El pasado jueves dia 5, me pareció interesante la publicación titulada Ratzinger y el final de una época, expuesta por su colaborador Norberto Alcover. Interesante reflexión la que hace sobre el actual desasosiego que está padeciendo la sociedad y cuyas manifestaciones analiza sabiamente el Sr. Alcover.

Coincido con él y presiento que muchos hombres y mujeres de hoy viven al margen de todo sentido trascendente, resumiendo, siento que hay un gran vacío de Dios. También coincido y creo que estamos viviendo el final de una época. La inteligencia humana está abriendo caminos insospechados que nos obligan a una adaptación casi forzada y a tener que admitir nuevos pensamientos y planteamientos que, sin duda alguna, deberían estar siempre presididos por unos principios Evangélicos que demasiado a menudo, a través de la historia, se han ido olvidando: Amor al prójimo y a uno mismo, aprendiendo el arte de saber compaginar a ambos.

También sería preciso que la Iglesia cambie en todo aquello que le supone un lastre. No deseo para nada juzgar pasados ni presentes, sólo anhelo verla como consejera buena y no dogmática, y que sólo con sus obras y ejemplo, no con su poder, ayude a los hombres, ya que no existe nada más convincente.

El buen Papa Juan XXIII decía: Procurad hacer sencillas las cosas complicadas y las sencillas, no las compliqueis. Me encantaría que la Iglesia se considerara madre de todos los hombres porque sintiéndose heredera de Cristo, Él es de todos y para todos murió.

Vivimos en un mundo oscuro y angustioso y bello al mismo tiempo, somos débiles e ignorantes, pero tengamos la seguridad de que en lo bueno y en lo malo, una fuerza poderosa puede asistirnos.