, sino que se inserta perfectamente dentro del capilar igual que una aguja, en una extracción de sangre, lo hace con una vena”.

Esto tanto vale para cualquier mosquito, del común al tigre, pero convine hacer un alto en este último. Es cierto, es capaz de transmitir más virus que el ‘Culex pipiens’, dengue, chikungunya y zika, nombres que sin duda intimidan, pero tal vez lo que más haya transmitido más esta especie desde que en 2004 fueron detectadas primeras picaduras en Catalunya, sea una cierta fobia colectiva. ¿Por qué? Aranda sugiere, como principal razón, algo tan simple como que se trata de un animal de hábitos diurnos. Las hembras buscan sangre de día. Se las ve y, además, vienen vestidas con ese abdomen a rayas que en alguna parte del código genético de los mamíferos viene escrito que aquello es una advertencia. Otro problema es que el tigre se ha convertido en un insecto urbanita, que pone huevos en entornos donde realmente sus depredadores naturales son escasos. No hay peces en el Eixample, pero de ahí a anunciar que este será el verano del mosquito, según el centro de control del Baix Llobregat, hay un abismo.

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