Joan Miró utilizó no solo su pincel sino también Mallorca como vía de escape de la dictadura franquista, sin perder la esperanza de que, una vez España se liberara del fascismo, "la creatividad inmensa de sus gentes se desataría y asombraría al mundo". Eso hace precisamente la obra de Miró en la exposición Joan Miró: The ladder of escape. El genio afincado en Mallorca durante gran parte de su vida lleva hasta Londres una selecta muestra de arte español de ese siglo XX. En el Reino Unido, como ya anticipaba Miró, lo que tiene sello español gusta, "asombra", y mucho.

Los colores, más plásticos, más densos, cromáticamentemás primarios; los trazos, los gestos pictóricos, más violentos, más valientes: esos son los elementos que el note de Europa asocia con el sur, elementos de los cuales el sur debe tomar conciencia para explotarlos, no como una marca comercial sino como una exhultante seña de identidad, de la que, dicho sea de paso, el artista del sur difícilmente se puede librar. El Reino Unido se muestra sediento de un arte que en España sobra, un arte que cuando sale fuera "asombra", por seguir con la cita del propio Miró. Esa inmensa creatividad debe ser mostrada, expuesta, casi pavoneada.

La "escalera de escape" que Marko Daniel y Matthew Gale, los comisarios de la muestra, han escogido para dar título a la exposición y al catálogo que la acompaña es una metáfora extraída de la recurrencia a la figura de la escalera que une la tierra con el cielo en la obra de Miró, que ha sido interpretada por la crítica como una vía de escape de la realidad. La metáfora se refiere a la fe que tuvo Miró en el arte como un modo de negar la realidad y la opresión que lo rodeaban, y así dar voz pictórica a los sentimientos de su comunidad, según sus propias palabras. De hecho, Miró recaló en Mallorca como alternativa a un exilio ulterior tras su estancia en Francia; tal vez las Américas.

La exposición no incide en la relación del pintor con Mallorca, ni creo que deba hacerlo. Lo que persigue es una visión más global de su obra. En cambio, aquí tenemos tiempo de detenernos y explicar qué aspectos de este nexo quedan bien retratados en esta exposición, y cuáles no; no sólo con respecto a la obra del artista en su día, sino también a la aceptación y difusión en nuestro tiempo.

A pesar de estar ordenada cronológicamente Joan Miró: the ladder of escape no cataloga estrictamente el lugar de residencia del autor durante las etapas de su obra. Por lo tanto, si uno visita la exposición sin prestar especial atención a las fechas y sin cruzarlas con los datos biográficos del artista, es difícil llegar a la conclusión de que cierto ambiente a su alrededor lo condujo a pintar una u otra cosa. De hecho, se trasluce más bien que Miró cambiaba de residencia por motivos políticos y nunca en busca de inspiración artística. Dicho esto, un detalle llama vivamente la atención: las obras que datan de la estancia del artista en Son Boter. La característica que las diferencia de las demás expuestas es, fundamentalmente, su tamaño. Sin embargo, el color blanco inmaculado que Miró se esfuerza en conseguir para el fondo no deja de recordarme las altas y frescas paredes de su taller en Son Boter, paredes que no hacían sino suplicarle que las llenara de sus garabatos personales. Por eso, Miró creaba unas segundas "paredes" –las telas que pintaba de blanco– para multiplicar la extensión de los muros de Son Boter y así continuar pintando. En ese momento, parece, todo lo que quería era pintar sobre blanco: La Esperanza del Condenado I, II y III, Pintura sobre Blanco para la Celda de un Recluso I, II y III, trípticos murales expuestos en la sala 12, parecen testificar esta necesidad de violar la pureza del blanco en su constante búsqueda por "asesinar" la Pintura. Sí, con pe mayúscula.

Pintura Mural I, II y III, y Azul I/III, II/III y III/III, expuestas en la estancia gemela a la anterior, la sala 10, están fechadas también en momentos en los que el artista residía en Mallorca. La creación de estas obras fue posible, debido al tamaño de las mismas, gracias al afincamiento del artista en Mallorca tras largos años de trajín en el exilio, sin un lugar de residencia fija, como bien señala la explicación de la muestra. Las obras de la sala 10 establecen un diálogo distinto con las amplias paredes de Son Boter, precisamente a causa de su saturación cromática. De ellas no se deduce tan fácilmente la influencia de la casona mallorquina, como sí sucede con las pinturas blancas descritas anteriormente. Miró menciona el expresionismo abstracto norteamericano como referencia e inspiración cromáticas previas a la elaboración de estos dos trípticos, aunque no hay que pasar por alto el impacto que causarían sobre cada una de las tres paredes blancas de las habitaciones de Son Boter, siendo la cuarta la que permite el acceso a la pieza y la contemplación de la obra. Si bien violentas dentro de esas habitaciones tradicionalmente blanqueadas con cal, a quien haya visitado Son Boter no le resultará difícil imaginarse estas obras y su impacto en el marco de dicha construcción.

