El anuncio de la renuncia al cargo del obispo de Solsona para iniciar una relación amorosa con una mujer ha reavivado un controvertido debate que, de forma cíclica, suele situar a la Iglesia en el ojo de la polémica, casi siempre al calor de noticias de esta naturaleza o de casos de abusos de religiosos sobre menores: el celibato obligatorio de los presbíteros.

El romance de Xavier Novell y su novia, la psicóloga y escritora Sílvia Caballol, jamás habría rebasado el ámbito privado de la pareja si entre los condicionantes para el ejercicio pastoral no siguiera figurando la insoslayable renuncia de los sacerdotes a mantener relaciones sexuales o conyugales. Sin embargo, en los albores del tercer milenio de historia del cristianismo, el celibato continúa siendo un precepto indispensable para los encargados de impartir la eucaristía. También es, junto al reconocimiento de la figura de la mujer en la Iglesia, una de las cuestiones que más acaloradas discusiones generan en el seno del catolicismo.

“La brecha entre la Iglesia y la sociedad es cada día más grande por asuntos como este. El mundo avanza, pero el Vaticano se resiste a cambiar”, se lamenta Teresa Cortés, presidenta del Movimiento por el Celibato Opcional (Moceop) y esposa del sacerdote Andrés Muñoz, con quien a menudo concelebra misas en comunidades cristianas de base. La Conferencia Episcopal se ha resistido siempre a decir cuántos curas casados hay en España, pero en Moceop estiman que esta cifra supera los 8.000.

Sacerdotes con familia

Uno de ellos es Julio Pinillos, pionero del movimiento de los sacerdotes con familia y ejemplo vivo de que, según afirma él mismo a sus 80 años con voz muy pausada, “otras formas de ejercer el presbiterio son posibles”. La suya es la de un cura con casi nueve quinquenios de matrimonio a sus espaldas –se casó en 1977- y tres hijas ya criadas.

“He oficiado misas en los mismos barrios siendo célibe y después de casarme y siempre me he sentido aceptado por la comunidad”, afirma a cuento de uno de los argumentos que la Iglesia ha alegado con mayor insistencia para negarse a permitir que los sacerdotes se casen: el rechazo que los fieles pudieran manifestar a la eliminación de un precepto –y también una costumbre- que tiene 900 años de historia, tiempo transcurrido desde que los concilios de Letrán del siglo XII declarasen obligatorio el celibato entre los clérigos.

Servicio y entrega

Pero no es ésa la principal piedra de toque sobre la que se asienta la negativa eclesiástica al matrimonio de los presbíteros, sino otra relacionada con la propia esencia del sacerdocio. “Para mí, es servicio y entrega, y sé que no podría brindarlos igual si tuviera a mi cargo a una familia. También es amor, y no concibo la idea de amar más a mi mujer y a mis hijos que a los miembros de mi parroquia”, explica el padre Enrique González, que está a cargo de la iglesia del Buen Suceso de Madrid.

Este sentido estrictamente espiritual del ejercicio pastoral genera, según algunos teólogos, numerosas disfunciones de orden práctico. “Un cura no brinda un mejor servicio a la comunidad por ser célibe. Al contrario: esto le aleja de la sociedad y acaba provocando situaciones conflictivas, como vemos continuamente en las noticias”, apunta el teólogo Juan José Tamayo.

Oídos sordos

Lo cierto es que el Vaticano muestra una cerrazón pétrea a tratar este tema y sigue haciendo oídos sordos al runrún, cada vez más insistente, que se escucha entre fieles y párrocos contra el celibato obligatorio. El episcopado alemán se ha atrevido a incluir esta cuestión entre los asuntos a debatir en el sínodo que está celebrando actualmente. “Pero es improbable que ese movimiento acabe provocando cambios en Roma. El Vaticano tiene muchos intereses para mantener la prohibición del matrimonio sacerdotal y Francisco no quiere pasar a la historia como el papa que abolió el celibato”, opina el teólogo José Manuel Vidal.

Desde que accedió al sillón de Pedro, Jorge Bergoglio ha defendido una concepción del papado menos institucional que la de sus antecesores y más cercana a las esencias del cristianismo. Precisamente, los contrarios al celibato obligatorio apelan a ese espíritu para avalar su demanda. “Jesús jamás dijo que sus ministros no pudieran casarse. Esa prohibición tampoco aparece en las Escrituras ni está en las cartas de los apóstoles. El celibato no es un dogma de fe, sino una norma impuesta por la Iglesia en un momento determinado de su historia. Igual que se puso, se podría quitar sin afectar a la esencia de la eucaristía”, entiende el teólogo Evaristo Villar, miembro de Redes Cristianas de Base.

Los partidarios de la abolición del celibato obligatorio reconocen el largo camino que les queda por recorrer hasta que las misas oficiadas por curas casados sean vistas con normalidad, pero no desisten en su empeño y tienen clara su estrategia: “Nuestra fuerza son las comunidades cristianas. Cuando esa petición suba de volumen partiendo desde las parroquias, el Vaticano tendrá más difícil negarse. Pero esto lleva tiempo”, pronostica el cura Julio Pinillos.