Recientemente oí a un periodista preguntarse por qué siempre sale España de las crisis económicas peor parada que los países parejos al nuestro. No estoy capacitado para opinar sobre las posibles causas de carácter económico, pero sí puedo nombrar algunas características de nuestra sociedad que podrían contribuir a ese fenómeno. 

Sin ánimo de ser exhaustivo, citaré las siguientes: nos regimos por la máxima de «a vivir, que son dos días»; confundimos calidad de vida con vida muelle; no siendo vagos, trabajamos mal; hablamos más de la cuenta; preferimos predicar a dar trigo; la picaresca manda muchas veces en nuestras relaciones laborales y comerciales; el rigor, la disciplina y la organización no van con nosotros; abominamos de la rutina, pero malempleamos nuestra imaginación; solemos poner nuestros derechos por delante de nuestros deberes; casi siempre echamos a otros la culpa de los problemas; nos cuesta horrores asumir nuestras responsabilidades; confundimos la igualdad de oportunidades con la uniformidad de resultados; no nos preparamos para competir, y, por último, despreciamos la excelencia al confundirla con elitismo y privilegio. 

En fin, con las honrosas excepciones que existen con toda seguridad, así somos los españoles (y no solo los políticos), y así es España, desde Galicia a Baleares y desde el Cantábrico al Estrecho de Gibraltar. Naturalmente, tenemos virtudes, muchísimas, pero para progresar es mucho más importante el reconocimiento de las equivocaciones que la complacencia con los éxitos, actitud ésta que tampoco es muy común entre nosotros; se oye decir con frecuencia la frase «España es un gran país», pero creo que sería muy oportuno sustituir en ella «es» por «podría ser».