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La lucha por la supervivencia de los comercios de toda la vida

Los locales emblemáticos de Palma forman parte de las visitas turísticas guiadas más famosas, sin embargo, estos transcurren sus días tratando de aguantar abiertos un año más

Guillem Bosch

Las luces son más cálidas. No es la típica y cegadora iluminación fría la que te recibe al entrar. El aroma no es el mismo tampoco, no hay perfumes fuertes que te hacen arrugar la nariz sino el olor de un clásico, suave y distante, que ronda por toda la sala. No hay música estridente que no te permite oír ni tus propios pensamientos, están en silencio. En una espera tranquila pero constante.

Son los locales emblemáticos de Palma. Aquellos fundados hace años, aquellos que han marcado lugares enteros de la isla, aquellos que algunos conocen de toda la vida y aquellos que les recuerdan a los ciudadanos lo que fue Mallorca. 

Ca Donya Àngela, es una de estas pequeñas máquinas del tiempo. La famosa mercería, fundada en 1685, está situada en Jaime II desde antes de que la propia calle recibiera su nombre actual.

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Ca Donya Àngela B. Ramon

Destaca de este establecimiento la forma única de recibir a sus clientes. Si se fuera capaz de ignorar las telas que se encuentran por todo el local o los abanicos, con obras de arte como diseño, que cuelgan encima de los mostradores, lo primero que destacaría sería una de las paredes. Más específicamente hablando, la pared que se encuentra llena de botones. Botones de todos los colores y formas que crean un espectáculo visual para los clientes.

Pero incluso en este clásico y asombroso lugar, existen dificultades. Para Miquel Agiló, actual dueño del local desde hace 30 años, el título de emblemático no marca una gran diferencia para él. «¿Emblemático? Sí. Pero un emblemático necesita lo mismo que el resto de tiendas, vender». Ventas que provienen de clientes de toda la vida o del turismo.

Los establecimientos con este título tienden a ser vistos y mencionados durante visitas turísticas guiadas, sin embargo, dichas ventas suelen limitarse a abanicos, algún detalle del mostrador o, incluso, algún «capricho» por un botón. Los clientes locales tienen una dificultad agregada: el emplazamiento de la mercería. 

Agiló asegura que una de las mayores dificultades a la que se enfrentan los locales tan específicos como el suyo, en zonas tan específicas como la suya, es la limitación de entrada de vehículos a la ciudad. Una peatonalización que para muchos es una bendición para otros es una dificultad más en sus vidas.

Si se cruza Plaza Mayor y se avanza hasta la Església de Sant Miquel, Bordados Valldemossa es el siguiente local emblemático que se puede encontrar. Lleno de telas de todos los colores y estampadas de todas las formas, está el negocio fundado en 1968 por Joan Binimelis, su actual propietario. Desde delicados y finos bordados colgados de las paredes, hasta bolsas de tela con estampados típicos de la isla, este negocio es la honra de Binimelis. 

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Bordados Valldemossa Guillem Bosch

«Los títulos y todo eso se los pueden quedar» afirma el dueño en medio de un resoplido gracioso. Para él lo «importante es el cariño y la emoción que siento yo al llevar aquí más de 50 años». Una estima que ha mantenido a flote un negocio tan difícil como lo es el suyo, ya que han pasado meses en lo que no se ha podido ingresar «ni un duro». 

Unas dificultades que concuerdan con las presentadas por Miquel Agiló: las zonas peatonales. 

Por otra parte, están aquellos negocios que siempre se han encontrado en zonas de difícil acceso. Entre las calles que se esconden tras el ayuntamiento, para los amantes de la literatura se encuentra un pequeño paraíso. El Bazar del Libro, fundado en 1978, ha pasado por varios cambios a lo largo de su historia. Juan Cantarellas i Cati Bauzà, dueños actuales del local, mantienen ahora su estética y servicio original, la de hallar aquellos clásicos que en ningún otro sitio pueden encontrarse.

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El Bazar del Libro Guillem Bosch

Estanterías que se alzan hasta el techo del establecimiento, todas ellas llenas hasta sus límites de libros, obras que se juntan una encima de otra hasta crear pequeñas columnas que sostienen historias y conocimiento, son visitadas a diario por fieles clientes y turistas, que fotografían, maravillados, el local. Un lugar al que hay que ir «con calma y paciencia» aconseja Cati Bauzà. 

Un establecimiento que además de ser una pasión y un sueño para esta pareja, tras recibir el título de local emblemático se ha convertido en «una obligación de mantener fiel el puesto a su origen» según asegura Cantarellas. Un deber con el que cumplen día tras día con pasión, para poder seguir proporcionando el mejor servicio a sus clientes.

Al otro lado de Palma, uno de los locales añadidos recientemente a la famosa lista de emblemáticos aguarda. La Peluquería Caballeros Rodríguez, mantiene a día de hoy sus asientos originales de barbería. Un ambiente conocido por aquellos que vienen de Palma o, incluso, de otros municipios, por aquellos vecinos que mantienen «a flote» un negocio tan alejado de la zona turística. 

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Peluquería Rodríguez Guillem Bosch

«Lo de ser emblemático ayuda más al boca a boca, a que se hable del negocio» asegura Vicente Rodríguez, propietario del local desde los años 90.

Sí, son los locales emblemáticos de Palma. Los olvidados por los ciudadanos de la isla. Los que tienen un futuro incierto y los que luchan cada día para no convertirse en un simple recuerdo para aquellos que disfrutaron de sus momentos de vida.

¿Productos locales? Sí, pero solo los compran los turistas

Existen lugares de Palma que destacan por su capacidad de absorber la atención de los transeúntes. El colmado La Montaña es uno de estos lugares desde 1941. Grandes cantidades de comida típica de la isla, que parece estar desbordando la tienda y saliendo por las puertas, hacen que la gente pare al menos un instante en frente a este gran local. El interior sigue estas mismas características, casi pareciera que entrarás a una pequeña taberna de épocas más antiguas. Sin embargo, los turistas se limitan a la compra de ensaimadas y fuets, ignorando las famosas sobradas que cuelgan del techo o de las llamativas especias que llenan las estanterías del recinto. 

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Colmado La Montaña

«Vivimos totalmente del turismo, sino ven aquí en noviembre y verás como no hay un alma» asegura Juana, empleada desde hace diez años del emblemático lugar. Una tienda de productos puramente locales consigue sobrevivir todo el invierno gracias, y únicamente, a las ganancias realizadas durante la temporada de verano.

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