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Lletra menuda

El coste de los excesos y abusos

La bahía de Alcúdia está sobreexplotada. Nada nuevo ni excepción alguna en esta isla que reclama más turistas con una mano y acaricia el decrecimiento con la otra. La única particularidad está en que hablamos de una zona frágil y sensible, una obviedad que no necesita el grado de naturalista para ser reconocida.

Cadenas hoteleras, particulares y hasta instituciones amigas de infraestructuras vistosas han disecado y encharcado la Albufera y Albufereta a gusto de sus apetencias económicas. Nadie ha podido destinar un euro de los beneficios a restaurar el daño ocasionado. Tienen que hacerlo los fondos europeos, igual que si fueran un maná caído de la gratuidad no contributiva.

Instituciones, medios académicos y referentes del ecologismo forman equipo ahora para comparecer como salvadores de Maristany y s’Estany des Ponts. Tienen ante sí 57 hectáreas por restaurar para que las aguas no topen con obstáculos, las aves puedan reposar y las plantas autóctonas crecer. También una labor más necesaria cada día, la de contribuir, en la medida de lo posible, a contener los desbarajustes que propicia el cambio climático.

El mérito de la imprescindible eliminación de barreras y ampliación de canales que se vislumbra, vendido ya como un éxito antes de poner un pie en el lodo, es insuficiente sin embargo para regresar a los orígenes o establecer garantías absolutas para zonas infranqueables a la intervención humana. Es así porque el peso de los excesos y abusos cometidos resulta mayúsculo.

Aún ahora, a la vista de las manifestaciones del alcalde de Alcúdia, no está descartada la tentación de mayor explotación turística, una vez realizada la restauración natural.

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