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Pensar, compartir... | La robot impaciente y el funcionario insolente

Sepan que me han obligado a mantener correspondencia con una robot. Y la experiencia ha sido relativamente satisfactoria. Todo empezó por mi negativa a efectuar una llamada a un teléfono 902. La máquina TPV de cobro con tarjetas de crédito, elemento imprescindible para mi comercio, se había averiado y llamé a mi oficina bancaria para que enviaran a alguien para solucionarlo. – Debe llamar al siguiente teléfono: 902…., me informó una mujer. Al oír el prefijo, la interrumpí y le advertí que jamás llamo a teléfonos de pago. Suficientes sablazos de telefonías recibo por duplicado -casa y tienda- como para gastar un céntimo más. La alternativa que me dio la trabajadora del banco fue que estableciera comunicación vía Whatsapp con un número. Me advirtió que solo admitía ese método, y nada de mensajes de voz ni llamadas telefónicas.

Y ahí empezó mi relación epistolar con una robot llamada Paula. Aún no había dado a la tecla «enviar» del primer mensaje al número en cuestión 965…, describiendo el problema, cuando recibí un alegre saludo - ¡Hola, Àngels! Soy Paula, tu asistente virtual de TPV banc…. Escribe A si tu TPV es físico o escribe B si tu TPV es virtual. Superada la estupefacción de que me contestara antes de ser preguntada, pensé: - Caramba, qué impaciente y parece que eficaz es Paula. Así que contesté rápida y brevemente: «A». En una décima de segundo ya me había escrito – «Genial, mientras te identifico te incluyo recomendaciones para limpiar el TPV: con 4 pasos que ya había hecho antes yo sola, con ningún resultado. Sin que transcurriera un segundo más ya me había bombardeado con preguntas e informaciones, relativas al TPV y la posible avería. Era una catarata de mensajes a los que solo podía contestar A o B, porque cuando escribía una frase breve tipo «el horario de la tienda es de 8h a 18 h», me contestaba con el emoticono de los ojos para arriba, como diciendo «Qué paciencia hay que tener». No salía de mi asombro de las confianzas que se tomaba Paula, además de opiniones sobre mí, también me tuteaba, pero no me molestó. Solo me molesta que me tutee la gente que no me cae bien.

La cuestión es que con Paula estaba claro que la que escuchaba era yo y ella solo atendía cosas elementales como sí o no, 1 o 2… Me recordaba alguna relación personal remota.

Para frases más largas, la robot me derivó a Mari Carmen y esta ordenó a un técnico que me llamase. Y así fue como me cambiaron el TPV. A la antigua usanza todo se habría arreglado con la primera llamada, ahora todo es más largo y desternillante, a veces.

Y sin duda prefiero a Paula que al trabajador público que me trató con desprecio días más tarde, cuando fui a renovar la tarjeta de asistencia médica. Para ese menester ya sabrán que tienen que ir en persona y con cita previa. Mi horario laboral no es compatible con el del centro de salud para esa cuestión, ya que la última cita la dan a las 18 h. Tuve que cerrar mi comercio 30 minutos antes de lo normal e ir disparada para allá, porque me habían advertido que luego desconectaban los ordenadores. Entré triunfante a las 17,55 h y, ya en ventanilla, un individuo con muy poco interés me dijo: ¡Ah!, no podemos hacerle la tarjeta nueva porque no tenemos. No habrá hasta el día 24. Ante mi insistencia para que me diera una alternativa o una explicación de por qué no me habían avisado, lo único que me dijo fue «Señora, si quiere, presente una reclamación», y me pareció entender que añadía «qué pesada».

Como pueden ver, no hay color. Quizás, algunos se merecen que el futuro sea de las robots. Si tienen curiosidad por saber qué pasó con mi tarjeta sanitaria, sepan que sigue caducada y así seguirá. No me puedo permitir cerrar mi negocio y perder más dinero. Es mi sueldo.

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