«No nos vamos a ir del club, y si hace falta nos llevaremos a la familia y dormiremos todos ahí». Son palabras de Blas Méndez (77 años), uno del más de centenar de personas que ayer por la tarde recorrieron las calles del barrio de Son Cladera para reclamar a la Fundación Sa Nostra que paralice el cierre del centro de jubilados. «Es nuestra vida, lo único que nos queda ya. Si nos lo arrebatan, ¿qué será de nosotros?», se cuestiona Antonia Álvarez, de 86 años.

Solos, acompañados por sus parejas, hijos, nietos, y hasta con mascotas, los vecinos de este barrio palmesano alzaron la voz para pedir «humanidad». «A los mayores se les ayuda, no se les humilla», «la felicidad y el bienestar no se negocia, se ayuda» o «Sa Nostra, escucha, de los mayores no se abusa» fueron algunos de los lemas que lucieron los manifestantes, que fueron al compás de la batukada, que les acompañó durante todo el recorrido.

Los manifestantes pidieron negociar la deuda con el banco. | M.MIELNIEZUK

«Es una vergüenza lo que están haciendo con los mayores. Antes nos ayudaban pero ahora nos han abandonado completamente. Y todos los partidos son iguales. No les importamos nada», se expresó Álvarez, quien a duras penas podía mantener el ritmo de los protestantes.

Una opinión que compartió Adelina Pons (77 años): «Si nos quitan el club nos dejan sin nada. Es nuestra manera de mantenernos activos y no desfallecer. ¿Qué nos quieren, tirados en el sofá todo el día?». Según contó, es una asidua del club, donde se reúne con sus amigas para tomar un café o asistir a las clases de baile. «Aunque lo mejor es el bingo. Nos tiene enganchados», apostilla José Egea (69 años), quien aprovechó la ocasión para reclamar una sucursal bancaria en el barrio. «Es insostenible que nos tengamos que desplazar para sacar dinero. Además, no todos los mayores pueden por problemas de movilidad», sostuvo.

Aunque no todos los manifestantes eran del barrio. Rosa Julià (71 años) es de La Soledad «de toda la vida», pero se desplaza hasta el club de Son Cladera porque está, «bueno, estaba» -corrige-, genial. Con la diversidad de actividades que había, ella y sus amigas se apuntaban a casi todas. «Es cierto que el club debe bastante dinero, unos 30.000 euros, pero necesitamos que nos den la oportunidad para devolverlo, no cerrarlo y ya», aseveró.

Unas palabras que fueron repetidas por varios protestantes, quienes insistieron en que no quieren que se les perdone la deuda sino poder negociar cómo hacerlo para devolverlo poco a poco sin que el centro de los jubilados cierre sus puertas. «El Ayuntamiento nos ofrecía otro local pero era demasiado pequeño. Necesitamos que nos ayuden, no nos pueden dejar en la calle, será la ruina para muchos mayores. El club es nuestra vida», concluye Julià.