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Tribuna

Los misterios de San Agustín I: el desempleo tecnológico y el taxi

Taxistas a la espera de clientes en el aeropuerto de Son Sant Joan.

San Agustín es lo que se conoce como un barrio de las afueras. Un barrio tradicional de toda la vida. Se puede acceder desde la última salida de la vía cintura o desde la autopista de Andratx. En ambas salidas no es raro encontrar un taxi estacionado en el arcén mientras su conductor se alivia entre los matorrales. Es una escena costumbrista que en el barrio no sorprende, aunque parece sacada de tiempos prepandémicos con los hábitos higiénicos eran más relajados. No obstante, confieso que cuando volví a ver un taxista miccionando en la cuneta me alegré. Me di cuenta de que los había echado de menos durante estos años de la covid y lo consideré un síntoma de volver a la normalidad. Pero las cosas cambian y las costumbres también. La pandemia ha traído cambios sociales que imponen costumbres más higiénicas. Algunos de ellos deberían quedarse. Por ejemplo, la mascarilla obligatoria para cocineros resfriados y manipuladores de alimentos acatarrados que ya es un uso forzoso desde hace tiempo en Japón. Prepárame el bocadillo, pero no me contagies tu catarro.

Pero volviendo al taxi, es un misterio que un sector tan amenazado por el desempleo tecnológico no dé cursos de buenas prácticas a sus profesionales exigiéndoles -entre otras cosas- miccionar en lugares adecuados para ello. Por desempleo tecnológico se entiende la pérdida de puestos de trabajo provocada por la incorporación de nuevas tecnologías que pasan a desempeñar eficazmente tareas hasta entonces desarrolladas por personas. No es un fenómeno nuevo. Aparece por primera vez con virulencia en la Inglaterra de la Revolución Industrial de finales del XVIII cuando muchos trabajadores perdieron su empleo con la llegada de la máquina de vapor. Y ya entonces se aprecia por parte de los trabajadores dos formas de enfrentar el problema. Algunos se formaron para nuevos empleos que consistían precisamente en manejar esas máquinas. Otros se dedicaron a organizar violentas algaradas cuyo objetivo era destruir las máquinas. En este punto conviene recordar que desde principios de 2019 venimos asistiendo a una escalada de violencia en la guerra del taxi y que hace pocos meses circulaba por las redes un vídeo con un coche ardiendo y la palabra Uber escrita en el capo. Y eso sin haberse autorizado aún los vehículos autónomos.

Las plataformas del taxi se están gastando mucho dinero en imagen para enfrentar a Uber y bastaría una persona con la cámara de un móvil -otra vez las nuevas tecnologías- para arruinar todos esos esfuerzos. Y sabemos que son una minoría y que cualquiera puede tener una urgencia, pero todos los taxis van pintados igual y no se puede distinguir al que hace las cosas bien del que para en el arcén. Y, francamente, no es solo por la imagen. Estoy seguro de que muchos usuarios después de asistir a la escena nos hemos pasado a la hora de abonar las carreras al pago electrónico, una vez más las nuevas tecnologías. Así que me van a permitir que acabe uniendo dos aforismos: quizá sería mejor dejar de mear fuera del tiesto en lugar de seguir escupiendo al cielo.

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