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La casa de Gucci en Mallorca era el velero ‘Creole’

Maurizio Gucci fue asesinado por orden de su esposa cuando promovía en Palma el proyecto más ambicioso de la fachada marítima de la ciudad, ‘El Paraíso en la Jarra’ en el Moll Vell

Maurizio Gucci, tercera generación de la marca de las dos G entrelazadas, en Mallorca siempre pernoctó a bordo de su castillo, amarrado en el Club de Mar.

La ironía también puede ser triste, como cuando decreta que un magnate sea asesinado por orden de su esposa, cuando acaba de depositar en la Autoridad Portuaria los planos del proyecto más ambicioso de la fachada marítima palmesana. Maurizio Gucci, tercera generación de la marca de las dos G entrelazadas, amaba Palma porque era la base de su legendario velero Creole, de 66 metros y con un mástil de 44, aparte de un velamen de 1.100 metros cuadrados. Para sellar su compromiso con la ciudad, por entonces todavía emparentada con la belleza, quería desarrollar en el Moll Vell el proyecto que denominó El Paraíso en la Jarra, y que consistía esencialmente en reconvertirlo en un puerto de barcos de época. Para materializarlo se había entrevistado con Javier Tarancón, máximo responsable en aquellos momentos de los puertos mallorquines.

La singular denominación surgió de un cuento oriental que Gucci había leído poco antes de morir de tres disparos a las puertas de la sede de su imperio en Italia, a manos de un pistolero de alquiler en marzo de 1995. La financiación del crimen corrió a cargo de Patrizia Reggiani, esposa del empresario que lloró a moco tendido en sus funerales. El apelativo El Paraíso en la Jarra relataba la peripecia de un farmacéutico chino que hallaba su mundo encantado en el interior de una gran vasija.

La financiación del crimen corrió a cargo de Patrizia Reggiani, esposa del empresario que lloró a moco tendido en sus funerales.

Aunque el apellido del promotor avala la calidad de su iniciativa, cabe recordar que el magnate con largas estancias en Mallorca no pensaba escatimar gastos. Invirtió el equivalente a un millón y medio de euros actuales en la remodelación de uno de los camarotes del Creole, un yate con 16 tripulantes y construido íntegramente con caoba. Gucci era también el autor de la frase «ese maletín no cuesta mucho, solo seis mil euros». La idea del Paraíso en la Jarra consistía en igualar a Saint Tropez, no quedarse ni un centímetro por detrás del epítome del Mediterráneo occidental del lujo.

El magnate hizo restaurar su velero minuciosamente tras adquirirlo en los ochenta.

Los vínculos de Gucci con la isla se extendían al desnudo total a que sometía a su velero en Palma, porque era revisado y reparado en Astilleros de Mallorca, donde se hallaba en dique seco en el momento de la muerte de su propietario. La devoción del empresario italiano por su barco no tiene parangón entre los billonarios perezosos que apenas utilizan sus juguetes para saciar su exhibicionismo. Maurizio Gucci siempre pernoctó a bordo de su castillo, amarrado en el Club de Mar. De hecho, tenía permanentemente alquilada en un hotel de lujo de Son Vida una habitación que nunca pisó, porque le habían exigido que fuera huésped para cumplir con su único propósito de bañarse en la piscina, antes de regresar a su templo del Creole. La última competición en que participó el velero, en vida de su propietario, fue la regata de barcos de época que llevaba el nombre de Don Juan de Borbón. Para acentuar el morbo del asesinato, el resentimiento de la viuda Reggiani venía espoleado por el trato vejatorio que recibió en la embarcación. Una vez que su marido decidió sustituirla por Paola Franchi, la esposa legítima y titular del apodo «la Venus de bolsillo» era relegada en las navegaciones al Avel, el velero auxiliar.

El magnate hizo restaurar su velero minuciosamente tras adquirirlo en los ochenta.

Fue precisamente Paola Franchi quien selló la obsesión de su compañero sentimental con Mallorca en el momento del asesinato. Tras los funerales, declaró al Corriere della Sera que «el corazón de Maurizio estaba en Palma, tenía allí un proyecto que le volvía loco». Por contra, Reggiani se tomó cumplida venganza del desprecio náutico sufrido en la isla. En el verano de 1995, con el cadáver de su marido todavía caliente, se embarcó como señora del Creole junto a sus dos hijas Allegra y Alessandra, propietarias todavía en la actualidad del velero. La reina desposeída recuperaba su trono sobre el mar, cuando todavía no se había estrechado el cerco que la condujo a prisión dos años después del crimen. La truculenta aventura familiar llega el 26 de noviembre a las pantallas en la película La Casa Gucci, dirigida por Ridley Scott.

Adam Driver y Lady Gaga encarnan a los Gucci.

El magnate está interpretado por la cara con proa de velero de Adam Driver. La asesina humillada es Lady Gaga, se ha reservado a Al Pacino el papel de Aldo Gucci, padre del enamorado de Mallorca. La muerte violenta del propietario del Creole por indicación de su mujer obliga a recordar que el propietario más famoso del velero también fue siempre perseguido por las sospechas sobre el extraño fallecimiento de su esposa a bordo. Se trataba de Stavros Niarchos, que había comprado el barco con base en Palma dentro de su feroz competición por eclipsar las conquistas náuticas de su máximo rival, Aristóteles Onassis.

La película ‘La casa Gucci’, de Ridley Scott con Lady Gaga, narra el fin del magnate italiano que vivía en Mallorca a bordo del ‘Creole’ que perteneció a Stavros Niarchos

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El primer impulso de la viuda y las hijas del asesinado Gucci fue sacar a la venta el Creole en aquel 1995, por un precio equivalente a treinta millones de euros. Sin embargo, darán marcha atrás dos años después, pese a las numerosas ofertas recibidas en consonancia con el pedigrí de la embarcación. La comercializaba Camper&Nicholson, desde donde se enfatizaba «el interés mostrado, pues hay que tener en cuenta que es único en su género». Gucci había adquirido el yate en los ochenta, y la minuciosa restauración al estilo fin de siècle costó diez veces más que los dos millones abonados en la compraventa. Quienes disfrutamos por entonces de una visita guiada con el capitán irlandés John Bardon, amigo personal del magnate, pudimos apreciar la atención al detalle de un barco para todas las épocas donde no hubiera resultado anacrónico toparse con Errol Flynn, aunque solo fuera en la completa sala de proyección donde Gucci se extasiaba ante las películas de teléfono blanco, sus favoritas. Acceder al Creole equivalía a introducirse en una obra de arte, una de las más bellas del planeta y a la altura de las joyas del impresionismo que lo decoraban.

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