«Turbada por un atávico temor al lobo, la oveja ignora que es el pastor el oportunista, dueño de su lana, leche, carne y matadero».

Europa, desde la Segunda Guerra Mundial, es un rehén, económico y militar, de EEUU. Gran parte de América del Sur, África y Asia, conscientes de la decadencia y toxicidad de tal hegemonismo, busca alternativa multipolar y multicultural. Mientras Europa, como víctima cooperante, se resigna al trance de su abrumadora posición: ahora está de rodillas, con asfixia, el euro en el suelo y en el techo inflación.

Europa, hechizada por la magia de Hollywood, sigue identificando a EEUU como el valedor de dos grades guerras mundiales. Cuando la verdadera historia es que en la Primera Guerra Mundial llegó muy tarde, después de traficar comercialmente con ambos bandos y siendo el portador de una letal gripe mal llamada española. En la Segunda Guerra Mundial, antes del día D en Normandía, Alemania ya había sufrido un desastre trascendental en las batallas de Moscú y Stalingrado; que mientras las fuerzas franco-anglo-americanas estaban estancadas en las Ardenas, las rusas cruzaban la frontera alemana y que la firma de la definitiva rendición en Berlín fue ante el general ruso Zhukov. 

La posición excepcional de EE. UU, al mantener indemne su territorio en ambas guerras, fue la coyuntura que, aprovechada ambiciosamente, situó a este país en un emplazamiento hegemónico privilegiado. 

EEUU, en su breve historia, ha dado sobrados indicios de practicar un supremacismo intolerable, justificado por un arrogante «Dios bendice América». Su breve imperio, disfrazado de demócrata, se ha convertido en el gobierno de una opulenta gerontocracia, controlada por una industria militar incapaz de aceptar la posible pérdida de una hegemonía militar o económica.

Mientras una nueva «trampa de Tucídides» se activa, una senil Europa chochea, lamentando la tan magra bendición OTÁNICA.