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Palma, imagen maltratada

Antes y después. Una imagen que lo dice todo. A.F.

El Plan General de Ordenación Urbana es la biblia de la ciudad. Una biblia renovable y de obligado cumplimiento que con aciertos y desaciertos dice cómo, dónde y qué construir. Además de lo gordo: alturas, aprovechamiento del solar, equipamientos, espacios libres, etc., también controla los detalles. De hecho, en el plan semiaprobado actualmente, el Plan de Ordenación Detallada (POD), es el quid de la cuestión.

Decía el PGOU de Palma que la composición estética de las partes bajas de los edificios, normalmente dedicadas a usos comerciales, debía estar en consonancia con el conjunto del edificio. Se venía de una época, los años 70, en que la proliferación de rótulos de plástico y neones competían por hacer visibles las tiendas y se quería poner orden, que para eso está un plan de ordenación.

53 años después estamos muchísimo peor por un motivo muy simple: si no se obliga a cumplir la norma, el caos se apropia del ambiente.

Hace 12 años que vengo predicando a las autoridades competentes que Palma, en algunos aspectos, es el Museo de los Horrores. Y que la solución es fácil, basta con hacer cumplir las reglas que nos hemos dado. Recuerdo que dediqué una mañana entera a hacer de guía turística de los incumplimientos, al director general de Comercio de apellido italiano que dimitió recientemente, tras el affaire Vivas-Romero. Un par de años antes me pasé horas con la regidora anterior, Joana María Adrover, explicando al detalle las normas no cumplidas en materia de rotulación, tamaños, materiales, colores y luces. Me invitó a presentar el trabajo a la «Taula de Comerç» y allá que fui pertrechada con fotografías, PowerPoint y normativa ante representantes de sindicatos, patronales y asociaciones vecinales.

Lo mismo hice en el Consell de Gerencia de Urbanismo, ante el asentimiento de todos los representantes políticos y sociales. Se quedaron copia.

Pero ¿alguien actuó con eficacia? A la vista está, no.

Ya tuve a Mateu Isern aguantando mecha mientras le contaba al detalle los horrores visuales de la ciudad, en fotos colgadas en la pared de ARCA, que pertenecían a una exposición que titulamos Palma Patrimonio de la Humanidad?, con interrogación. Era la época en que se había anunciado esa intención de candidatura y el alcalde vino a la inauguración aguantando estoicamente las críticas. Àngels!, exclamó un par de veces, como pidiendo auxilio. Pero aguantó y escuchó aunque no actuó con eficacia, igual que todos sus sucesores.

Cuando paseas por Palma es muy difícil ver los edificios de la ciudad porque tu visión queda atrapada por la amalgama estética de los bajos, vinilos que cubren la fachada, algunos enormes, aberturas excesivas, luces y pantallas con imágenes móviles, terrazas que obturan la visión y el paso. Es casi heroico levantar la vista y ver más allá.

Y el mismo daño hace la aborrecible estética de los «take away» y «compro oro» como las empalagosas fachadas de flores sacadas de un cuento de Tarta de Fresa en pleno centro histórico. Todo es maltrato al buen gusto y a la biblia que debería cumplirse.

¿Hay solución? Por supuesto que sí. Basta viajar un poco y ver alguna otra ciudad para ver que, en este aspecto y muchos otros, se pueden hacer las cosas bien. Girona sería el mejor ejemplo; Valencia y Málaga también servirían.

Si hay voluntad política, la inspección actúa de oficio y la Administración acorta los trámites, sanciona y obliga a la restitución inmediata, mejoraremos mucho. Y también si se impide que los nuevos negocios cuelguen lo que les dé la gana. Ahora bien, si se sigue con la dinámica actual, no, no hay solución.

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