Muy Sra. mía:

Al igual que mis compañeros imputados, procesados y juzgados por el denominado «Caso Cursach», estos días hemos podido vislumbrar la luz al final del túnel y, afortunadamente, no ha sido el de una locomotora circulando en dirección opuesta.

Todos nos podemos equivocar y de hecho seguro que a lo largo de nuestra vida nos equivocaremos en mucho más de una ocasión, sobre todo si intentamos hacer algo; tal vez se equivocó quien hizo posible la intervención de dos teléfonos pertenecientes a periodistas, quizás alguien se equivocó cuando dejó que el citado caso siguiera su esperpéntico curso hasta llegar a lo que hemos podido comprobar estos días, quizás unos funcionarios se equivocaron el intentar dislocar las reglas del sistema jurídico para demostrar lo que creían unas verdades, se convirtieran en pruebas a base de «martillazos jurídicos», quizás alguien se equivocó, o siga equivocándose, dejando que sus prejuicios, sus sesgos y sus modelos mentales no le permitan ver la tozuda realidad o si se prefiere Verdad, con mayúscula y así podríamos seguir.

Aquí nos ocuparemos no obstante en esa, en mi opinión, lamentable «figura», y digo «figura» pues parece que se ha normalizado en el día a día de los medios de comunicación; llamada la «pena del telediario». En este caso, a mi entender se ha llevado dicha «pena» a un nivel totalmente aberrante e insostenible, amén de que, según se insinúa por lo que se puede leer en los sumarios que nos ocupan o en las declaraciones realizadas, presuntamente se instrumentalizó dicha pena con ánimos torticeros para crear primero, desprestigio moral, personal y profesional de las personas afectadas y, segundo, crean una corriente de opinión con las etiquetas de: Corrupción, Mafia, Crimen Organizado… cosa que yo, en su momento leía con perplejidad absoluta, pues, hablando exclusivamente de mi entorno profesional cercano, ya que a los señores Cursach y Sbert apenas los conocía, no veía correlación alguna entre dichos titulares rimbombantes y el día a día de la labor profesional.

Y no quiero hablar por mí, pese a que una mañana mi pareja (QPD), me llamó preguntándome si estaba bien y dónde estaba ya que en la primera página de su honorable diario aparecía, erróneamente, la noticia de que yo estaba detenido; a fin de cuentas mi papel en este sumario y sus consecuencias han sido ridículas si las comparamos con las de otros compañeros juzgados. Quiero hablar por mis compañeros y colegas, pero más aún por sus familias. Porque los hijos de éstos, tenían que ir al colegio, sabiendo ellos, y sus compañeros y sus profesores, que su padre era un corrupto y estaba en prisión; lo mismo que sus esposas o compañeras y demás familiares, que iban al trabajo, a la compra o coincidían con un vecino en el ascensor con la misma etiqueta, o que celebraban la Navidad mientras su padre estaba en prisión, renunciando en sus Cartas a los Reyes magos a cualquier juguete con tal de que su padre volviese a su lado.

No sé si existe un «Comité de deontología periodística» o algo similar, pero creo que, igual como afortunadamente se ha venido haciendo desde hace ya muchos años en el tema de los suicidios, creo que se debería plantear la existencia de unos estándares de tratamiento de la información en caso como el que nos ocupa en el que se armonizase el derecho a la información, con el de la presunción de inocencia, el prestigio personal… y para ello bastaría hacer un pequeño ejercicio de empatía, y imaginarse que la detienen a vd. si motivo coherente, delante de sus familiares y es ingresada en prisión de forma gratuita durante más de un año y, para más INRI, en los medios apareciendo constantemente su identidad asociada a palabras como las citadas. Recordemos el poema de Martin Niemöller:

Primero se llevaron a los judíos,

Pero a mi no me importó porque yo no lo era;

Luego, arrestaron a los comunistas,

Pero como yo no era comunista tampoco me importó;

Más adelante, detuvieron a los obreros,

Pero como no era obrero, tampoco me importó;

Luego detuvieron a los estudiantes,

Pero como yo no era estudiante, tampoco me importó;

Finalmente, detuvieron a los curas,

Pero como yo no era religioso, tampoco me importó;

Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde.

Aprovecho la ocasión para enviar unas palabras al Ilustrísimo Sr. Alcalde de Palma. Primero, que honre y dé lustre a la dignidad que supone llevar el calificativo de Ilustrísimo. Que como Presidente del Excmo. Ayuntamiento de Palma, Jefe de personal y Jefe de la Policía Local, considere si el trato recibido por los trabajadores que trabajaban para el Ayuntamiento y por ende, para el Ciudadano de Palma con el ánimo de dar un mejor Servicio Público, es el que merecían, Y como D. José Hila, persona, padre, marido… piense en los hijos, esposas, familiares de todos estos haciendo el ejercicio de empatía que le propongo más arriba a la Sra. Directora de este periódico y se plantee si tiene alguna obligación moral que cumplir con ellos, o dejar simplemente que pase una hoja más del calendario. En lo que a mí personalmente concierne, me excluyo de cualquier iniciativa en este sentido: me conformo con que lea estas líneas y haga el ejercicio que le propongo.

Sra. Directora aquí me despido no sin antes comunicarle que, a nivel personal, no tengo ningún tipo de resentimiento ni contra su Diario, ni contra Vd., ni contra sus colaboradores y quedo a su entera disposición sobre cualquier aclaración, comentario o critica que quiera hacerme al respecto.

«La mayor venganza es ser diferente al que te causó daño» (Marco Aurelio).

Muchas gracias.