Vivimos cerca. Cruzarme o encontrar por la calle -generalmente en Son Amadans- con José Carlos Llop es un lujo. Amigo y conocido diez. La última vez hará unos tres días, él rumbo al Paseo Marítimo con su perro y yo hacia una Clínica Dental, comentamos algo de la obra en marcha del «pobriño» Paseo Marítimo que de nuevo está «patas arriba» para que se entienda bien. Él pasea todos los días; yo tiendo más hacia el Bosque de Bellver pero en la última semana -por pura intriga- caminé por entre las obras, un día junto al mar y otro cerca de los edificios. No voy a llorar ni a redactar la historia de su conocimiento pues el saber de José Carlos con su seny es muy superior al mío.

Lo que quiero es felicitar al autor del artículo dominical La vida y sus reformas. Por estar bien redactado, con conocimiento de ahora y antes, quizá con resignación ante lo que será ante lo que parece de momento un escenario de guerra ciudadana donde las tiendas y bares cerrados darán en su día con pérdidas euríticas «fe» de lo que pasó. Veo difícil para quienes viven en tal escenario al llegar a sus casas. Peligro, desorientación conductora, desde hoy charcos, desde el principio: vallas, letreros de prohibición y malestar. A un grupo no de «pico y pala» sino de chaleco amarillo, casco, ordenador portátil, móvil y pizarrita, se me ocurrió preguntar el para qué o el por qué. El pueblo mallorquín «quiere glamour», replicó un alguien del grupo. Llego a Can Barbará en respeto y orden por el momento. Vuelvo por el Terreno y me resguardo en un edificio nuevo de esos de colorines por una granizada inesperada. Y vuelta a casa.