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Miquel Àngel Lladó. Lo que de verdad importa

En 42 años de comercio abierto al público han sido muchas las anécdotas y casualidades que me han sucedido y bastantes las personas a las que, gracias a la tienda, he podido conocer en profundidad y quererlas. No, novios ninguno, se ve que el gremio no me va.

Mis amistades, salvo estupendas excepciones, no suelen comprar en mi local. Y lo prefiero. «Amigo amigo, dinero aparte», se decía en casa. Ni siquiera en épocas especialmente difíciles, como las de este último año, se me ha ocurrido estimular mis extensos contactos de WhatsApp para que se acordaran de mí, ni hablar. Que se acuerden por otras cosas y no por el malvavisco.

Decía que han sucedido muchas anécdotas y curiosidades y ahí van dos que son similares. Un día entró una mujer que me pidió descansar un momento porque se encontraba mal y en pocos segundos se desmayó. El susto que me llevé fue morrocotudo. De inmediato llamé a urgencias médicas y me pasaron con una profesional que me preguntó la postura de la persona y si respiraba. Le contesté: está en el suelo. No sé si respira. Y, ante mi sorpresa, desde el teléfono me llegó, a gritos, una orden: NO SÉ, NO, ¿RESPIRA O NO RESPIRA? Y ahí reaccioné. Me cercioré y le contesté, sí, respira. Unos gritos providenciales, justificados y que me encantaron. No recuerdo exactamente el desenlace, pero creo que la mujer se fue por su propio pie una vez que los servicios sanitarios llegaron y comprobaron sus constantes.

Al cabo de unos años me pasó algo parecido. Una clienta que había ascendido a amiga estaba sentada, junto a mí, tras el mostrador y poco a poco se fue escurriendo del asiento porque había perdido el conocimiento. La amparé para evitar que se golpeara y en menos de 5 minutos ya estaba reanimándola un equipo de emergencias. Mi amiga se recuperó. Ahora no sé nada de ella, eso pasa mucho en los negocios, la vida da vueltas y la gente va moviendo sus entornos.

La conclusión que saqué en ambos casos fue inmediata: el triunfo de esta sociedad es que funciona lo que es realmente importante.

Por eso cuando se puso en marcha el perfecto engranaje sanitario para mi amigo Miquel Àngel Lladó, que no sufrió un simple desmayo, sino un ágil diagnóstico de leucemia, me sentí tranquila. Y él también.

Miquel Àngel, que por cierto, es uno de los pocos amigos que sí hacen gasto en mi tienda, había llegado de un agradable viaje por un tramo del Camino de Santiago y no acababa de recuperar las fuerzas. El cansancio era constante. En plenas fiestas navideñas se hizo unos análisis y ese mismo día ya estaba aislado en una habitación de Son Llàtzer, intervenido en quirófano para colocarle una vía y empezado a medicar y transfundir según necesitaba su tipo específico de enfermedad, que también habían conseguido determinar.

Se han cumplido ahora cuatro semanas de estancia y aislamiento en la clínica. La evolución es buena y va a superar todas las piedras que se presenten en su camino.

Conocí a este hombre, del que deberían hacer clones, hace 32 años. Hemos compartido nuestras inquietudes desde la época en la que fundamos Els Verds, pasando por nuestra partida decepcionada de los mismos hasta el día de hoy, en que nos une todo y también la lucha por el Patrimonio Histórico.

El primer día de ingreso me dijo: «Àngels, des de la finestra veig les cases de Son Llàtzer!», una frase cómplice de nuestro común interés por las piedras con historia.

Miquel Àngel ahora es mi Caballero de Son Llàtzer que triunfará y sorteará todos los obstáculos que le pongan. Y creo que, con estas palabras, represento a muchas decenas de personas que lo quieren y le aplauden cada día.

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