Durante la madrugada del 16 de agosto de 1936 entre 6.000 y 10.000 combatientes republicanos procedentes de Barcelona y comandados por el capitán Alberto Bayo, desembarcan cerca de la Punta de n'Amer, reforzados por una parte importante de la guarnición de Menorca y refuerzos procedentes de Eivissa. Su objetivo era recuperar para la Segunda República la mayor cantidad posible de territorio mallorquín tras el golpe de estado Nacional. Lograron ocupar una franja costera de unos 14 kilómetros hasta llegar un poco más allá de Porto Cristo.

Pero poco a poco, la redistribución de una Falange en horas bajas y los refuerzos italianos encarnados en el polémico Conde Rossi (creador de los denominados Dragones de la Muerte), acabó por hacer claudicar la defensa republicana, cuyas tropas eran definitivamente reclamadas de vuelta desde Madrid el 3 de septiembre del mismo año.

El final de esa historia conocida supone el principio del martirio para las hermanas Buxadé, Daría y Mercedes, y tres voluntarias más de la Cruz Roja a las que el reembarco sorprendió sin preaviso durmiendo en un pajar de una finca próxima. Lo que supuso que la mañana del día 4 fueran apresadas por un grupo de fascistas a las órdenes de Rossi, subidas a un camión descapotado y exhibidas durante toda la mañana desde Son Servera hasta Manacor, donde por la tarde son fotografiadas en la escuela de Sa Graduada junto a otros presos; y ya por la noche llevadas al Rosari, una casa en la plaza de sa Bassa, donde fueron interrogadas.

Preguntas y respuestas que pese a ser transcritas fueron destruidas en algún momento de los años 70, tras la muerte de Francisco Franco. Aunque lo peor fueron las vejaciones, torturas y los 'exámenes ginecológicos' a las que oficialmente fueron sometidas. A las once de la mañana del día siguiente fueron llevadas, probablemente al antiguo cementerio de Manacor, lo que hoy en día es el parque municipal, donde fueron fusiladas, no sin antes invitar a todo aquel que quisiera verlo. Ni la petición de clemencia del sacerdote que las confesó ni las críticas de una parte del falangismo local lograron hacer cambiar de opinión al Conde Rossi, "que fue quien tomó la última decisión".