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Menos de 100 días y votamos. ¿Pero qué partido elegimos?

Menos de 100 días y votamos. ¿Pero qué partido elegimos? EFE/MARCIAL GUILLÉN

En su día recibimos con alegría que ningún partido obtuviera la mayoría absoluta en el ayuntamiento de Palma. Inocentemente creímos que las excentricidades de algunas ideas quedarían moduladas por el hecho de tener que pactar continuamente políticas efectivas entre las candidaturas ganadoras compañeras de gobierno. Pero en poco tiempo observamos que ese deseado consenso continuo era un trabajo para el que no había vocación. Ni entre ellos ni con las entidades ciudadanas que no consideraran estrictamente de su cuerda. El consenso se transformó en reparto y en aquello de «yo no me meto con lo que tú haces y a ti no te incumbe lo mío», cuidándose mucho de no meterse en camisa de once varas. Y así, cada cual con su estilo de hacer, estamos acabando ya ocho años de gobierno municipal compartimentado. Compartimentos estancos que han eliminado fricciones entre ellos y desamparado a quienes, desde fuera, la ciudadanía activa e independiente, aportaba ideas buenas y gratis.

Esa separación de facto entre gran parte de la ciudadanía y el gobierno municipal provoca desafección y pone en peligro la calidad democrática. Y claro, como primera consecuencia estimula la emigración de voto de gente que solo quiere una ciudad ordenada y eficiente, hacia opciones que en realidad no serían las suyas.

Dentro de 97 días se vota la nueva conformación de representantes políticos en el ayuntamiento de Palma. Y supongo que no soy la única que no tiene ni idea de por quién optar, aunque sé muy bien qué papeletas no pienso coger.

Necesitamos una ciudad limpia de pintadas vandálicas, en la que puedas soltar a un niño pequeño de la mano sin riesgo a que lo mate un patinete. Unas galerías de plaza Mayor vivas, conectadas con el exterior y con el subsuelo a través del fantástico túnel del tren. El Parc de les Vies para barrios históricamente maltratados. Un Ensanche mimado que no siga perdiendo sus edificios y que cobre esplendor. Unos barrios en los que triunfe el silencio, el respeto y el civismo. Una atención efectiva a quienes necesitan ayuda en lugar de la inhumanidad de la burocracia y los protocolos. Que se deje de querer destruir monumentos. Que Son Busquets conserve la huella de lo que fue. Que paren de poner los malditos bebederos de EMAYA, feos de narices, y que empiecen por arrancar los que han plantado delante de la Lonja y junto a la Almudaina. Que antes de acometer un proyecto como el tranvía se demuestre que es la mejor alternativa y que es viable. Que se invierta en necesidades reales y no se malgaste el dinero público en autobombo. Que el feminismo luchador y cargado de razón vuelva a triunfar sobre el sectarismo. Y que desaparezca el aire de superioridad y a veces autoritarismo en quien mande en cualquier regiduría.

Sería estupendo tener una opción amable, razonable, con gente entregada, que pudiéramos reconocernos en ella y encendiera un poco la ilusión de ir a depositar el voto en la urna. Seguramente cada una de las candidaturas que se vayan a presentar se arrogará para ella esta última descripción, aunque a poco que ahondemos en sus discursos, el pasado inmediato de algunos de sus partidos o en su manera de ejercer las responsabilidades políticas, quizás llegaríamos a la conclusión de que esa pretensión dista mucho de la realidad.

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