Estas dos salas, 12 y 10, hexagonales, están situadas casi al final del recorrido y constituyen uno de los mejores momentos de la exposición. Con todo, están provistas de sendos asientos para que el visitante pueda contemplar las obras sin prisas y así sumergirse en sus colores, austeros, los unos; histéricos, los otros. El despliegue de la serie de litografías Barcelona, que corre paralela a tres de las salas es, junto a las ya mencionadas y a la sobria sala que alberga las Constelaciones, uno de los mejores momentos de la muestra. Al visitante despistado hará falta recordarle que no deje de acercarse al pergamino desenrollado situado en la última sala, a mano derecha, pues constituye un catálogo de la simbología de Miró que no debería pasar desapercibido y, sin embargo, su emplazamiento no está especialmente logrado; como tampoco lo está la iluminación de las Telas quemadas. Aparte de estos dos aspectos ,el trabajo de los comisarios es impecable. El trabajo editorial del catálogo de la exposición es también digno de mención, tanto en fondo como en forma, a excepción de una errata que los mismos editores se encargan de anotar en una pequeña tarjeta que se encuentra al final del mismo.

La Tate constituye un escenario amplio y versátil para la presentación de prácticamente cualquier pieza contemporánea, ya sea por la adaptabilidad inherente de la cáscara del edificio original, o gracias a la intercesión de los arquitectos suizos Herzog y DeMeuron que la habilitaron como galería de arte allá por el año 2000. Carece de la intimidad y cercanía que puede sentirse al contemplar la obra de Miró sobre caballetes en su estudio de Palma, y por supuesto, carece de la inmediatez y el contacto auténticos y de tú a tú que debió tener con las paredes desnudas de Son Boter, obras que pueden ser visitadas actualmente en la Fundación en Palma. En cualquier caso, al ser Joan Miró: the ladder of escape un conjunto de obras que normalmente no conviven, digamos que la Tate proporciona un territorio neutro en el cual se exhiben sin tensiones y sin más diálogo que el que los comisarios pretenden crear. Parquet bastamente rascado bajo nuestros pies, las telas, dibujos, grabados y esculturas se despliegan ante nosotros de las más antiguas a las más recientes, con todas las relaciones entre obras que esta clasificación conlleva.

El equipo de comisarios de la Tate ha movilizado a cuanto amante del arte albergaba un Miró en su colección y ha tomado sus cuadros prestados para presentarlos en esta exposición retrospectiva. Thyssen-Bornemisza, Pompidou, el Museo de Historia de Cataluña y numerosos coleccionistas particulares, la relación de los cuales aparece en el catálogo, todos han cedido sus obras para que lienzos que nacieron juntos vuelvan a verse las caras. Tal es el caso de las Constelaciones: es difícil haberlas visto juntas antes, ya que se hallan custodiadas en museos distintos. Desde luego, así se crean diálogos únicos entre los distintos momentos de la obra del pintor. Tratándose de una galería en una capital de diez millones de habitantes, por supuesto, es lo mínimo que uno espera a cambio de las quince libras que cuesta la entrada, pero lo recalco porque para los palmesanos, que seguramente estén más familiarizados con la exposición permanente de la Fundación Miró en Mallorca, esta es una magnífica oportunidad para contemplar cuadros que han viajado desde las mejores colecciones del mundo para ser presentados aquí, en Londres, hasta el 11 de septiembre. De aquí, la exposición viajará a la Fundación Miró en Barcelona, donde permanecerá abierta al público desde el 13 de octubre hasta el 25 de marzo del siguiente año. Finalmente, podrá visitarse en la Galería Nacional de Arte en Washington, desde el 6 de mayo hasta el 12 de agosto de 2012.

Joan Miró: The ladder of escape

Lugar: Tate Modern. Bankside. Londres, SE1 9TG.

Abierta hasta el 11 de septiembre.

Teléfono: +44 (0) 20 7887 8888.

Correo electrónico: visiting.modern@tate.org.uk