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Un pueblo de Asturias celebra el nacimiento del primer niño en 45 años: “Es maravilloso y reconfortante”

Rafael González, vecino de más edad, se reúne con el pequeño Noah, tras más de cuatro décadas sin atisbos de repoblación

Rafael y Noah: La brecha generacional que une a un pueblo de Asturias

Rafael y Noah: La brecha generacional que une a un pueblo de Asturias.

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Rafael y Noah: La brecha generacional que une a un pueblo de Asturias. Elena G. Díez

Rafael González nació en época de guerras, en aquel terrible año de 1936. De su niñez, recuerda a su madre de camino al Fontán con su burro para vender leche y a las mujeres preparando las verduras en el lavadero de La Granxa (Asturias) durante la jornada previa al mercado. Siempre vivió en este pequeño pueblo colindante a La Corredoria, en el que puede presumir de ser la persona más longeva. Ejerció como funcionario y hortelano, aunque esta segunda dedicación no la ha dejado aún. Noah Vázquez acaba de cumplir un año, camina de la mano de su padre, Rubén, y se comunica mediante sonidos y la expresividad de sus ojos. Curiosea por el parque de La Granxa, lugar en el que se ha convertido en el primer niño en nacer después de 45 años sin atisbos de repoblación. LA NUEVA ESPAÑA, diario que pertenece a este grupo, Prensa Ibérica, reúne a ambos para conocer la historia detrás del curioso salto generacional.

Rafael, conocido en la zona como “Falo”, llega con madreñas y una camisa de manga corta: “Estaba trabajando la tierra”, dice como si el tiempo no pasara por él. A sus 85 años y cuatro meses, lleva el recuento por el libro: la rutina de trabajo, más que pesada, resulta reconfortante. Coge al pequeño Noah en brazos y ambos ilustran un cruce de vidas hermoso y con vistas al futuro del entorno rural: “¿Que cómo me siento al ver que hay nueva vida aquí? Es maravilloso y reconfortante”, afirma. Recuerda que el último bebé nacido en el pueblo fue Nacho, que ahora tiene casi medio siglo de edad. Aunque a efectos prácticos fue Rubén Vázquez, el padre de Noah, que a pesar de no estar registrado en La Granxa, se crio en la pequeña localidad ovetense junto a sus abuelos.

“Quería para mi hijo la misma infancia que tuve yo”, explica el progenitor. A pesar de vivir en El Conceyín, aprovechaba cualquier momento de ocio para ejercer como nieto y, de paso, llenar los pulmones de aire fresco. Él y su mujer decidieron afincarse en el lugar porque “ofrece todos los beneficios posibles”: entorno rural a diez minutos de la capital de Asturias. “No nos lo habríamos planteado de encontrarse en algún punto perdido de la montaña”, asegura.

Como hormiguitas fueron habilitando el antiguo chalet donde vivía su tío abuelo y cuando las “lentas” licencias municipales lo permitieron entraron allí a vivir. “Es la vuelta a los orígenes”, reconoce Vázquez con emoción. Ahora, es su descendiente quien tiene que mantener esta herencia tan minuciosamente planeada. Aunque Noah no es el único menor que disfruta de este medio verde, ya que hace unos meses se instaló otra familia con dos hijos que ayudan a rejuvenecer en la denominada “España vacía”.

De todos modos, de aquella Granxa con la que se encontró Falo cuando apenas levantaba unos palmos del suelo y la que ahora recorre Noah con el equilibrio de un cervatillo, hay un mundo de avances y abandonos. Cuando el primero era niño se acercaba al lavadero, ahora en condiciones lamentables, denuncia, para “chismorrear” junto a los vecinos mientras dejaban la ropa impoluta. “Había una enorme riqueza de agua y ambiente”, asegura el veterano. En su memoria está el conversar de las mujeres mientras lavaban zanahorias y puerros para poder comercializar con ellos: “Antes todos teníamos una huerta en casa y alguna que otra vaca, se vivía de ello”. Él trabajó de manera intensa en la parcela de su familia durante más de cuatro décadas. Hoy en día lo hace por afición y porque se ha convertido “en un gran cocinero”. Quién se lo iba a decir, cuestiona el reciente “chef” que durante una larga época se nutrió de mucha boroña y “fariñes”, debido a las estrecheces de posguerra.

Cuando contrajo matrimonio con Maruja, en septiembre del 63, ya tenía su nueva casa lista para estrenar. Después de una jornada de siete meses de reformas pudieron entrar a vivir, ya que por aquel entonces las licencias eran una mera sugerencia. Dos meses después de casado, inauguraron la torre del agua, que hoy se encuentra en el parque que anuncia la entrada al pueblo. “No teníamos agua corriente y supuso un gran avance poder enganchar la infraestructura al manantial”, asegura Falo. Lo mejor de toda aquella trayectoria hasta alcanzar las comodidades del siglo XXI es el “aire fresco que nunca ha dejado de respirarse en el entorno”. De hecho, le cuesta acostumbrarse a la mascarilla, porque allí la escasa población y el amplio espacio hacen de ella algo innecesario.

Es el mismo oxígeno del que ahora disfruta Noah, aunque con algunos problemas de inseguridad y abandono. “Las zonas alejadas del núcleo de Oviedo se encuentran olvidadas”, afirman los vecinos, que hace unas semanas se reunieron con este diario para denunciar la situación de desamparo que sufren en algunas materias, especialmente en materia de seguridad vial. Por ejemplo, Falo se declara incapaz de mirar la que antes era su fuente de referencia, y ahora se ha convertido en un sumidero de basura y matojos. “Mira que no hemos trabajado durante décadas ahí”, lamenta. Hace unos meses también protestaron por la falta de luz que les obligaba a cruzar el pueblo con linternas y de la situación del contenedor de la basura, que está ubicado en un punto muerto de la calzada. Así, seguirán luchando por avanzar, para que al igual que la tierra que labró Rafael González ahora la pisa Noah, lo hagan en un futuro los descendientes de esta pequeña esperanza nacida en La Granxa.

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