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«Los Pullman eran lo más precario y aislado, aquí venía gente sin red»

Dos trabajadoras de Càritas explican el trabajo realizado para quitar el estigma asociado a los bloques, pero reclaman más recursos y ayuda

Paola Maddonni y Narcisa Luzuriaga posan ante dos vde los bloques Pullman. | DM

Los Pullman de Cala Major han ganado unas cuantas batallas contra el estigma, aunque a día de hoy la vida allí sigue presentando obstáculos. Entidades y administraciones han trabajado en los últimos años para que estos bloques que se levantan en Cala Major dejen de ser sinónimo de infravivienda y conflictividad, y buena parte de los progresos logrados son atribuibles al trabajo de campo que hizo la socióloga Paola Maddonni durante once años y que ahora continúa Narcisa Luzuriaga, trabajadora social.

Ambas trabajan en Càritas, entidad que en 2015 abrió un local en los bajos de uno de los bloques Pullman. «Conseguir este espacio fue una lucha», introduce Maddonni, que empezó a trabajar con los vecinos en 2011. «Cuando emigré de Argentina, el primer sitio de la isla que pisé fue uno de estos pisos. Por tanto, cuando Càritas me destinó a esta zona yo ya tenía un vínculo con el barrio», añade.

El territorio en el que debía desarrollar su trabajo comunitario abarcaba Génova, Sant Agustí, Cala Mayor, Portopí, El Terreno y Son Armadans. Pero se dio cuenta de que muchas de las personas que iban en busca de ayuda a la parroquia de Sant Agustí eran inquilinos de los Pullman. «Era el lugar más olvidado, el más precario y el más aislado», recuerda sobre el emplazamiento en el que se levantan los altos edificios de pisos colmena, un centenar de diminutos apartamentos en cada bloque que van de los 20 a los 33 metros cuadrados.

Una «explosión demográfica»

«Aquí venía gente que no tenía red, muchos extranjeros. Al principio sobre todo búlgaros, pero cuando entraron en la Unión Europea cambiaron de estatus y fueron reemplazados por población mayoritariamente de países árabes, sobre todo de Marruecos y de Argelia», señala Maddonni. «Cuando nos pudimos trasladar a este local fue fantástico porque se convirtió en un centro neurálgico en el que la gente podía encontrarse, conocerse y establecer red», relata esta socióloga.

Recuerda que hace 20 años los apartamentos eran habitados sobre todo por hogares unifamiliares, personas con problemáticas de consumo o de exclusión social. Con la crisis de 2008 empezaron a llegar familias inmigrantes y otras residentes en la isla que ya no podían pagar un alquiler en otros barrios de Palma. «Fueron años en los que también empezaron a subir los alquileres y los vecinos pagaron 500 o 600 euros por estudios que costaban en torno a 300. Se metieron familias enteras en pisos de veinte metros cuadrados. Y significó que esta zona se transformaba en un barrio de familias, la mayoría inmigrantes, pese a que había muy pocos servicios y recursos para ellas. Además, esta es una zona poco amable para las familias», evoca Maddonni.

Paola Maddonni y Narcisa Luzuriaga. DM

Mientras aquella «explosión demográfica» tenía lugar, los nuevos vecinos se apretaban en los estudios y en muchas ocasiones eran víctimas de estafas por parte de supuestos caseros que les alquilaban apartamentos que no eran de su propiedad.

«Un hombre fue detenido porque alquiló decenas de apartamentos que no eran suyos. La población inmigrante era víctima de mafias y fraudes. Y como que los pisos no tienen célula de habitabilidad, no se pueden montar contadores. Así que los presuntos caseros les cobraban lo que ellos consideraban por la luz», lamenta esta socióloga.

Su trabajo comunitario con los vecinos chocó muchas veces con el desinterés de presidentes de comunidad y administradores. Pero empezaron a surgir algunos brotes verdes. «Las familias empezaron a conocerse entre sí, querían era aprender castellano y entender cómo funcionaban aquí las cosas. Habían venido de agrupadas por sus maridos, empezaron a tener niños y buscaron pediatra y colegios. Y a partir de ahí trabajamos con ellas para insertarlas en el mercado laboral», explica esta profesional.

Hace unos años otras entidades se implicaron para mejorar las condiciones de vida en la zona, también el Ayuntamiento de Palma. «Hubo una voluntad y un esfuerzo colectivo para empezar a quitar el estigma y ayudar a los vecinos», interviene Luzuriaga, que desarrolla su labor en los Pullman desde el año pasado. «Llegué en un momento en el que estaba viniendo gente de una gran diversidad de orígenes y con una gran problemática con los precios de la vivienda porque los alquileres ya están en torno a 800 euros. Sigue habiendo estafas y personas que a lo mejor exigen 500 euros a una familia para vivir en un estudio», relata esta trabajadora social.

Piden voluntarios

Subraya que a día de hoy muchos vecinos tienen que acudir a Càritas porque en el barrio sigue habiendo falta de recursos y servicios sociales. Muchos de ellos no están regularizados y el camino está lleno de obstáculos. Luzuriaga una guardería, más presencia policial y mejores conexiones con el bus para romper ese aislamiento. También más espacios verdes en un área en el que apenas crecen árboles.

Y hace un llamamiento para que se sumen voluntarios: «Podríamos hacer mucho más si nos ayudan. Trabajamos con personas mayores, jóvenes y niños. Damos clases de castellano y de informática, pero necesitamos aunar esfuerzos para hacer más porque no dejan de llegar nuevos vecinos».

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