Por necesidad y por sentido de la utilidad, eso que en términos actuales se llama reciclaje, la payesía mallorquina, en sus tiempos de pleno desarrollo, supo dar valor práctico a cualquiera de sus elementos. Pero los tiempos han cambiado, la agricultura y la ganadería no están en su mejor época y la imposición del desperdicio ha recortado recursos y posibilidades. El despilfarro se ha impuesto y no queda más remedio que rectificar recuperando el valor y el ingenio de lo servible.
La mutación que ha experimentado el aprovechamiento de la lana es un buen ejemplo de lo dicho. Se ha pasado del todo a la nada. Ahora, en época de esquileo, es bueno fijarse en ello. La lana ha pasado del tejido y el colchón al abandono porque ha sido suplantada por otras materias y porque su transformación, y no digamos eliminación, se ha convertido en una verdadero problema para los productores.
El camino emprendido necesita un retorno. Comienzan a ensayarse fórmulas innovadoras como la de utilizar la lana a modo de aislante en la construcción y ahora conocemos un nuevo proyecto piloto para su viabilidad como compostaje y acolchado en los árboles. El sector lo ha venido reclamando desde hace tiempo. La dirección general de Agricultura autoriza a Mallorca Rural a poner en marcha cursos de compostaje y después aplicarlo en las propias explotaciones agrícolas. Si todo sale bien, se dispondrá de una guía de buenas prácticas que puede ser una salida estable de cara al futuro.