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Cementerio, un mundo aparte

No creo en la vida eterna tras la muerte, ya me gustaría, pero les aseguro que hay mucha vida en los camposantos

Mensaje de un niño a su bisabuela en el cementerio de Son Valentí Àngels Fermoselle

Dicen que un rasgo de humanización es el respeto a los muertos. Los rastros de las civilizaciones antiguas nos llegan en gran parte por la información que nos aportan sus entierros, que perduran más que otros vestigios de sus culturas.

 No creo en la vida eterna tras la muerte, ya me gustaría, pero les aseguro que hay mucha vida en los camposantos.

 Casi cada semana paseo por el de Son Valentí, después de saludar a mis padres y regar las plantas, verdes, que decoran su espacio. Y mientras camino por sus veredas voy alabando en silencio a quienes cuidan los árboles, los setos y las rocallas. Es de agradecer que mimen con esmero un lugar tan importante para nuestra ciudad. Me han dicho que son trabajadores propios de la empresa funeraria municipal. Pues chapeau.

 Los cementerios pequeñitos de Palma son más encantadores aún: los de la Vileta, Establiments y Sant Jordi merecen una visita exclusiva. Y el de Génova. El conocido como "Bon Sosec" es más ostentoso y necesita aún un tiempo para cubrirse de esa pátina de lugar compartido y cargado de historias, aunque va haciendo su camino. 

 Descubro en la página web de la EFM que gestionan en exclusiva las inhumaciones en casi todos los cementerios citados y también en los de Puigpunyent y Galilea. Esta interacción entre municipios, aunque sea post mortem, me parece estupenda y, cuando descubra el porqué, ya les contaré.

 En la glorieta en la que están mis familiares coincido algunos domingos a primera hora de la mañana - abren a las 8h - con una pareja ya mayor, que trajinan macetas y plantas y barren el entorno en el que está enterrada su hija. Hay algo de consuelo y reparación del dolor en ese gesto casi semanal de cuidado y amor. Llegan encorvados por el peso de los tiestos y los años. Pero eso les da vida.

 "Yo vengo a ver a mi marido y a mi suegro", me señala otra mujer con la mayor naturalidad, mientras saca un trapo escondido en una minijardinera que tiene en el nicho. Al sacudir el polvo, añade: "luego me acerco donde mi cuñada", indicando un camino... Y aún sigue diciendo: "ve con cuidado que un día me atracaron aquí". La advertencia no me alarmó lo suficiente y sigo yendo a horas tempranas, porque la paz y el cariño que se desprende de cada detalle de las familias y amistades en tumbas, columbarios y nichos, supera el miedo o la amenaza de la soledad del lugar. Esa soledad de hecho, para mí, es un valor añadido.

 Estos días de festividades de difuntos, de Todos los Santos y de quienes no fueron tan santas, son especialmente jolgoriosos entre tumbas, flores y panteones. El color, la conversación y la compañía lo inunda todo y quienes no reciben nunca visitas, quizás gocen también con el ajetreo. Es bonito, aunque yo prefiera la paz cotidiana y los rincones un poco decadentes.

 Por eso les invito a visitar, un día cualquiera, la lápida en memoria de las víctimas de la gripe que desde la pandemia del covid, siempre tiene flores frescas; las maravillosas catacumbas; el ficus catalogado y toda la vegetación; las tumbas de tejados de baldositas brillantes diseñadas per Bennazar; las numerosas esculturas; los caminos y escaleras... Les animo a fijarse en los letreros de las calles, en el Mur de la Memòria y, quizás pronto, podrán también rendir homenaje al lugar de reposo de Aurora Picornell y de sus compañeras, que debe ser intensamente luminoso, brillante como la luz que cobardemente les arrebataron.

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