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ANTONIO ESPAÑA SÁNCHEZ | PROVINCIAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN ESPAÑA

“Ante los abusos no puede haber ceguera, impunidad ni minusvaloración a las víctimas”

“Ahora tratamos de poner todos los medios para la prevención, concienciación y detección de posibles casos contra menores”

Antonio España Sánchez

Con el compromiso de trabajar para evitar que los abusos a menores se vuelvan a producir en el seno de la Compañía de Jesús, y la petición pública de perdón a las víctimas, los jesuitas presentaron hace unas semanas un exhaustivo informe en el que señalan a 65 sacerdotes –tres de ellos en Asturias– que entre 1927 y 2020 abusaron de niños, niñas y adultos. El provincial de los jesuitas en España, Antonio España Sánchez (Madrid, 1966), concede a LA NUEVA ESPAÑA su primera entrevista tras desvelar las conclusiones de ese informe y tras la condena de siete años y tres meses de cárcel al jesuita Jorge Enríquez Muñoz por abusar de una alumna del colegio de la Inmaculada, en Gijón.

–“Dolor, vergüenza y pesar” fueron las palabras utilizadas tras presentar el informe sobre los abusos. ¿Ha sido duro?

–Puede imaginar que sí. Es duro cualquier caso que envuelva a jesuitas o colaboradores, que deberían ser testigos del evangelio, en este tipo de actitudes. Es duro pensar en las víctimas, en su sufrimiento y en lo que habrán tenido que pasar. Y es triste la terrible contradicción entre la defensa de los más débiles que debería estar siempre en nuestro horizonte, y el ver que, en nuestra propia historia, hay casos en que es alguno de nuestros compañeros quien los agrede. Es una incoherencia real.

–Prosiga.

–Asumir ese espacio oscuro supone tomar en peso la magnitud de lo humano que apunta grandes metas y en el que también incluye torpezas, pecados e incluso delitos. En la Biblia, Nuevo y Antiguo Testamento, aparecen estas dinámicas dolorosas y terribles donde hay perdición y bendición, caída y gracia, descenso y redención, que coexisten y nos exigen superar el dolor y también comprometerse a evitar todo el mal futuro que podamos.

–¿Es un antes y un después en la Iglesia?

–En realidad, creo que no hemos sido la primera orden ni los primeros en la Iglesia o la sociedad. Otras instituciones eclesiales están dando pasos en la misma dirección antes que nosotros. Lo que ocurre es que hemos optado por caminos diferentes. Las hay más centradas en lugares concretos, en reparaciones... En nuestro caso decidimos que lo primero que necesitábamos en relación con el pasado era poder tener una idea más clara de lo ocurrido, y el hacerlo público busca transparentar hacia afuera y mirarnos por dentro, como un examen de conciencia institucional. En todo caso, sí pienso que hay un antes y un después para la Iglesia en lo que está suponiendo, durante estas décadas, el tomar en serio la dimensión de la lacra de los abusos. Quiero creer que en el “después” no podrá haber ceguera, impunidad ni minusvaloración de algo tan grave.

–¿Es posible que haya víctimas que no han exteriorizado aún esos abusos sufridos?

–Sí, claro que es posible. Se da un proceso de reconocimiento personal de lo ocurrido que dura años. En unos casos no quieren remover episodios que han conseguido dejar atrás. A veces, el agresor lleva muerto décadas, o la víctima ha rehecho su vida y no quiere volver a esas vivencias. La imagen del agresor suele ser elevada para la víctima y cuesta bajarla del pedestal. En otras ocasiones, los supervivientes no han encontrado las fuerzas, la oportunidad o el cauce. También cuesta mirar las raíces oscuras, ambiguas y complejas de cada ser humano, tanto en la víctima como en el agresor, y que necesitan expresión, palabra, escucha y decisión para afrontarlo personal y socialmente.

–¿Se sigue investigando?

