Aunque las mascarillas taparon sus sonrisas, miles de niños recuperaron ayer los mágicos momentos que solo se viven cada cinco de enero. Desde que los Reyes Magos desembarcaron en el Moll Vell de Palma hasta que se retiraron para continuar con su ardua jornada de reparto de regalos, una multitud de familias recibieron el mejor presente: olvidar, por unas horas, la amarga situación de pandemia y empaparse de ilusión y felicidad. [Vea aquí las imágenes]

Ni Ómicron, ni Delta, ni el cielo encapotado lograron entorpecer la ruta de Sus Majestades, que desde sus palacios emprendieron un aventuroso viaje desde el lejanísimo Oriente hasta Mallorca para saludar a los pequeños y dejarles sus regalos, de madrugada, antes de volver a sus aposentos a descansar.

El año pasado no pudo ser. El público no pudo ir a ver a los Reyes cuando recalaron en el Moll Vell, como es habitual, a bordo del Rafel Verdera, ni pudo asistir al pasacalles que recorrió Palma. Solo se pudo seguir a través de la televisión, debido a las medidas de precaución por la pandemia. Por eso, la primera Cabalgata presencial de la pandemia fue todavía más especial; entre tantas malas noticias, trajo esperanza, confianza y optimismo para ver un resquicio de luz al final del túnel.

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Los Reyes Magos ya están en Palma B. Ramon

Desde primera hora de la tarde, Ciutat se empezó a llenar de niños —y no tan niños— nerviosos por la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar. A las seis de la tarde, puntuales, el buque atracó en el muelle y los tres protagonistas tocaron tierra en Palma ante miles de personas boquiabiertas, acompañados por una sentida y larga ovación de los asistentes.

A continuación, el rey de los cabellos castaños leyó un pregón en el que celebró la oportunidad de volver, después de un año, a su añorada Mallorca, deseó «salud» para todos los niños, y les aseguró que «ninguno tendrá carbón» porque «todos se han portado muy bien».

Acto seguido, un majestuoso redoble de tambores dio inicio al desfile mientras los tres Reyes Magos se acercaron a las vallas, donde se amontonaban miles de personas, para saludar a los pequeños.

Según las estimaciones de la Policía Local, unas 25.000 personas acudieron al centro de Palma para ver la Cabalgata. Aunque todas con mascarilla, a duras penas se pudo mantener distancia de seguridad; en algunas localizaciones del recorrido, como el Born o la Plaza de la Reina, se formaron aglomeraciones considerables, hasta el punto de tener dificultad para caminar, pese a que Cort había recomendado guardar la distancia entre no convivientes para evitar más contagios.

Y eso que, este año, el recorrido se había ampliado para esponjarlo y tratar de evitar las aglomeraciones. Desde La Rambla, pasó por Barón de Pinopar, Vía Alemania, Via Roma, Bisbe Campins, Rubén Darío y el Paseo Mallorca en dirección hacia el mar. Si bien, la medida anticovid que más llamó la atención fue la ausencia de caramelos.

Cerca de las ocho y media, la comitiva finalizó el desfile en el Casal Solleric, donde Sus Majestades, rodeados de pajes y estandartes, saludaron desde lo alto a miles de personas en la plaza Juan Carlos I. Como medida de precaución, se suprimieron las actuaciones musicales que suelen finalizar la Cabalgata.

Las espectaculares carrozas y comparsas estaban ambientadas en la fantasía, inspiradas en los juguetes antiguos y con un toque ‘vintage’.

La nueva Fábrica de Carbón acaparó las miradas de todos los espectadores a su paso; la columna de humo que expulsaba la carroza se alzaba inalcanzable hacia el cielo, y en la parte trasera, una cinta transportadora expulsaba ininterrumpidamente trozos de carbón dulce. Un poco más adelante, varios zancudos custodiaban una carroza cargada de regalos reales.

La música, la danza y los espectáculos circenses se fusionaron con las vistosas exhibiciones con fuego. Y por si fuera poco, como novedad, un animado grupo de batucada inyectó todavía más ritmo al pasacalles, que se lució, a pesar de todo, más jaranero y festivo que nunca.