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El mensaje del activismo ecologista

Se podrá estar de acuerdo o en contra de los trabajos que lleva a cabo Salvem Portocolom, pero en ningún caso habrá ocasión de reprochar inmovilismo o falta de sensibilidad a este singular grupo ecologista de cuño felanitxer. Tener motivo para hacerlo no sería causa de disgusto porque significaría que ya no queda margen para la defensa del medio natural y el patrimonio urbano con carácter. Sueños, vaya.

Al más puro estilo Greenpeace, la plataforma cerró ayer por su cuenta y riesgo el acceso motorizado a la zona protegida de s’Algar, la niña bonita de la costa de Felanitx, que sin embargo se degrada a pasos agigantados porque naturalistas de pacotilla se niegan a recorrer a pie los trescientos metros que la separan de Portocolom y evitan usar los aparcamientos disponibles en el área urbana. Que protejan los demás para que yo pueda llegar en coche o instalar la caravana en la misma orilla. Esta parece ser la regla de comportamiento que nadie asume, pero demasiados practican, a la hora de aproximarse a s’Algar.

La movilización popular evitó, hace décadas ya, la urbanización prevista en el lugar. Se ha demostrado que no bastaba con esto porque no existe suficiente concienciación ni civismo cuando se trata de convivir con el respeto al medio natural. Hechos, es decir, basuras, deterioros y otras cosas más innombrables así lo delatan.

La acción de Salvem Portocolom deja el mensaje de que la lucha y denuncia ecologista siguen siendo necesarias. Es así por falta de complicidad social y porque las instituciones son muy perezosas para dar el paso de hacer valer lo que acuerdan y regulan en cuanto a la protección del medio natural.

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