–Sí, claro. Cuando presentamos el informe ya indicábamos que éramos conscientes de que era incompleto y que podía haber más historias. Se trata de un difícil mosaico donde no llegamos a conocer todo porque se vivió de forma ambivalente, en secreto y de forma oculta. Desde nuestra oficina de Entorno Seguro seguimos atendiendo ahora a quien quiera ponerse en contacto con nosotros para hablar del pasado, e investigando si aparecen alegaciones que podamos intentar contrastar porque no es fácil para los supervivientes y no es fácil para las personas de las instituciones de hoy abordar traumas y experiencias hondas de aflicción ocultas de hace años. En breve crearemos, en toda España, espacios de escucha para los que llevamos meses preparando equipos de expertos.

–Habrá quien pueda decir que este informe llega tarde...

–Empezamos a trabajar en este informe al ser conscientes de que realmente no conocíamos los datos concretos. Y nos ha llevado tiempo recopilar la información y nos queda por delante seguir recogiendo lo que aparezca y lo nuevo que nos encontremos. En resumen, llega tarde; a partir del momento en que hay víctimas, siempre es tarde. Y, con todo, es ahora cuando tenemos que hacerlo. Añadir lamentos a no haberlo hecho antes no soluciona nada.

–¿Cuando hubo casos o sospechas se trató de atajar o se ocultó?

–Lo que hemos encontrado al investigar el pasado de la Compañía es que, cuando hubo conocimiento de casos, se intentó atajar, pero sin claridad en las herramientas para abordarlo y con gran ceguera institucional y social de sus implicaciones. Ahora está claro que se ve que las medidas que entonces se tomaban (apartar a las personas, advertencias, en algunos casos la expulsión, etcétera) son insuficientes, y hoy se afrontan de otra manera, con más inmediatez, contundencia y haciendo más luz sobre ello. Las medidas judiciales vienen de una mayor conciencia en todos los niveles sociales por las repercusiones de este trauma. Ahora se puede educar con herramientas para detectar y asumir el daño recibido y caminar hacia una verdadera restauración personal, social e institucional. En definitiva, estamos intentando evitar la ceguera institucional.

–La reparación es clave para ustedes.

–Tenemos que intentar transmitir a las víctimas no solo que las creemos (ahora, quizás no antes) y que lamentamos enormemente lo ocurrido, sino que estamos comprometidos en contribuir a su sanación. De esto se trata la reparación. Hay películas que nos hablan de esa reconstrucción interior con una profunda humanidad: “El abuelo” (1998), “Secretos y mentiras” (1996), “Gran Torino” (2008) o “Los Miserables” (2012). Con todo, hay heridas que dejan cicatrices, que marcan toda la vida y que condicionan la visión sobre la vida y el mundo, pero que no se pueden convertir en el centro de la existencia y pueden llegar a superarse. No podemos vivir en torno a las heridas porque el ser humano se paraliza totalmente. Jesús nos invita a reparar lo que parece irreparable y lo hizo así en su vida, convirtiéndose él en víctima y sanador a la vez.

–¿Cómo están funcionando los espacios de escucha?

–Aunque quisimos empezar hace ya dos años, nos dimos cuenta de que necesitábamos tener gente más preparada para atender a las personas. Se hicieron en varios sitios concretos para ir conociendo el proceso que se puede hacer. Por eso, nos hemos centrado durante el último año en preparar esos equipos que ahora se van a volver a poner en marcha.

–¿Está ahora la compañía más preparada para que no vuelvan a ocurrir estos casos?

–Creo que sí. Nuestra política de creación de entornos seguros va encaminada a ello. Por nuestra parte tratamos de poner todos los medios para prevención, concienciación y detección de posibles conductas de abuso. En ese sentido, sí hay mucha más preparación. También hay una insistencia mucho mayor en la formación de todas las personas que trabajan en nuestras instituciones. Deseamos, claro, que algo así jamás vuelva a ocurrir. Y que si, pese a todo, ocurriera, porque estamos hablando de conductas personales que se escapan a estructuras y medidas, tengamos todos los medios para reaccionar al instante.

–¿Han retomado el proceso canónico sobre Jorge Enríquez?

–La sentencia acaba de comunicarse. Estamos poniendo en marcha el proceso mediante consultas jurídicas previas y en breve nos notificarán el modo de proceder ante los hechos ya probados. La perspectiva canónica atañe al ejercicio del ministerio sacerdotal y la vida religiosa con las limitaciones que puedan derivarse de todo ello, así como el proceso de reconstrucción personal que ha de abordar desde la perspectiva cristiana para todos.

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