Lo mejor para el Real Mallorca es que la temporada sobre el césped salió mejor que su fiesta para celebrar la brillante permanencia. La goleada ante el Rayo Vallecano (3-0) provocó que Son Moix vibrara con los suyos ya que supuso alcanzar los cincuenta puntos y escalar hasta la novena plaza de la clasificación. Y en el estadio se desató la locura incluso antes de que acabara el partido. «Kang In Lee, quédate», fue el grito más escuchado, pero también el de «Galarreta, Galarreta», como agradecimiento a la trayectoria del eibarrés como bermellón. Y por supuesto la afición coreó el nombre de Javier Aguirre, que respondió levantando el brazo desde el banquillo. El público se lo pasó muy bien, sobre todo porque la segunda parte, con los goles de Muriqi, Copete y Ángel, fue muy entretenida. Había tantos motivos para festejar que incluso volvió la ola al estadio, algo que era mucho más habitual en la etapa dorada del Mallorca en Primera, con dieciséis campañas consecutivas en la elite.

Uno de los momentos más bonitos fue el homenaje al árbitro Mateu Lahoz, que lloró en su último encuentro después de quince temporadas entre los mejores. Tanto los jugadores del Rayo como los del Mallorca formaron un gigantesco pasillo que el trencilla valenciano cruzó emocionado y con una gran ovación de los presentes. Ahí estaba su madre y sus dos hijos acompañándole en una circunstancia tan especial.

Por la megafonía rogaron al mallorquinismo que no abandonara Son Moix y que aguantara unos minutos porque habían organizado una fiesta sobre el césped. Pero la realidad es que de los 14.521 espectadores apenas se quedaron poco más de dos mil y eso deslució por completo un acto mejorable. Y el motivo es evidente. Había pasado media hora y se cansaron de esperar.

El ‘speaker’ Jaume Colombàs, en un escenario montado en el centro del campo, fue llamando uno a uno a todos los integrantes de la plantilla, que saltaron junto a sus hijos entre bengalas y banderas ondeando. Los más aclamados fueron, con diferencia, Kang, Galarreta, Muriqi, Raíllo y Abdón. La pena es que la música estuvo a tantos decibelios que casi no se pudieron apreciar los cánticos de los pocos que quedaban. 

No hubo discurso de nadie. Ni el presidente Andy Kohlberg, que antes había regalado en familia una camiseta al campeón del mundo de Moto2, Augusto Fernández, ni el capitán, ni el entrenador se dirigieron a los aficionados, algo que también se echó de menos. Los jugadores enviaron balones hacia la grada e hicieron felices a más de un chaval. Se fueron a casa con algo más que los tres puntos y una salvación admirable.