No lo reconocerán, pero los hechos acreditan que, ante la proliferación creciente de botellones en calles y descampados, los ayuntamientos de Mallorca se sumergen en una borrachera de inoperancia. Dejan pasar la resaca de ruidos y suciedad esperando que amainen las quejas o el mal se tenga por crónico. Aún más, en muchos casos los ayuntamientos se convierten en colaboradores pasivos y necesarios del alcohol desmesurado en terrazas alargadas y fiestas toleradas.
Deià da un paso al frente y tiene la valentía de convertirse en excepción, llamar a las cosas por su nombre y reconocerlas. Una normativa muy restrictiva luchará contra el botellón a todas horas. Lo que no hace el civismo lo impondrá la autoridad. Que cunda el ejemplo.