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Miquel Quetglas, el primer entierro laico

El monolito en recuerdo de Miguel Quetglas Bauzá, político republicano fallecido en 1872, se halla en un lateral del Cementerio de Palma, cerca del crematorio, dejado de la mano de Dios y rodeado de tumbas destartaladas. El entierro de este hombre que se enfrentó a los privilegios de la iglesia fue el primero laico que se celebró en Palma.

El monolito en recuerdo de Miguel Quetglas, abandonado por Cort, desafía el paso del tiempo. B. Ramon

¿Quién era y qué representaba Miguel Quetglas Bauzá para concitar al ser enterrado las iras de la Iglesia católica de Mallorca, que no pudo impedir, y eso que lo intentó, que su inhumación fuera el primer enterramiento laico del que se tiene constancia en el cementerio de Palma? ¿A qué se debe todavía hoy, 150 años después de su muerte, el abandono negligente por parte de Cort del monolito que lo recuerda y que se alza desafiando la degradación inexorable como consecuencia del paso del tiempo? Su biografía, en la archiconservadora Mallorca de la segunda mitad del siglo XIX, es fascinante.

Quetglas nació en Palma en 1826, en plena década ominosa, cuando el Rey felón Fernando VII, amparado por las potencias europeas, que le auxiliaron con los denominados Cien mil hijos de San Luis, había liquidado la Constitución liberal de 1812 e instaurado de nuevo el absolutismo, que llegó acompañado de la Santa Inquisición de la Iglesia católica. Eran tiempos, como los que llegarían algo más de un siglo después, cerrados, oscuros, en los que la libertad de la palabra estaba proscrita. En ese ambiente llegó al mundo Miguel Quetglas, que supo abrirse camino hasta fundar una fábrica de harinas. Muerto el peor de los Borbones que ha padecido España (y lo han sido casi todos), su hija Isabel II tuvo que apoyarse en los liberales para combatir a los carlistas fieles al hermano de su padre, Carlos María Isidro que, amparándose en la Ley Sálica, reclamaba el desvencijado trono de las Españas.

Pese a los esfuerzos de la Iglesia católica de Mallorca, el monolito en recuerdo de Miquel Quetglas pudo ser erigido gracias a que fue sufragado por personas del republicanismo de la isla. | B. RAMON

Miguel Quetglas estaba politizado. Albergaba ideas progresistas. Era, recuerda su monolito, un «librepensador» de libro, por lo que hacia 1852 abrió en Palma el Centro Instructivo Republicano. Constituyó el inicio de su vibrante carrera política. Un burgués reclamaba el progresismo como harían, entrado el siglo XX, los mejores exponentes de la burguesía republicana y liberal, que pagarían con la cárcel , el exilio o la muerte al triunfar el golpe de Estado de julio de 1936. Afiliado al Partido Demócrata, una de las organizaciones que afloraron con el regreso de las libertades fundamentales, consiguió ser elegido concejal del Ayuntamiento de Palma, desde donde bregó para «redimir en metálico» la prestación del servicio militar a los «quintos», los que tuvieron que marchar primero a la Guerra de Cuba y Filipinas, en la última década del siglo, y después, entrado el siglo XX, a Marruecos, territorio en el que los militares africanistas crearon la estirpe de la que surgieron los golpistas del 36.

miquel quetglas

En 1855 , durante el bienio progresista, que duró poco, como todos los intentos de modernizar España, escribió en El Iris del Pueblo, evocador nombre de una publicación republicana. De vuelta al conservadurismo reaccionario se ve en la tesitura de pasar a una relativa clandestinidad; un paraíso comparada con la que llegó para muchos en 1936 y se mantuvo hasta 1975, cuando fenece el general Franco, el más cruel dictador alumbrado en España. Hasta 1866, dos años antes de que la revolución conocida como La Gloriosa derrocase a Isabel II e iniciase un período que se prolonga hasta 1874, en el que reina Amadeo de Saboya, mejor monarca que cualquier Borbón, y se instaura, en 1873, la Primera República. En esos años fue redactor de El Porvenir, dirige El Iris del Pueblo y preside el Comité Balear del Partido Republicano siendo, además, jefe de la Milicia Ciudadana. Un consumado activista y empresario, actividad que nunca abandonó. En las elecciones para las Cortes de 1869 es el candidato del Partido Republicano Federal sin conseguir ser elegido diputado, aunque sí obtiene el acta de diputado provincial en 1871.

miquel quetglas

¿Cuál fue la fundamental razón por la que la Iglesia católica pusiera el grito en el Cielo y en los poderes civiles para negarle la inhumación en el Cementerio de Palma? Hubo una y muy poderosa a sus ojos. Quetglas, en 1869, cuando el período revolucionario empezaba a poner a la Iglesia en su sitio, aunque seguía conservando no poca influencia en la pacata sociedad mallorquina, era un laicista comprometido con la defensa de la separación entre Iglesia y Estado, lo que le llevó a escribir La cuestión religiosa, texto en el que se desarrollaba una crítica demoledora contra el oscurantismo que anidaba en el seno del clericalismo católico. De ahí que obispo, canónigos y sacerdotes, acompañados de «las gentes de bien» que Núñez Feijóo sigue hoy invocando, le tuvieran descomunal ojeriza.

Al fallecer, en febrero de 1872, su entierro transmutó en manifestación política de primer orden acudiendo al cementerio, según cuentan las crónicas, miles de personas para honrarle. Hubo más, porque al iniciarse en 1873 la efímera Primera República (cinco presidentes, cuatro constitucionales, en apenas un año) el Ayuntamiento de Palma organizó un acto político para recordarle. Los republicanos federalistas, que ya los había en Mallorca, acordaron levantar un monumento en su memoria, a lo que la Iglesia católica se opuso vehementemente. Volvía a tener vara alta porque el general Serrano, que abrió las puertas a la restauración borbónica con la proclamación de Alfonso XII por el general Martínez Campos en Sagunto, iniciaba el retorno al conservadurismo español.

Si la Iglesia mordió el polvo al no poder impedir que el entierro de Miguel Quetglas fuera laico, también fracasó en el empeño de negarle el monolito, puesto que éste se levantó sufragado por el republicanismo. Siglo y medio después sigue, deteriorado (para vergüenza del Ayuntamiento de las izquierdas de Ciutat), en la abandonada plazoleta en la que se yergue recordando «al modesto hijo del pueblo Miguel Quetglas y Bauzá», «al apóstol del principio federalista» y «al intrépido soldado del libre pensamiento». La grandilocuencia decimonónica constata que Miguel Quetglas Bauzá fue alguien importante en la adormecida sociedad palmesana de la segunda mitad del siglo XIX.

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