Cuando se beneficia a la ciudadanía con algo tan maravilloso como es el transporte público, cuesta empezar un escrito con una queja.

Somos tantos los que nos beneficiamos de los servicios de tren, metro y bus que quiero agradecerlo enormemente.

El ser gratuito creo que ha sido más negativo que positivo. Todos queremos viajar en transporte público. Los vagones van a reventar. El otro día comentándolo con mi marido nos preguntábamos si sería posible adaptar unos cinturones de seguridad a la gente que va de pie, que sin haberlo calculado con precisión creo que equivale a la misma cantidad de pasajeros que va sentada. Algo más ficticio, pero también nos preguntábamos si algún día nos podemos encontrar la policía en alguna estación y empiece a quitar puntos y poner multas a todos los que están de pie. Quién no la ha pagado alguna vez, por olvidarse de abrocharse el cinturón cuando no teníamos coche con chivato.

No es la primera vez que alguien sufre un desmayo; sobre todo en verano, llega a hacerse desagradable el trayecto; hay días que no se nota el aire acondicionado. Recuerdo uno de estos días que la gente empezó a aporrear la puerta del maquinista, pidiendo que pusieran el aire que había una usuaria desmayada.

Es incongruente que se ofrezca un servicio gratuito, sin hacer antes un estudio de la cantidad de gente que es usuaria habitual de tren o, que lo será por ser gratuito; me refiero únicamente al tren ya que es el servicio que utilizo casi a diario. 

Entendemos que para que haya más frecuencia deberían cambiar las infraestructuras que tenemos hoy en día y esto supondría un coste muy elevado, pero más vagones significaría bienestar para todos.

Gratuidad en el transporte público para nada debe ser sinónimo de: viajar de cualquier manera, sin garantía de que se cumplan los horarios, empujones a la hora de entrar o salir en ciertas estaciones, falta de respeto entre usuarios, etc…

Una usuaria que fue amante de viajar en tren