En la Mallorca de los atascos viarios, incluso ya en la pretemporada turística, no existe trazado posible inocuo para dotar de recorrido la necesaria prolongación del tren entre Manacor y Capdepera. En todo caso, es solo una porción de una problemática más general que se desplaza por toda la isla.
Los pormenores de la nueva línea de tren-tram desvelados ayer conforman los efectos secundarios de un mal necesario. El trazado ferroviario tendrá también una virtud intraducible a efectos prácticos, la de labrar sobre el terreno las consecuencias de un Llevant y sobre todo un Manacor que siempre había reclamado el tren con la boca pequeña pero nunca se había creído ni tomado en serio su regreso efectivo. Esta es la causa por la cual se ha practicado urbanismo de camuflaje y decoración sobre la vieja vía y se han promovido alegremente barreras constructoras porque el tren, han sostenido demasiados gestores públicos, era cosa del pasado. Es, otra vez, la incapacidad de planificación y consenso.
Y ahora, a modo de cirugía estética urbana, se persigue el límite de lo imposible, el todo incluido de la movilidad y el confort a pie de calle, un tren-tram capaz de sortear un Passeig del Ferrocarril en el que también debe haber aparcamientos disuasorios, nueva rotonda y la protección del carril bici con parada a la altura del hospital y otra previa cerca del polígono industrial. Hasta Artà, se asegura el mantenimiento de la vía verde que, pese a su éxito como espacio de ocio, no es más que la usurpación lúdica del trazado ferroviario real. Se debe contentar a todos. El tren llegará a Capdepera sacando los colores de lo mal que se ha actuado hasta ahora.
