El viejo principio según el cual la unión hace la fuerza, carece de fecha de caducidad. Es más, resulta susceptible de reciclarse y adaptarse en forma útil a los nuevos tiempos. La pandemia, ahora con indicios de posible regeneración y que algo bueno debía tener, ha enseñado bastante en este sentido. El confinamiento, por ejemplo, avispó el ingenio para que los productos agrícolas no se perdieran y llegaran directamente de la huerta al consumidor. Nada nuevo por otro lado, porque eso de ir de la tierra a la mesa es tan viejo como la necesidad de alimentarse, pero pospuesto por el comercio reorganizado y generalista.
En términos agrícolas, el confinamiento fue un banco de pruebas, una semilla que ahora empieza a mostrar la robustez de una planta que debe ser capaz de aguantar en su ramaje toda la cadena alimentaria y además producir frutos de eficacia, ahorro, calidad y rentabilidad. La planta todavía es tierna, está en fase de crecimiento, pero parece haber superado su fase más delicada.
El proceso de experimentación de nuevos sistemas de cultivo y distribución de huerta ecológica que llevan a cabo la asociación de productores y las cooperativas del sector viene a reafirmar la importancia de volver a lo básico y sustancial. Algo tan consecuente como no repetir cultivos si la demanda no lo requiere, saber aprovechar el agua para las hortalizas adecuadas o afianzar una distribución colectiva. Con estos principios claros, lo cual viene a ser el abono ecológico del proceso, el esfuerzo debe dirigirse ahora hacia la consolidación. Lo agradecerán por igual los trabajadores del campo y el consumidor que sabe apreciar lo bueno y sano.
