Parece ser que la consciencia nos ayuda en momentos de alerta a tramitar mejor una situación difícil.

«Menos mal que hay más personas, que estoy en un lugar en el que pueden venir a salvarme…» 

Siempre acostumbro a ir sola por la montaña, a viajar y explorar lugares recónditos… Y aunque no descarto que puedan ocurrir milagros, ni subestimo la medicina de otros lugares, ese día sólo daba las gracias por estar acompañada, y estar aquí, en casa.

La noche del 2 de marzo tuve un accidente, una mala caída con los patines. Y estos son los pensamientos que me venían segundos después de impactar contra el suelo. Enseguida supe que me había roto la pierna, sentía un auténtico desgarro, se trataba de una fractura abierta y nada simple. La verdad, estaba asustada, pero a su vez, sentía una ola de agradecimiento inexplicable. 

Alerté a la primera persona que vi a llamar a la ambulancia, ipso facto éste fue a pedir ayuda, y así, una sucesión de personas vinieron a atenderme. La primera fue una chica que se sentó para sostener mi pierna, nos habíamos conocido esa misma tarde, y a pesar de la impresión de la imagen de mi fractura, ella permaneció allí sentada, a mi lado. Otro chico se sentó al otro costado para estrecharme la mano. De pronto toda la gente desconocida del lugar, se convertía en familia… A pesar del dolor, la impresión y la incertidumbre, me sentía profundamente agradecida y ello me daba paz. Empecé a vivir la situación a plena consciencia de la suerte con la que contamos.

Me di cuenta de la gran predisposición del ser humano a ayudar a otros en situaciones como estas, de vivir en un país donde llamas a un número y vienen a socorrerte para llevarte después al hospital. 

De pronto llegó la policía local y la ambulancia. El sentimiento fue inexplicable. Todo un despliegue de equipo humano, preciso y conciso tomaba acción. A pesar de que hacían su trabajo, la atención fue de una calidad humana suprema. Preguntas, acciones exactas y ya estaba dentro de la ambulancia. 

En el hospital, ese pequeño país con sus propias leyes, corroboré que todo lo que había sentido en el lugar del accidente era real. Cada persona que me atendió, el funcionamiento, el proceso, todo era un engranaje organizado dispuesto a curar, a sanar, a disposición y al cuidado de los otros. Y toda esa estructura, a la que llamamos sanidad pública, a su vez se sostenía gracias a todos, sus ciudadanos. 

También fue una bonita oportunidad para ver de cerca y entender la profesión de mi madre, enfermera desde tiempos de Son Dureta.

A la mañana siguiente, me operaban de urgencia. Allí me reconcilié con el progreso, me imaginaba como se vivía un caso como este en la prehistoria o en la Edad Media, o sin ir más lejos en algún lugar del mundo de hoy sin los recursos necesarios. Los sistemas de anestesia, de cirugía, que después de tantos años de historia de la medicina, de la evolución, y su mejoría, hoy acababan salvándome la pierna. 

También pensaba en todas las horas, días, noches que habían pasado los médicos frente a los libros, todos los exámenes, las pruebas. Los mismos médicos que ahora en una sala de quirófano procedían a la expresión de su obra, de su conocimiento. A la creación de un arte meticuloso, una obra de ingeniería. Médicos, y todo el equipo.

Todo en sí, me llevó a recordar un artículo que leí en mis primeros años de juventud. El cual hacía referencia a la actitud compasiva de un grupo neandertal hacia los enfermos y heridos. A partir de los restos fósiles encontrados, con varias patologías e intervenciones, se podía comprobar que habían sobrevivido muchos años más a su enfermedad. Lo que evidenciaba que habían sido alimentados y cuidados por otros. Releyendo algunos casos, parece ser que ya desde la prehistoria existían comportamientos tales como la compasión, la empatía y el cuidado.

Quería también hacer un breve apunte en relación a una sensación que tuve días más tarde a mi intervención. Estaba sentada en la sala de urgencias, aquel lugar impaciente, de incertidumbre y normalmente bastante solicitado y por un momento, tuve la sensación de estar sentada frente al césped de un campus universitario. Un flujo de jóvenes entraban y salían a lo que desde el 2016 es la nueva facultad de Medicina de Baleares. Mi espera en la sala, se convirtió en un sentimiento de esperanza y alegría. 

Después de un mes de recuperación y con más energía para escribir, quería hacer llegar las gracias de forma pública a todas las personas que me ayudaron, a Aina y los chicos del skatepark, a la unidad de emergencias (061), a la policía local, del Hospital Universitari Son Espases: al servicio de urgencias, al equipo de quirófano, de traumatología, especialmente a los médicos que me operaron, al equipo de planta y a todo este sistema que, aunque sabemos que no es perfecto, cuenta con grandísimos profesionales y lo mínimo que puedo hacer, es reconocer lo que muchos han luchado y luchan para que exista y un enorme agradecimiento.