«Otra victoria como esta y regresaré solo a casa» Pirro (280 a.C.)

Occidente no representa a la «comunidad internacional». Occidente solo registra el 12% de la población mundial. El mundo está cambiando, mucho y rápido. Pero un viejo mundo, que no acepta la emergencia pacífica de otro nuevo, sigue empecinado en mantener su dominio despótico. Como un tigre, degenerado antropófago, porfiado en una perenne batalla pírrica, inconsciente de un posible invierno nuclear. 

Mienten los altavoces, pura patraña eructan. El consumo de los predominantes medios de comunicación de este «sistema mundo» nos entrena para mantener diferencias absurdas. Infames burbujas de blanco y anglosajón supremacismo. 

Los mass-media occidentales están horrorizados por el atentado sobre Salman Rushdi. Y está bien. Pero son hipócritas. «No han abierto la boca, han bajado la cabeza o hablado a media voz» ante el asedio a Julian Assange. En un caso Occidente más que defender a un inocente, arremete contra un ayatollah y su país. En otro, clavetea con sigilo el ataúd de un ser vivo incómodo.

Y más de lo mismo con los ajusticiamientos extrajudiciales de Osama bin Laden, Aymar al Zawahiri y otros muchos. Abominables asesinatos según el más elemental derecho internacional.

Y otrosí, con el uso abusivo de las «sanciones» que Occidente utiliza contra países por diferencias ideológicas o por simple ambición, como Cuba, Venezuela, Libia, Irán, Irak y Afganistán, entre otros. Congelar activos líquidos y depósitos en oro, impulsar bloqueos económicos contra la población civil. Son crímenes de lesa humanidad. 

 El alma blanca de Occidente es tan «fundamentalista» como la bronceada del Islam. Históricamente, hermanas de sangre en el uso taimado de la religión. Contra el ateísmo como excusa y tras el bruto poder como botín, convierten el líquido y primitivo «temor de Dios», en un denso brebaje de terror. Guerra «santa» o «fría», ¿qué más da?