En 2010, Salvador Bonet Fernández se subía a un escenario modesto, el de una plaza de barrio, y aseguraba, entre otras cosas, que "la vida de un hombre es una metáfora de la historia de la humanidad". Dos años antes ya había escrito un poema con título de película francesa, Sa Calatrava, mon amour. Marguerite Duras no le inspiraba. Eran las callejuelas, las plazas, el olor de un horno y la vida en un edificio religioso, La Sapiència, algunos de los puntales de quien se describe a sí mismo más o menos así: "Y crecí pequeño, elegantito y sentimental. Inocente poeta de pantalón corto".

Todos estamos cosidos al damero de los recuerdos, y él se pespunta entre sa Calatrava, s´Alquería Blanca y la "Menorca materna, de Camus". Su primer alfiler es el que de verdad le sujeta al mapa. Sa Calatrava con él es un saludo intermitente de los viejos vecinos que aún quedan, como Paquita, la mujer criada en El Temple que luce una camiseta verde de Crida y lleva tatuado el nombre de sus dos hijas en el escuálido brazo -"las tuve que dar en adopción"-, cuenta mientras pide un cigarrillo en el bar Can Salat.

Vamos al "kilómetro 0 de mi vida", la plaza de sant Jeroni, "una de las séptimas maravillas del mundo". Se abre el claustro de La Sapiència, un privilegio porque suele estar cerrado salvo para los seminaristas. En la parte superior, sale de un estudio que huele a papel de siglos, Guillem Bonet, el padre de Salvador, "el último coch, cocinero, y jardinero del seminario mayor fundado por Bartomeu Llull en 1635". Tiene 92 años, una mente despierta, una memoria de archivo y mucho ánimo. Ha vuelto a escribir la Espigolada para las fiestas de Sant Roc de s´Alqueria Blanca, que tienen lugar estos días de agosto. En la cocina pela tomates Aina Pons para el invierno.

Salvador fue niño ahí dentro, junto a los colegiales que iban para seminaristas, con ellos jugaba al fútbol en un patio que daba al monasterio de sant Jeroni. Hasta 1972-73 hubo colegiales. En 1976, Jaume Santandreu le pidió permiso al obispo, Teodor Úbeda y se convirtió en albergue de transeúntes. "Llegaron a dormir más de 140 personas que no tenían recursos, pobres; después el edificio amenazaba ruina y se fueron a Can Pere Antoni y al Hospital de Nit. Estuvo cerrado unos años por obras", señala Salvador. Ahora viven los seminaristas de Mallorca, con el rector. Nueve en total. También Guillem y su mujer, Maria del Carmen Fernández, de 91 años. Los padres de Salvador.

Muy cerca, el horno de Pelleteria, cerrado pero vivo en la memoria sentimental de Salvador. Recientemente, ha escrito el guión en el que el fotógrafo B. Ramón ha sido el cámara, y con la realización de Carles Conti, que protagoniza el hijo menor del pastelero fallecido el año pasado, Miquel Pujol. Los niños son clave: "En este barrio hay futuro", apunta Bonet.

Con todo tiene suspicacias frente al porvenir: "Creo que sa Calatrava se va a mantener en plan reserva de indios, los especuladores dejarán que sigan viviendo grupos sociales para dar sabor a un barrio que se está convirtiendo en Calatrava boutique". Lamenta la destrucción de ´la maja´ pintada en Bala Roja, donde se va a construir otro hotel.

El paseo deviene memoria de orgullo, sin naftalina, con aroma a la Alfama de Lisboa en el Bastió d´en Berard. "Tengo 51 años, y siempre he vivido en sa Calatrava", dice abriendo la puerta del club de esplai donde sigue enseñando a los niños a "abrocharse los zapatos" o a leer cosas como Stopoètica.